«PLANTANDO UNA BANDERA FRENTE A LA DESHUMANIZACIÓN»
Francisco a los Movimientos Populares: No se callen, siempre en paz, construyendo comunidades, insistiendo por Tierra, Techo y Trabajo
Septiembre 20, 2024
En el marco de la conmemoración de los 10 años del primer Encuentro Mundial de los Movimientos Populares (EMMP) bajo el lema «Plantando bandera frente a la deshumanización», con la presencia de dirigentes de los Movimientos Sociales de América Latina, Asia, África y Europa el Papa Francisco contradijo a la administración libertaria al pronunciarse a favor de la justicia social y cuestionar la represión.
Mensaje de Francisco junto a los Movimientos Populares en el Vaticano
Texto de pasajes más importantes:
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy nos encontramos conmemorando un momento que ha marcado nuestra historia
común, la de ustedes y la mía. Se cumplen diez años del primer encuentro mundial de
movimientos populares. Aquel día, en Roma, plantamos una bandera: Tierra, techo y
trabajo son derechos sagrados. Que nadie les quite esa convicción, que nadie les robe esa
esperanza, que nadie apague sus sueños. La misión de ustedes es trascendente.
Si el pueblo pobre no se resigna, se organiza, persevera en la construcción comunitaria
cotidiana y a la vez lucha contra las estructuras de injusticia social, más tarde o más
temprano, las cosas van a cambiar para bien.
Ustedes salieron de la pasividad y el pesimismo, no se dejan abatir por el dolor ni el “no
se puede hacer nada”. Ustedes no aceptaron ser víctimas dóciles. Se reconocieron, como
sujeto, como protagonistas de la Historia.
Este es, tal vez, su aporte más lindo: no se achican, van al frente. Tampoco trazan planes
en el aire, no escriben documentos ideológicos, no se la pasan de conferencia en
conferencia: van paso a paso sobre la tierra firme de lo concreto, trabajan cuerpo a
cuerpo, persona a persona.
No solo protestan -que está muy bien- sino que realizan innumerables obras, incluso desde
la más absoluta precariedad de medios, a veces sin ninguna ayuda del Estado,
otras veces perseguidos. Los acompaño en su camino.
Sigo creyendo, como les dije en Bolivia, que de la acción comunitaria de los pobres de la
tierra depende no sólo su propio futuro, sino tal vez el de toda la humanidad.
Sí, de los pobres dependemos todos, todos, también los ricos.
Lo dije al principio de mi pontificado: “Mientras no se resuelvan radicalmente los
problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de
la especulación financiera, y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se
resolverán los problemas del mundo y, en definitiva, ningún problema. La inequidad es
raíz de los males sociales”. Sé que molesta, pero es la verdad.
Algún hermano me ha dicho: “Padre, usted habla mucho de los pobres y poco de la clase
media”. Puede ser cierto, les pido perdón. Cuando el Papa habla, habla para todos porque
la Iglesia es para todos. Pero no puede sustraerse de la centralidad de los pobres en el
Evangelio. No es el Papa, sino Jesús, quien los pone en ese lugar. Es una cuestión de
nuestra fe que no puede negociarse.
Algún hermano también me dijo: no sea tan duro con los ricos. Reconozco, claro, que los
empresarios crean puestos de trabajo y contribuyen a la prosperidad económica. Es justo
decirlo. Lo he dicho en Singapur, viendo el magnífico bosque de rascacielos que atestiguan
ese aporte. Sin embargo, los frutos de la prosperidad económica no se
reparten bien. Esta es una realidad evidente que, si no se modifica, va a engendrar
peligros cada vez mayores. Si no hay políticas, buenas políticas, políticas racionales y
equitativas que afiancen la Justicia Social para que todos tengan tierra, techo, trabajo, un
salario justo y los derechos sociales adecuados, la lógica del descarte material y el
descarte humano se va a extender dejando a su paso violencia y desolación.
Lamentablemente, muchas veces son precisamente los más ricos los que se oponen a
la realización de la justicia social o la ecología integral por pura avaricia. Disfrazan esta
avaricia con ideología, pero es la vieja y conocida avaricia. Entonces, presionando a los
gobiernos para que sostengan malas políticas que los favorecen económicamente. El
diablo entra por el bolsillo, no se olviden.
