SOBRE LA IRA, SIEMPRE UNA MALA CONSEJERA

VisiónPaís/ septiembre 20, 2024/ Sin categoría

Septiembre 16, 2024

Así la denomina Séneca, siguiendo al poeta Horacio: la ira es una “locura transitoria” (brevis), pero locura al fin. Es que no se parece a ninguno de los otros sentimientos (miedo, dolor, coraje, etc), precisamente porque la ira no admite grados, ni acepta razones de ninguna naturaleza. Cuando nos toma, la ira nos hace suyos por completo, como la locura: “pues al igual que ella no tiene dominio de sí misma, olvidada del decoro, desmemoriada de sus obligaciones, tenaz y obstinada en lo que ha empezado, cerrada a la razón y los consejos, exasperada por motivos banales, incapaz de discernir lo justo y lo verdadero, se parece a las ruinas que caen destrozadas sobre aquello que aplastaron”. Como la ira sólo aspira a la venganza total e inmediata de la supuesta (o real) ofensa, suele terminar –a un tiempo- tanto con el ofensor como con el ofendido. De ahí que no haya mayor peligro para las ciudades, para los pueblos y para los individuos que ser objeto de la ira de otros. Tanto es así que ese fatal sentimiento, inaugura prácticamente la literatura de Occidente: cantando “la ira de Aquiles” (que llevó a la destrucción de Troya), se inicia la “Ilíada” de Homero y de allí en adelante, o vaya usted al cine, “Django sin cadenas” de ese gran director que es Quentin Tarantino, y apreciará cómo la ira puede sostener casi hasta la muerte a varios de sus diferentes personajes. Claro, el pobre de Séneca tenía el cine a domicilio: imagínese a Calígula que degollaba a los que lo miraban mal mientras paseaba por los jardines imperiales; o a Nerón mandando incendiar Roma; o al irascible Cleto que era tan iracundo que le molestaba hasta cuando lo aplaudían o consentían para no despertar su ira. Cuenta Séneca que –cenando Cleto con un cliente que le daba siempre la razón- se para en un momento y le grita a la cara: “¡Contradíceme en algo, para que seamos dos!”. Con lo cual ni aplaudidores, ni retadores, lograrán nunca terminar con la ira del otro. Como ésta es en el fondo locura, lo mejor es evitarla, dirá Séneca. Durante un tiempo lo logró con el joven Nerón (de quien fue preceptor) pero, crecido éste, la ira pudo más y prefirió suicidarse a padecerla en carne propia. Sin embargo, hábil político y filósofo, no es lo que aconseja hacer a quien esté cerca de un iracundo. Hay algunas otras posibilidades, no muchas, es cierto, pero las hay para quiénes no se dejen arrastrar a esa “locura brevis”.

Charles-Antoine Coypel, ‘Furia de Aquiles’.

Filósofo y escritorpreside la Asociación de Filosofía Latinoamericana y Ciencias Sociales (ASOFIL).
Fuente La Tecl@ Eñe
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