Relatos salvajes
Por Alejandro Ippolito
Transitamos los pasillos del infierno con postales permanentes de la locura revistiendo las descascaradas paredes de un país en ruinas.
La gélida mirada del fantoche gobernante nos insulta con su perversa expresión y su total desvergüenza. Su lengua conforma una madeja de mentiras donde las palabras se enredan y tropiezan en un vómito balbuceante. Estamos muy cansados, agobiados por tanta burla descarada escupida en pleno rostro.

EL mismo torturador que acaba de arañarnos con su furia de latigazos demenciales, ahora
viene a decirnos al oído cuánto nos quiere y que necesita nuestro voto para seguir con la
tortura por otros cuatro años. Confieso que ni en el más profundo pesimismo que me invadió
en aquella oscura jornada de 2015, cuando la estupidez y el odio de muchos argentinos y la
conveniencia de otros cuantos acomodaron en el poder a esta banda de delincuentes
posmodernos que se llamaban por el nombre para parecer amigables; pensé que íbamos a
vivir esta secuencia interminable de vejaciones y excesos de violencia institucional. Sabía, no
hacía falta demasiado para enterarse, que nos esperaban años de decadencia y miseria, pero
no pude vislumbrar la dimensión de esta avanzada autoritaria, mediocre y devastadora de una
horda de entregadores, buchones del imperio y mafiosos agiornados como ha resultado ser
este “mejor equipo de los últimos 50 años”.
La imagen que precede estas palabras es uno de esos golpes de realidad que atontan y
entristecen. También, de alguna forma, nos iluminan, porque la tarea del fotógrafo nos
redime de la búsqueda de más metáforas ante la contundencia de la síntesis lograda. Un
afiche de campaña con el jefe del averno y su clásica expresión de chico bobo que está
incómodo entre tanto populacho, falseando un afecto que no existe y una cercanía con todo
aquello que desconoce y aborrece. Sobre el afiche una bandera recurrente en el territorio
arrasado de nuestro lastimado país: el cartel de se alquila en un local cerrado. Un estandarte
de chapa que se exhibe cada vez con más frecuencia en miles de comercios que han quedado
abandonados ante las múltiples dentelladas de aquellos que dicen que sin esfuerzo no se logra
nada y le entregan la responsabilidad del éxito o el fracaso a la meritocracia antes que a las
políticas de Estado. A los pies de la postal inmunda adormece su olvido un hombre pobre,
seguramente un agente del kirchnerismo a quien le han pagado para agonizar en las calles del
invierno. Cada muerto por el hambre y el frío de estos tiempos ese ese mismo hombre, cada
familia arrojada a la calle con sus hijos, cada persona que busca refugio entre los escombros
de un país indolente, es ese mismo hombre que arroja sus huesos debajo de la sonrisa idiota
de aquel que nos repite que este es el camino, que vamos bien y que lo peor ya pasó, una y
otra vez, ya pasó.
Y no estoy mirando a la política en este momento, sino a la gente. No descanso mi esperanza
en algún personaje que me promete un futuro mejor, eso ya lo sé y sé en quien confío. Me
preocupa la gente colonizada por el odio y la mentira, me preocupa esta sociedad que
conformamos y su estado de avanzada putrefacción en donde el desprecio por el otro se ha
instalado con total éxito por parte de ciertos sectores a los que les conviene este chiquero.
Y no se trata de una grieta, nada de eso, la grieta social no existe. Para que algo se agriete
debe haber estado unido previamente y eso no ha sucedido jamás en nuestra historia.
Los intereses privados de un puñado de oportunistas, malechores y estafadores siempre se
han antepuesto a las necesidades del pueblo en general, salvo esporádicos episodios tan
incómodos para las anquilosadas oligarquías nacionales que tuvieron que recurrir a las fuerzas
militares para regresar a la “normalidad” que se veía amenazada por los avances
peligrosamente democráticos.
Para la rancia oligarquía terrateniente, la normalidad es ese hombre despojado, rendido a los
pies de un anuncio de circo en donde un bufón mediocre sonríe sus miserias para la foto. EL
país normal para esta jauría desbocada es el de las fábricas cerradas, jubilados sin remedios y
pibes con hambre. Es el país de los despidos a mansalva y la flexibilización laboral que tanto
los desvela. Un país normal es el que promete bonanza para los especuladores y
desesperación para los trabajadores. Es un país de palos y balas de goma para los que no se
acomodan al rumbo establecido, el correcto, el único posible, el que nos ordenan nuestros
acreedores a los que les hemos entregado las llaves del reino.
Frente a este panorama asfixiante y a pesar de las naturales desconfianzas en sectores que se
han anestesiado de forma voluntaria para defender a los verdugos de manera obstinada ya
que la estupidez es persistente, vamos a agotar todos los recursos necesarios para despejar las
miradas que puedan recuperarse, imponer la verdad sobre las múltiples falacias
desenmascarando cada puesta en escena de esta industria de la muerte que hace metástasis
en toda la región. Tenemos futuro, tenemos proyecto, tenemos unidad y candidatos que nos
necesitan mucho más que nosotros a ellos.
Sin el trabajo de todos en este tiempo que queda no será posible, entonces, hagamos que
suceda.