Escuché que algunos de los hombres más ricos del mundo reconocen esto. Dicen que el
sistema que les permitió amasar fortunas extraordinarias -y permítanme agregar,
ridículas- es inmoral y debe ser modificado. Que debe haber más impuestos a los
billonarios. Eso está muy bien. Rezo para que los económicamente poderosos salgan del
aislamiento, rechacen la falsa seguridad del dinero y se abran para compartir los bienes
que tienen un destino universal porque todos derivan de la Creación. Es difícil que eso
pase, pero para Dios todo es posible.
Si ese porcentaje tan pequeño de billonarios que acapara la mayor parte de la riqueza del
planeta se animara a compartirla… qué bueno sería para ellos mismos y qué justo sería
para todos. Les pido de corazón a los privilegiados de este mundo que se animen a dar este
paso. Van a ser mucho más felices.
Pero también dije hace tiempo: “los pobres no pueden esperar”. Si los movimientos
populares, no reclaman, si ustedes no gritan, si ustedes no luchan, si ustedes no
despiertan conciencias, las cosas van a ser más difíciles. Les pregunto a ustedes, también
a las personas de clase media que cada vez tienen que sacrificarse más para llegar a fin
de mes, a las personas que tienen que pagar alquileres altísimos, que no pueden ahorrar,
que tal vez dejan a sus hijos una situación peor a la que recibieron: ¿creen que los más
ricos van a compartir lo que tienen con los demás o van a seguir acumulando
insaciablemente?
No tengo el monopolio de la interpretación de la realidad social. Tampoco tengo la bola
de cristal (no existe ninguna bola de cristal mágica, esas son estafas). Si veo que avanza
una forma perversa de ver la realidad, que exalta la acumulación de riquezas como si
fuera una virtud. Les digo: no es una virtud, es un vicio. Acumular no es virtuoso,
distribuir sí lo es. Jesús no acumulaba, Jesús multiplicaba y sus discípulos distribuían.
Acuérdense que Jesús nos dijo: “No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la
herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en
cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni
ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón”.
La competencia ciega por tener más y más dinero no es una fuerza creativa, sino una
actitud enfermiza y un camino a la perdición. Esa conducta irresponsable, inmoral e
irracional está destruyendo la creación y dividiendo a los pueblos. No dejemos de
denunciarla.
El grito de los excluidos también puede despertar las conciencias adormecidas de tantos
dirigentes políticos que son, en definitiva, los que deben hacer cumplir los derechos
económicos, sociales y culturales que ya están consagrados pero no se cumplen.
Derechos reconocidos por casi todos los países, por las Naciones Unidas, por la doctrina
social de todas las religiones, pero que muchas veces no se manifiestan en la realidad
socioeconómica de los pueblos. Recemos para que Dios nos dé la sabiduría y la fortaleza
para realizar la verdadera justicia social.
La Justicia Social es inseparable de la compasión. En Indonesia hablé de esto. ¿Saben qué
es la compasión? Seguro que sí. La compasión significa padecer con el otro, compartir
sus sentimientos. Es una palabra hermosa. Como sabemos, en efecto, la compasión no
consiste en dar limosna a hermanos y hermanas necesitados, mirándolos de arriba hacia
abajo, viéndolos desde las propias seguridades y privilegios, sino al contrario, compasión
significa hacernos cercanos unos a otros. Sea que compartimos los mismos
padecimientos, sea que nos conmovemos con el sufrimiento de otros. La verdadera
compasión construye la unidad de los pueblos y la belleza del mundo.
Las ideologías deshumanizadas promueven la “cultura del ganador” que es un aspecto de
la “cultura del descarte”. Algunos llaman a esto “meritocracia”, otros no la nombran pero
la practican. Es gente que, parada sobre ciertos éxitos mundanos, se siente con el
derecho de despreciar en forma altanera a los “perdedores”.
Es paradójico que muchas veces las grandes fortunas poco tienen que ver con el mérito:
son rentas o herencias, son fruto de la explotación de personas y expoliación de la
naturaleza, son producto de la especulación financiera o la evasión impositiva, derivan de
la corrupción o el crimen organizado.
