Los mitos del ajuste
Paro general de la CGT, Buenos Aires, 25-6-18 (Eitan Abramovich/AFP)
Estrategias del gobierno para comunicar el recorte.
Decidido a achicar el gasto y contraer la economía, el macrismo recurre a la elusión: sostiene que el ajuste es resultado de lo que “nos pide el mundo” y busca desplazar la responsabilidad a la víctima.
Por Martín Rodríguez*
El liderazgo de Mauricio Macri parece atornillado a una idea completamente ambigua: liderar sin que se note. Veamos un ejemplo último: el cambio de gabinete económico se anunció un sábado mundialista a la tarde/noche, y la toma de juramento se hizo un par de horas antes del partido de la selección contra Croacia. Se podría decir cuál es la política de comunicación: el gobierno invisible. Y esto no ocurre en cualquier momento sino en el peor momento de estos dos años largos de gestión, cuando los índices de aprobación y expectativa caen como consecuencia de una devaluación, una corrida cambiaria y una inflación galopante que fue frenada con una decisión política de envergadura… la vuelta del FMI.
La novedad del nuevo ministro de Producción, Dante Sica, es que viene del peronismo y que su nombramiento propone fortalecer a priori un perfil más industrialista, más cercano incluso a las PyMES, en un contexto de deliberado ajuste. Diríamos que pasamos del “crecimiento con inclusión” al “ajuste con crecimiento”. ¿Será posible? El economista y divulgador Martín Kalos nos dice al respecto de las primeras preguntas que nos hacemos: ¿por qué el gobierno cree que ajustando se puede crecer?, ¿cuáles son los problemas de la economía actual tal como los diagnostica Macri? Sostiene Kalos: “A la primera pregunta se puede responder con un glosario clásico: tienen la visión de que el Estado es una traba para el crecimiento porque absorbe recursos que el sector privado podría utilizar de forma más eficiente. Menor carga tributaria implicaría más recursos para la inversión de las empresas. La segunda pata es que el neoliberalismo culpa como raíz última de los desequilibrios macroeconómicos a un Estado ineficiente. El síntoma principal es la inflación, que se deriva de la emisión monetaria, a la vez que la emisión monetaria se deriva del déficit. Por lo tanto hay que dejar de emitir, y para eso hay que bajar el déficit, y financiarlo vía deuda y no vía emisión. Esto tiene patas cortas, porque la emisión no es la única causa de la inflación, como el dólar y las tarifas lo demuestran en estos tiempos. Y por supuesto que la baja del déficit genera una contracción económica.”
¿Y dónde está el piloto?
Veamos el uso del lenguaje oficial. En sus discursos, Macri habla de que el mundo pide, “nos reclama” más velocidad, que los argentinos “incumplen” su palabra (básicamente: que no pagan las deudas que toman sus gobiernos) y remonta la herencia recibida a “70 años”. Textualmente: “También es importante y tenemos que asumirlo como desafío que no puede ser que toda la confianza y la relación con el mundo esté planteada desde el Gobierno y su Presidente”.
¿Qué significa esta elusión? ¿Por qué el gobierno no figura como sujeto? El autodefinido gradualismo económico apuntó a evitar el shock y la crisis, pero ahora el gobierno necesita hacer un shock de ajuste porque la crisis terminó llegando, con el problema de que el ajuste producirá la crisis que se buscaba esquivar. Hay algo de huevo y gallina en la percepción de esta crisis, porque tal vez estemos hablando de dos crisis distintas: una, la económica, nacida de un problema estructural realmente heredado (la restricción externa), y otra, la social, que es la crisis que produce inevitablemente un “ajuste estructural”. La economía gradualista resultó una manta corta que se movía de acuerdo a estas dos situaciones simultáneas.
Desde una posición progresista es fácil hoy criticar al gobierno. Porque supone reponer todos los eslóganes y rutinas de resistencia cíclica al ajuste cíclico que llega: en la Argentina, cada cierto tiempo, se ajusta. Están todas las pelotas servidas para que la voracidad de la crítica se los coma crudos. Frente a esta realidad, ¿cómo reaccionó el gobierno? Intentando mantenerse al margen de la crítica. El imaginario de país de Cambiemos termina donde empieza el imaginario de la izquierda social. Es inevitable advertir en este tiempo la imagen de un poder que se presenta “tercerizado”, diluido. “El mundo nos pide”, “los argentinos incumplimos la palabra”. El desafío oficial no es sencillo: ¿cómo se comunica un ajuste?
