Presencia y omnipresencia de Bernardo Houssay – Segunda y Última Parte
Por Bruno Pedro De Alto
Hablar de ciencia en Argentina es hablar de Bernardo Houssay. La omnipresencia de Bernardo Houssay (1887 -1971) es por la estrecha relación que mantuvo con ella estando en vida, y luego también.
Con Don Bernardo encaramado en la cima del poder científico argentino se fortaleció la mística del científico como líder moral de la sociedad argentina y se oficializó también una ciencia austera. En el primer directorio se configuró una línea apenas mayoritaria pero guiada por Houssay, que desde una perspectiva academicista centrada en la biomedicina se inclinaba por un sistema de financiamiento compuesto por la filantropía y los aportes del Estado para apoyar investigaciones independientes de cualquier directiva superior. El otro sector, vinculado a la facultad de Ciencias Exactas de la UBA, profesaba otras convicciones: el CONICET debía planificar la investigación, con un claro sentido industrialista y de desarrollo económico.
Sin duda el primer sector primó y supo configurar al CONICET según su criterio: un estudio realizado en 1973 describió el panorama de los primeros 15 años del Consejo: los miembros de la Carrera de Investigador Científico estaban concentrados en las disciplinas Médicas (196), Biológicas (135) y Químicas (105) y juntas acumulaban el 62 % de esos cargos. Por el contrario, los escasos 29 miembros de disciplinas tecnológicas sólo representaban un 4 %.
Según Rolando García en el directorio del CONICET se planeó que el primer presupuesto del organismo fuera de $ 100 millones, aproximadamente $ 2,4 millones de dólares; sin embargo Houssay opinó que fueran solo $ 30 millones y el gobierno otorgó esa cifra porque era la opinión del premio Nobel. Esa fue una de las primeras diferencias que surgieron en el CONICET porque ese estrecho presupuesto sólo servía para la entrega de subsidios y de becas a los investigadores. Todo esto indicaba que la pugna política entre investigación en ciencias básicas versus el desarrollo tecnológico no había sido sepultada – de momento – al desaparecer el peronismo. Era evidente que estaba larvadamente presente, había todavía quienes creían, sin ser peronistas incluso, que el “estilo Houssay” no conducía a que las investigaciones se plasmaran en el desarrollo del país; quizás porque aunque sostuviera que era indispensable aplicarla, y promover a partir de ella una tecnología propia, dejaba el proceso demasiado librado a la lógica espontánea de la investigación, pensando que era una consecuencia inevitable de la ciencia básica.
Veamos una pluma crítica en las páginas de la revista Ciencia Nueva por motivo de la muerte de don Bernardo Houssay en 1971:
Desde la presidencia del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, creado en febrero de 1958, con el apoyo del poder político y fondos estatales, Houssay aplicó, en mayor escala, el esquema que había utilizado para administrar la ciencia desde la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias fundada en 1933. No se crearon las bases para elaborar una política científica adaptada a las necesidades de un país dependiente económica y culturalmente, que exigía cambios cualitativos profundos para la utilización intensiva de la ciencia y la técnica.
Hasta aquí nos ocupamos de lo que llamamos la presencia y omnipresencia de Bernardo Houssay en la ciencia argentina, porque él la instituyó y en gran medida su diseño ideológico se sostuvo aún mucho después de su desaparición física.
Pero también cuando hablamos de la presencia de Bernardo Houssay lo hacemos en el caso específico de su relación con la computación argentina porque cuando él presidía el CONICET se tomó la decisión de financiar la compra de una computadora para la Facultad de Ciencias Exactas: la mítica Clementina. Un hipotético observador de aquellos días no habría errado si decía, como se suele significar con un «dos más dos es cuatro», que Bernardo Houssay al frente del CONICET y a pedido de los hombres de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA, jamás habría facilitado con su austero presupuesto la compra de Clementina. Y sin embargo lo hizo, aunque los sucesos fueron singulares y estuvieron enmarcados en la puja de modelos de investigación para el país.
Al frente de la Facultad estaba el físico Rolando García y como docente del Departamento de Matemática estaba el matemático Manuel Sadosky. Eran impactantes y prestigiosas personalidades que creían y trabajaban para que la investigación en su facultad estuviese orientada a las ciencias aplicadas. La posibilidad de tener una computadora les permitía constituir, corporizar, un instituto que a través de sus objetivos abriera camino hacia las ciencias de la computación y su uso por otras disciplinas.
Tanto García como Sadosky tenían una mirada distinta a Houssay sobre las ciencias, y quizás fuera esa la explicación del suceso que tomó ribetes de pulseada. García que se revindicó siempre como un hombre de izquierda con ideas socialistas, encaró al presidente del CONICET, un verdadero baluarte de la derecha argentina y le pidió dinero – mucho – para un proyecto extraño a las líneas generales de la política científica que nacía en ese momento. Era la iniciativa impulsada por Sadosky para comprar una computadora para el recientemente creado Instituto de Cálculo de la FCEyN. A Houssay, el pedido de 400 mil dólares – esa era la suma – le pareció exorbitante, según cuenta Sadosky, y se justificaba diciendo que a él no le había hecho falta semejante monto de dinero para lograr un Premio Nobel.
Estaba explícito que la futura máquina se usaría tanto para investigar como para ser usada en estudios y desarrollos de ciencias aplicadas como después ocurrió: la hidráulica, el transporte, la construcción, y los trabajos realizados para diversos organismos públicos así lo demostraron. No se pensaba que podía ser usada fundamentalmente por las ciencias médicas, biológicas o químicas que eran las preponderantes de la ciencia argentina.
Otro aspecto curioso fue la pertinencia del pedido. Las Universidades que habían recuperado su autonomía, dependían fundamentalmente del presupuesto del Estado Nacional y su vínculo institucional era con el Ministerio de Educación. Pensando en el gobierno de Frondizi, que aplicaba una política desarrollista que tenía como objetivo el desarrollo industrial del país, la factibilidad de que éste le otorgara esa suma aparecía como más razonable que haberle pedido dinero al CONICET.
Los hombres de ciencias exactas tenían una carta para convencer al Premio Nobel, y la usaron. El investigador Eduardo Braun Menéndez, era también fisiólogo y el discípulo predilecto de Don Bernardo. Braun Menéndez como miembro del directorio del CONICET fue el hombre ideal para la difícil misión. Sobre él, Rolando García confesó en un reportaje:
«Yo con nadie me entendí mejor que con Braun Menéndez sobre lo que había que hacer en la universidad, aunque naturalmente él venía de otra clase distinta de la mía. Pero era un hombre inteligente, bien formado y con una concepción de país, que es algo que se ha perdido».
Braun Menéndez finalmente taladró la negativa de su maestro y el CONICET aprobó el pedido que conformaba el presupuesto para comprar una computadora y su puesta en marcha. Además obras en la Ciudad Universitaria, viajes al exterior, entrenamientos y la puesta en marcha que consumían aproximadamente 400.mil dólares de los 720.mil que equivalía al primer presupuesto general del organismo. Semejante compromiso solo fue posible con el aval de Houssay, pero no de su firma. El directorio del CONICET sesionó con don Bernardo en ausencia como resultado de las gestiones de Braun Menéndez.