Nadie, meritorio o sin méritos, tiene derecho a mirar desde arriba al otro, como si no
valiera nada. Esa actitud altanera es lo contrario a la compasión: regodearse en la propia
supremacía frente a quien está peor. Esto no pasa solo con los más ricos, mucha gente
cae en esta tentación. Es la gran tentación de nuestro tiempo. Mirar desde lejos, mirar
desde arriba, mirar con indiferencia, mirar con desprecio, mirar con odio. Así se gesta la
violencia: el silencio de la indiferencia habilita el rugido del odio. El silencio frente a la
injusticia abre paso a la división social, la división social a la violencia verbal, la violencia
verbal a la violencia física, la violencia física a la guerra de todos contra todos. Ahí está la
cola del diablo.
La imagen más linda de compasión es levantar al caído, como en la parábola del
Samaritano. ¿Se acuerdan de lo que hablamos en nuestro encuentro durante la
pandemia? Les dije que, además de poetas sociales, eran samaritanos colectivos. Cuántos
de ustedes fueron parte del ejército invisible que junto a los trabajadores de la salud
alimentaron, curaron y visitaron a los que caían por la pandemia. Ustedes se levantan
juntos y levantan a otros. Todos debemos hacerlo.
La actitud contraria es “dejar tirado”, y, a veces, además, burlarse del caído. Después
vienen las excusas, “Acaso soy el guardián de mi hermano”, “No tengo tiempo, que se
ocupe otro”, “Es su culpa, no miró por dónde pisaba, se metió en un camino peligroso, no
era suficientemente inteligente, no se esforzó como yo”. Esa actitud no es cristiana,
tampoco es la actitud de un hombre de buena voluntad: ¡Nosotros levantemos al caído,
siempre, siempre! A todos los caídos, buenos o malos, con méritos o sin ellos, porque
todos somos hermanos y hermanas. Que nadie quede tirado.
Hace unos días, cuando visité la Escuela “Irmãs Alma” (Dili, Timor Oriental), me salió del
corazón esta frase: “Sin amor esto no se entiende”. Si se elimina el amor como categoría
teológica, ética, económica y política, perdemos el rumbo. En la matemática avara de la
conveniencia, el individualismo y la acumulación no hay lugar para eso. Con el velo negro
del desamor, caemos siempre en alguna forma de “darwinismo social”. ¿Saben qué es eso?
La ley del más fuerte, que justifica primero la indiferencia, después la crueldad y,
finalmente, el exterminio. Eso viene del Maligno.
La justicia social, también la ecología integral, sólo se entiende a partir del amor. El
derecho natural a la dignidad que merecen todas las personas, el mandato que tenemos
todas las sociedades de garantizar la satisfacción de las necesidades básicas, la
obligación universal de preservar la naturaleza para quienes vienen después de nosotros,
nada de eso surge de una ideología ni de una tabla de multiplicar, sino del amor. No nos
olvidemos de que “sin amor no somos nada”.
Todos tenemos la misión de hacer efectivo ese amor en nuestra vida cotidiana, en
nuestras relaciones familiares y en la acción específica de cada espacio comunitario. En
las microrelaciones y en las macrorelaciones. Ha visto muchas veces que en lo pequeño y
desde las periferias surge esa gran esperanza del corazón, que nos anima a elevar la
mirada hacia lo alto, hacia horizontes más extensos, que nos da la fuerza para acometer
proyectos de gran alcance que abracen a más y más personas. Que la luz de cada
experiencia comunitaria concreta irradie su luz para que la humanidad toda pueda cruzar
las oscuras quebradas y retomar el camino correcto.
Retomar el camino es generar una sociedad distinta, pero no desde lógicas
refundacionales que, en definitiva, terminan reproduciendo la cultura del descarte, en
este caso, del descarte cultural. Miremos con gratitud la historia que nos ha precedido.
Ese es nuestro cimiento. Que nadie nos robe la memoria histórica y el sentido de
pertenencia a un pueblo.
Hace poco advertí a los timorenses de ciertos cocodrilos que quieren cambiarles la
cultura, morderles la historia y hacerles olvidar lo que son… El colonialismo material y el
colonialismo ideológico van siempre juntos devorando la riqueza material e inmaterial de
los pueblos.
Los valores universales, en cambio, crecen desde las raíces de cada pueblo, desde su
propia belleza que aporta un nuevo plano al poliedro maravilloso de la familia humana y
la casa común. Hay intereses que son globales, pero no universales. Recordemos esto:
globales pero no universales. Buscan uniformar y someterlo todo. Tengan cuidado con eso
porque los cocodrilos vienen camuflados; tengan cuidado, pero no tengan miedo.