Otro ejemplo de este poder invisible surge con la votación del aborto: ¿qué quiere exactamente Macri? Abre la discusión pero no garantiza los votos, se proclama “imparcial”. El politólogo Luis Tonelli, cercano al macrismo, publicó mientras el proyecto se debatía en Diputados un artículo titulado “Liderazgo político se busca” (1). Cito a Tonelli en su análisis decepcionante sobre el sistema de decisiones presidencial: “El Poder Ejecutivo cuenta con recursos de poder que no tiene ningún diputado o senador. Que ni siquiera tienen las autoridades de bloque. Cuenta con recursos para influir sobre la opinión pública como ningún publicista. Y le fue conferido este poder no precisamente para ser ‘neutral’ sino para que gobierne (que como se sabe, etimológicamente, significa “llevar el timón”). Si el Presidente, ante esta situación de empate, hubiera intervenido, seguramente otra habría sido la situación”.
Los mitos del ajuste
El economista y empresario Gustavo Lazzari publicó en mayo un texto acerca de la presión impositiva del sector privado (2). Dijo: “Sobre el sector privado pesan 96 impuestos. Si les sumamos el nuevo invento del impuesto a la renta financiera ya son 97 y si agregamos la nueva tasa por circular en el microcentro porteño, 98. Así, el 43% de los alimentos son impuestos, junto al 58% de los autos, el 50% de las viviendas, el 55% de las naftas, etcétera. ¡Hasta los créditos subsidiados pagan impuestos! Esos impuestos contribuyen en parte a financiar a 20 millones de personas que viven de las espaldas de sólo 8 millones de contribuyentes privados. No es momento ni oportunidad para analizar las 20 millones de razones que explican ese gasto. Lo único que importa es que 20 es mayor que 8. Y, por lo tanto, insostenible.”
El razonamiento es ilustrativo de una forma de ver las cosas, pero falaz. ¿Un jubilado que aportó durante años cuando compra sus alimentos no paga impuestos? ¿Una madre jefa de hogar cuando compra la leche no paga IVA? Pero la fórmula –8 millones sostienen a 20 millones– es contundente. Y sin embargo, al revés de lo que dice el autor, sí es momento de pasar en limpio esa cifra, porque en ese razonamiento anida el intento de hacer “popular” el ajuste. Este es el punto que sostiene el andamiaje conceptual con el que se pretende sostenerlo, o al menos espesar su caldo de cultivo: la identificación de privilegiados versus castigados, víctimas fiscales que sostienen la vagancia. Todo ajuste explora su consenso. La famosa cuenta de cuántos empleados tiene la biblioteca del Congreso se repite a condición de convertir la cifra global (este paquete de “20 millones”) en un colectivo gigante de ñoquis.
En abril del año pasado, Clarín publicó un informe bajo el título “Más de 21 millones de personas cobran del Estado”. Escrito por Ismael Bermúdez, que es más creíble que el diario, el artículo comenzaba así: “En forma directa, el Gobierno nacional, las provincias y los municipios pagan sueldos a 3,6 millones de empleados. Por su parte, la ANSeS abona jubilaciones, pensiones y prestaciones sociales a otros 15 millones de personas. Y entre jubilados provinciales –de cajas no transferidas a la órbita nacional, como provincia de Buenos Aires, Santa Fe o Córdoba–, retirados y pensionados de las Fuerzas Armadas, policías y fuerzas de seguridad y planes sociales y planes de empleo reciben pagos otros 1,5 millones de personas. En total, son poco más de 21 millones de personas, casi la mitad de la población argentina”.
Cada ajuste tiene sus mitos. Repasemos tres mitos que buscan generar el consenso necesario para el ajuste actual, pero que se caen por sí mismos.
El primero, que ya anticipamos: “20 millones cobran del Estado y sólo 8 millones de privados pagan impuestos”.
