La siembra de la Memoria
Por Héctor Rodríguez
Marzo 24, 2021
A partir de la desaparición de su hijo Carlos Esteban, la vida colocó a Adelina Alaye en un lugar nuevo y desconocido. Y del que nunca más se apartó. Se sobrepuso trajinando su búsqueda de todas las formas posibles, aquí y en el exterior. Presentó decenas de hábeas corpus, de cartas con reclamos desesperados; aportes de testimonios en más de un juicio e infatigables marchas desde La Plata a la Plaza de Mayo, cada jueves de su vida.
Había nacido en Chivilcoy en 1927, hija de un matrimonio de italianos, alguna vez alumna de Julio Cortázar —a quien reencontró en París en 1979—, maestra de jardín de infantes y docente en varias ciudades de la Provincia. Además de ser Madre de la Plaza desde sus orígenes, integró la Comisión Provincial por la Memoria y la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de La Plata. Fue tres veces nombrada Ciudadana Ilustre y condecorada como “Doctora Honoris Causa en Derechos Humanos”, otorgado por la Universidad Nacional de La Plata.
A Carlos, de 21 años, estudiante de Psicología, tornero e integrante de la JUP, lo secuestró un grupo de tareas en una calle de Ensenada, mientras iba en su bicicleta en busca de un compañero que se sabía perseguido. Fue trasladado al centro clandestino de detención “La Cacha” —donde desapareció— el 5 de mayo de 1977.
Adelina Dematti de Alaye falleció el 24 de mayo de 2016. Cuatro meses más tarde, en La Plata, su ciudad de adopción, plantamos un árbol en su memoria. Mucha gente que la quiso acompañó ese acto amoroso en medio de una emoción que flotaba en cada palabra dicha en su nombre. Fue en la Plaza San Martín, la misma que un sinfín de miércoles la vio marchar junto a sus compañeras de pañuelos blancos anudados. Se buscó un árbol especial. Un ginkgo biloba, milenario y amarillo como el sol. Un árbol que resistió Hiroshima, dijeron. (Quién, si no vos, Adelina, resistió a pie firme un régimen genocida con tanta valentía y determinación)
Herenia Sánchez Viamonte, otra Madre platense y referente local, habló de Adelina como la amiga cercana que fue. Y compartió sobrecogida algunas anécdotas. Su hija María tomó con cuidado una pequeña caja roja de madera y la depositó bien abajo, en el fondo del pozo cavado por dos compañeros, para que se funda con su raíz. Allí quedó un manojo de sus cenizas, en la tierra que ahora abraza el árbol de la vida, cuyas hojas semejan pañuelos.
Nota: Este texto forma parte del relato sobre la vida de Adelina Alaye, incluido en mi libro “Crónicas de la Memoria” (Hernández Editores, 2020). Se suma, como homenaje, a la campaña de los organismos de derechos humanos para este 24 de marzo, Plantamos Memoria, donde se convoca a toda la sociedad a sembrar 30 mil árboles por nuestros 30 mil compañeros detenidos desaparecidos y por el futuro.
#PlantamosMemoria #45AñosDelGolpeGenocida #Son30Mil