La cobardía lleva a muchos políticos a cambiar sus convicciones por sus conveniencias.
Los pasaron por la amansadora de grandes medios, las redes sociales, tuvieron miedo y
claudicaron. Adoptan entonces posturas servil frente a los económicamente poderosos
como en aquella escena del Libro de Daniel en la que “los altos funcionarios, autoridades,
gobernadores, asesores, tesoreros, jueces y magistrados” se postraron a rendir culto a
una estatua de oro para salvarse del horno. Renegar de los ideales nobles y generosos
para servir al Dinero o el poder es una gran apostasía. No pasa solo con los políticos, pasa
con los dirigentes sociales, sindicales, con los artistas e intelectuales… y también con
nosotros, los sacerdotes.
Caer en gracia a los dueños del poder real trae ventajas, ayuda a trepar en la pirámide
burocrática del poder formal… pero es una traición. Esa es la esencia de la corrupción.
Esto a veces pasa de manera abierta, con discursos inhumanos que se convierten en
políticas injustas por acción; otras veces pasa de manera encubierta, con discursos
edulcorados que también se convierten en políticas injustas por omisión. Para descubrir
de qué madera está hecho un dirigente no hay que escuchar tanto lo que dice: hay que
ver lo que hace. La realidad siempre es superior a la idea.
Ustedes tienen que ayudar a los políticos para que no se entreguen a los cocodrilos, para
que no se arrodillen ante la estatua de oro por miedo al horno. Ustedes tienen que ser
custodios de la Justicia Social. Tienen que estar ahí para recordarles al servicio de quién
están. Tienen que estar ahí como la viuda del evangelio, insistiendo, insistiendo, para que
hagan justicia. Esa es una táctica que nos enseñó Jesús. Seguramente encontrarán otras,
pero por favor, siempre dentro de la no-violencia, por favor siempre trabajen por la paz.
La guerra es un crimen.
Quiero detenerme un poco en dos temas finales que hacen a nuestra tarea común entre
la Iglesia y los Movimientos Populares. Son temas que me preocupan mucho.
Primero: El narcotráfico, la prostitución infantil, la trata de personas, la violencia brutal
en los barrios y todas las formas de criminalidad organizada crecen… crecen sobre la
tierra arada por la miseria y la exclusión que en definitiva son su condición de
posibilidad. Crecen cuando no hay integración sociourbana y se dejan marginados los
barrios de los pobres sin agua, cloacas, luz, calefacción, veredas, parques, centros
comunitarios, clubes, parroquias. Crecen cuando en los territorios rurales no hay una
adecuada distribución de la tierra, un ordenamiento territorial equilibrado, un apoyo
constante a la agricultura familiar y el respeto a la familia rural que termina sometida a
poderes criminales. Hay que atacar esas causas estructurales, pero mientras tanto
tenemos que enfrentar esto. Las dos cosas al mismo tiempo.
Sé que ustedes no son policías, sé que ustedes no pueden enfrentar directamente a las
bandas criminales, pero les pido, por favor, que las enfrenten de manera indirecta: el
trabajo de base que realizan ustedes y tantas personas de la iglesia es muchas veces la
última barrera de contención. Sigan combatiendo la economía criminal con la economía
popular. No aflojen, por favor. Sé que les pido algo difícil, pero es muy necesario. Ninguna
persona, sobre todo ningún niño, puede ser una mercancía fungible en manos de los
traficantes de la muerte, esos mismos que luego blanquean su dinero ensangrentado y
cenan como caballeros respetables en los mejores restaurantes.
También quiero hablarles de otras situaciones destructivas que se están metiendo en los
sectores más pobres pero afectan a todas las clases sociales: las apuestas online y el mal
uso de las redes. Me da tanta tristeza ver que los partidos de fútbol y las estrellas
deportivas promueven plataformas de apuestas. Eso no es un juego, es una adicción. Es
meterle la mano en el bolsillo a la gente, sobre todo a los trabajadores y los pobres. Eso
destruye familias enteras. Cuídense de eso y cuiden a los demás. Cuéntenle a todos lo
que me contaron a mí, expongan las enfermedades mentales, la desesperación y los
suicidios que causa que en cada casa haya un casino a través del celular.
