Postales desde el infierno
Fotos Página 12
Por Alejandro Ippolito
Es difícil superar el silencio frente a la contundencia de esta postal del infierno.
El gobierno nacional tiene por enemigos a los trabajadores, a los docentes, a los jubilados, a
los discapacitados, al pueblo. Los considera una intolerable molestia, un eco de berrinches
que se oponen a sus caprichos mercantiles, que entorpecen la feria de los negociados, esa
orgía de ganancias millonarias que no son bien vistas por los que no saben si van a comer en
cada nueva jornada.
La respuesta es siempre la violencia, acciones acordadas con un sector de la sociedad que
aplaude de buena gana a esos salvajes protestones que no los dejan circular libremente con
sus autos por donde quieren. Habría que matarlos a todos, vagos, no quieren laburar, esto
nos dejó el kirchnerismo, una horda de planeros que ponen palos en la rueda todo el
tiempo. Eso piensan, eso es lo que escupen de sus fauces furiosas como un rezo a los dioses
de un Olimpo decadente.
El gas pimienta condimenta las lágrimas de la desesperación de la gente común, la que ya
no sabe qué hacer para que la vean, la escuchen y que atiendan sus reclamos. Verduras
pisoteadas, tomates aplastados contra el asfalto de una plaza que años atrás celebraba
independencia con una muchedumbre feliz que bailaba y se abrazaba festejando todo lo
conseguido.
Hoy hay vallas, botas, palos y balas donde hace tres años se besaban banderas y se
reconocía la propia imagen en los ojos del otro que era nuestra patria.
Pero hoy no hay ni eso, ni patria, ni otro ni nada, para los que tienen al odio como consigna
política y a la policía como militante.
Están caros lo morrones, pensará algún milico mientras acarrea la ofrenda para el
comisario. Habrá abundancia de ensaladas en las mesas de los patoteros a sueldo,
uniformados, mientras brindan por una nueva bravuconada a las órdenes de la patética
ministra de Inseguridad.
Habiendo conocido el cielo, arrastrarse hoy por los senderos polvorientos de este infierno
resulta demasiado triste, ver a diario las escenas que creímos superadas, ejercicios
autoritarios que nos parecía que ya no volverían jamás porque habíamos aprendido algo
como sociedad. Y ese es el problema, no es la política ni la economía, es la gente, aferrada a
la esencia más deleznable de la torpe humanidad. Es la gente que dedica sus horas al
desprecio por el otro, la que se traga, hasta ahogarse, las mentiras que le arrojan desde las
pantallas los periodistas mercenarios a las órdenes de un poder inmenso del que no
sabemos ni siquiera el nombre.
Todo el dolor de estos días no apareció de improviso, no es un castigo de alguna deidad
malhumorada, no somos víctimas de nada – de nada que no sea nosotros mismos – hemos
parido este desastre por desidia, desmemoria, complicidad o exceso de confianza. Pero
somos protagonistas, hacedores de nuestra historia, un factor fundamental en una
ecuación demencial que nos llevó al más lamentable de los resultados.
Las verduras quedaron esparcidas por el lugar, pisoteadas como la esperanzas de los que
creyeron que este gobierno venía a cambiar algo y en realidad comprenden tal vez que
venía a destrozar el cambio, que odia el cambio porque son conservadores, porque quieren
“la normalidad” de un mundo desigual donde el mandato sea: mucho para pocos, poco para
muchos y nada para los demás.
“Cambiamos futuro por pasado” dijo apenas electa, la gobernadora Vidal en su festejo con
sonrisa naif que le ocultaba los colmillos. Y esa frase, quizás, haya sido la única verdad
expresada por este gobierno en tres años de ajustes, devaluación, censura, represión y
endeudamiento. Todo lo demás es parte del maquillaje mediático que dice lo que no
sucede, no dice lo que en verdad pasa y para el resto prefiere el silencio.
De toda pesadilla se sale, únicamente, cuando se abren los ojos y nos reconocemos
despiertos.





