UNIVERSIDAD PÚBLICA, GRATUITA Y DE CALIDAD – Experiencia de vida
Por Lucía López para @visionpaisarg
Abril 23, 2024
Cuando estaba terminando la secundaria quise estudiar Relaciones Internacionales. Era 1999, el tejido social se resquebrajaba como consecuencia de las políticas sociales y económicas neoliberales. La esperanza en el nuevo gobierno de la Alianza pronto se diluiría con las primeras señales de profundización del camino marcado por las recetas del FMI. En ese contexto, los últimos meses de 5to año, comencé el curso de ingreso en una universidad privada con la intención de conseguir alguna beca. Duré dos clases. Si bien venía de un colegio privado parroquial de clase media, ese ambiente no me hacía sentir cómoda.
En plena crisis económica y social, y sabiendo que para poder estudiar iba a tener que trabajar, me decidí por Ciencia Política en la UBA, porque en mi familia tenía la fama de ser la mejor opción de universidad y porque era gratuita. Cualquier trabajo que agarrara, el sueldo no iba a dar más que para el bondi y los apuntes (y así fue por varios años).
Salir de la burbuja de zona norte del GBA, y cursar en la universidad pública fue un punto de inflexión. En esos pasillos repletos de mesas de agrupaciones y carteles colgando de techos y paredes CRECI. Con todo lo que la palabra CRECER significa. Con todo lo resignificado a partir de estudiar y conocer otras realidades, otras formas de mirar y entender el mundo. Luego de todo lo aprehendido (sí, con “h”) esos años y de un proceso de reflexión profunda y militancia, descubrí que me importaban muy poco las Relaciones Internacionales: quería ser educadora.
Y entonces, una vez que tuve el título de la licenciatura fui por el de profesora.
Durante unos pocos años, mientras cursaba el profesorado, y cuál burla del destino, trabajé en la Secretaría de Relaciones Internacionales del rectorado de mi universidad. Y ahí reconfirmé que trabajar en educación haciendo docencia era mi camino (aunque conservo lindos recuerdos y amistades de ese paso por la función “no docente” dentro de la UBA).
Cuando terminé el profesorado seguí eligiendo la universidad pública. Esta vez le tocó recibirme la Universidad Nacional de Santiago del Estero, a la cual viajaba feliz una vez por mes para cursar la Especialización en Estudios Culturales. Y unos años más tarde, ya viviendo en la Patagonia, aprovechando las ventajas de la educación virtual, volví a la UBA, a la Facultad de Filosofía y Letras para cursar una Diplomatura en Metodología de Investigación.
Gracias a la Universidad Pública pude formarme y trabajar de lo que elegí (que no es algo menor en este sistema). Mis primeras experiencias como docente fueron en el ámbito privado, pero desde hace once años lo hago en instituciones educativas estatales (Formación Docente y Nivel Secundario). A pesar de todas las dificultades de infraestructura y precarización laboral que padecemos, no podría estar en otro lugar que no sea donde se da el encuentro de lo diverso, donde convivimos personas con diferentes ideologías, etnias, religiones, géneros, modos de vida y sectores sociales. Es en el ámbito de lo público dónde hacemos posible el ejercicio de la libertad y la educación como derecho social, y no un servicio del mercado.
Y por eso también elijo que mi hija sea educada en la escuela pública, con todo lo que eso significa en un contexto en el cual las políticas educativas tienden al vaciamiento de lo estatal.
En términos de formación y desarrollo profesional, las más hermosas satisfacciones me las brindó la educación pública. Y deseo profundamente que mis hijxs tengan la misma posibilidad de elegir que yo tuve, que su derecho a la educación no sea vulnerado en nombre de una “libertad” ficticia que solo es posible para quienes poseen el poder material de comprar la educación como un bien de mercado más.
Con orgullo agradezco la formación recibida en la universidad pública, gratuita y de calidad. La educación es un derecho social. Quienes deseamos una sociedad más justa, solidaria y menos desigual debemos defenderla.