Es una de las cosas malas que trae la tecnología que, por otro lado, hace tanto bien. Hay
que buscar un equilibrio ahí, no puede quedar librado a la lógica de la ganancia. A los
empresarios de la tecnología informática, de las plataformas digitales, de las redes
sociales, de la inteligencia artificial, les pido: dejen la arrogancia de creer que están por
encima de la ley. Sean respetuosos de los países donde funcionan y sean responsables de
lo que pasa en las plataformas que controlan.
Ustedes tienen la obligación de evitar la propagación del odio, la violencia, las falsas
noticias, la polarización extrema y el racismo. También tienen la obligación de evitar que
las redes se usen para diseminar la ludopatía, la pornografía infantil o facilitar el crimen
organizado. No pueden expoliar para su exclusivo beneficio los datos que brindan los
ciudadanos o que crean las entidades públicas sin devolver algo a los pueblos. Por favor,
no se crean superiores y paguen los impuestos.
Toda fortuna es producto del trabajo de muchas personas y muchas generaciones, de
inversión pública en conocimientos científicos y del desarrollo estatal de infraestructura.
Todas las “maravillas” que hoy tenemos son en parte fruto del ingenio empresario, pero
también de la más humilde madre de familia que crió a los hijos de sus obreros. Por eso,
además de necesario, es justo que se distribuyan los frutos de tanto esfuerzo
intergeneracional y colectivo entre todos los integrantes de la sociedad.
Quisiera entonces recordar la propuesta de ustedes, el Salario Básico Universal para que,
en tiempos de automatización e inteligencia artificial, en tiempos informalidad y
precarización laboral, nadie esté excluido de los bienes básicos necesarios para la
subsistencia. Eso es compasión, sí, porque no se explica sin amor… pero además es de
estricta justicia.
Para finalizar, queridos hermanos, queridas hermanas: todos hemos cambiado en estos
años, algunos están más maduros, otros estamos más viejos. Les confieso algo que pienso
mucho últimamente, tal vez sea la edad… ¡Cómo quisiera que las nuevas generaciones
encontrasen un mundo mucho mejor al que recibimos nosotros! Sin embargo, tal vez
podría decirles que nuestra posteridad va a recibir uno peor: ensangrentado por guerras y
violencia, herido por una creciente desigualdad, devastado por la expoliación de la
naturaleza, alienado por modos deshumanizados de comunicación, completamente
desinformado por formas interesadas de gestión de la información, sin paradigmas
políticos, sociales y económicos que marquen el camino, con pocas utopías y enormes
amenazas.
En ese contexto, me da esperanza verlos sostener las banderas de tierra, techo y trabajo.
Se los agradezco.
También sé que han cambiado la composición del comité del Encuentro, que han pasado
la posta a otros dirigentes más jóvenes, también me gusta eso. Por favor, no caigan
ustedes en el vicio de la acumulación. No caigan en el error de acaparar espacios y
aferrarse a ellos. Siempre impulsen procesos, procesos que se renuevan
permanentemente. El tiempo no traiciona nunca cuando somos conscientes que el
camino no empieza ni termina con uno.
Nuestro camino sigue soñando y trabajando juntos para que todos los trabajadores
tengan derechos, todas las familias techo, todos los campesinos tierra, todos los niños
educación, todos los jóvenes futuro, todos los ancianos una buena jubilación, todas las
mujeres igualdad de derechos, todos los pueblos soberanía, todos los indígenas territorio,
todos los migrantes acogida, todas las etnias respeto, todos los credos libertad, todas las
regiones paz, todos los ecosistemas protección. Es un camino permanente, habrá avances
y retrocesos, habrá errores y aciertos, pero no tengan duda: es el camino correcto.
Les hablo con sinceridad y desde lo más profundo de mi corazón: rezo por ustedes, rezo
junto a ustedes, y le pido a nuestro Padre Dios que los proteja y los bendiga, que los llene
de su amor y los guíe en su camino, otorgándoles generosamente esa fuerza que nos
sostiene, esa fuerza que es la esperanza. No nos cansemos de decir: ¡Ninguna persona sin
dignidad!
Y, por favor, recen por mí. Y si alguno de ustedes no puede rezar, que me mande buena
onda. Gracias.