Que nunca se acabe la pobreza

VisiónPaís/ marzo 31, 2019/ Sin categoría

Por Alejandro Ippolito

Hoy me invadió la preocupación por aquellas pobres almas que no encontrarían su
subsistencia si se acabara la pobreza. Sentí una pena interminable por los buitres
que perecerían si los cadáveres no poblaran nuestra tierra.
¿Qué sería de aquellos que promueven la limosna si no hubiera manos deseosas
de atrapar las monedas?
¿En qué ocuparían las horas las señoras pudientes si los pobres se acabaran?
¿Ante quiénes exhibirían su amable beneficencia?
¿Qué argumentos tendrían que imaginar tantos políticos falsos y traidores para
lograr las estafas electorales que ahora les resultan tan sencillas?
Dios nos libre de la ausencia de pobreza y de la horda de peligrosos intelectuales
que surgirían de las escuelas y de las universidades colmadas .
¿A quiénes podrían matar impunemente los niños ricos con sus autos de lujo?
¿Qué sería de la industria del soborno? ¿De quiénes vivirían los malandrines y
punteros?
No quiero ni imaginar qué sucedería si todos pudieran acceder a una casa
confortable como resultado de su trabajo. Sería un verdadero desastre comprobar
que todos viven dignamente y que no necesitan de la oscura mano que los
alimenta.
Cuántas sólidas estructuras pobladas de comisarios, jueces, abogados, industriales
y revendedores se desmoronarían sin esa predispuesta mano de obra que significa
un hombre pobre y desesperado.
Hasta es posible que si la gente tuviera la panza llena y el corazón caliente, se
tomara el atrevimiento de ponerse a pensar, a dudar y a cuestionar.
¡Sería un desastre!
¿Cómo obtendrían su fortuna las actrices mediocres, los periodistas lamentables,
los actores improvisados, los humoristas chabacanos, los productores mezquinos,
los escritores de basura, los oportunistas y mercenarios? La pobreza acepta, se
resigna, consume, aplaude, se identifica, negocia su muerte y paga con su vida.
Que persistan entonces en el mundo las ollas populares y las aulas vacías, los
cartoneros fatigados y los malabares en cada esquina, que nos limpien el vidrio
pero sin correr la cortina, que los tapen con un muro para que no nos arruinen la
vista.
Sólo la impuesta mediocridad que supone la pobreza permite el manoseo totalitario
de gobiernos mundiales que se burlan de todos que se limitan a enunciar un estado
de situación por todos conocido, pero que no expone las soluciones para revertirlo.

Entre tanto, todas las pobrezas tendrán frente a sus ojos la oportuna “pantalla
idiotizadora” que los aleje del dilema, su celular con cámara que los incluya en el
mundo y sus mensajes predigeridos como para que no se sientan tentados de
ponerse a analizar palabras que, después de todo, se perderán en los laberintos del
tiempo y del olvido.

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