Argentina cuenta con una población económicamente activa de 13 millones de personas. El ministro de Modernización, Andrés Ibarra, dijo el año pasado que hay 3 millones y medio de empleados públicos, de los cuales la mayoría son provinciales. Sólo hay siete provincias en donde hay más empleo público que privado: Corrientes, Chaco, Santiago del Estero, Jujuy, La Rioja, Catamarca y Formosa. Los distritos donde se impone holgadamente el empleo privado son CABA, Córdoba y Santa Fe (3). Y un informe del Ministerio de Trabajo indica que en todo el país hay 65% de empleo privado y 35% de empleo público. Ergo: en la cuenta difundida de esos “20 millones” se coloca una población completa con diversas formas de cobro: desde perceptores de la Asignación Universal por Hijo (AUH) hasta jubilados, desde pensionados por discapacidad hasta ex veteranos de guerra, desde empleados judiciales hasta policías o bomberos, desde médicos hasta maestros.
Segundo mito: “Se perdió la cultura del trabajo”.
En el mundo se discute el “fin del trabajo”, la robotización, la inteligencia artificial. Por supuesto que se modificó la cultura del trabajo fordista, aunque Argentina todavía no ha completado el salto tecnológico. Pero los estudios confirman que no existe evidencia empírica de que la AUH (y “los planes” en general) desincentivan la búsqueda laboral (4). La AUH otorga 1.493 pesos mensuales por hijo, por lo que queda claro que millones de padres y madres que perciben ese derecho además lo complementan con otros ingresos, en general en el mercado informal.
Tercer y último mito:“Tienen hijos para cobrar planes”.
Promedio de hijos de beneficiarios de AUH: dos (5).
El largo rodeo lleva a una conclusión. Deliberadamente o no, conscientemente o no, el gobierno sabe que para ajustar es necesario transferir la culpa a la víctima.
El tercio de los sueños
En el mayo negro del gobierno, Carlos Pagni entrevistó a Luis Betnaza (director corporativo de Techint y vicepresidente de la UIA) sobre tarifas y energía, pero la conversación viró hacia la cuestión social, hacia “el 30% de pobres”.
—¿Qué significa para una empresa como ustedes, para los empresarios en general y para una institución como la UIA, estar instalados en un país que tiene 30% de pobreza?
— Te voy a decir una cosa porque a veces nos confundimos un poquito los tantos. Nosotros estamos en muchos países. En muchos países tenemos inserción industrial y en muchos países nos va muy bien. En otros no tanto, hemos tenido experiencias muy traumáticas como es el caso de Venezuela. Pero en el rango de pobreza de América Latina Argentina no es el peor alumno, eh. Tenemos países con rangos de pobreza mucho más elevados, especialmente los más importantes.
La respuesta de Betnaza, tan sensata como indolente, refleja la idea de que un treinta por ciento de pobres no es tan grave. El triunfo de Cambiemos, como sostiene Pablo Touzon, es la consecuencia de la democracia de la desigualdad, no su causa. El Club de los Melancólicos de la Argentina Igualitaria podría ser el nombre de un programa de música los sábados a la noche en 26TV para repasar viejos “éxitos” de Víctor Heredia. Pero hay algo más indomable: los pobres en Argentina también se organizan. Alejandro Galliano describió fríamente esta suerte de “pacto” de la post crisis (6): “A la Argentina le sobra gente. Unos veinte millones, más o menos. […] A la Argentina le sobra esa gente que creció a la sombra de nuestras dos últimas décadas ganadas, y de las varias décadas perdidas, en donde el abandono les entumeció todas esas capacidades y voluntades que hacen que el mercado se interese por un individuo. Millones de individuos racionales que cada día miden la utilidad marginal de las opciones que les da la escasez: ser repositores en el supermercado chino, cortar el pasto para la municipalidad, pedir un plan o delinquir. Personas que cuentan cada hora del día en monedas y cada día de la semana en billetes que serán gastados inmediatamente. Sin ahorro no hay acumulación, sin acumulación no hay tiempo, sin tiempo no hay progreso, sin progreso no hay Historia, sin Historia no hay Nación. A la Argentina le sobra gente sin Historia.”
La pregunta más dura podría reformularse así: ¿quiénes somos “necesarios” en Argentina? Lo dice Galliano: “la pesadilla posindustrial de una sociedad en donde casi nadie es necesario y donde casi toda actividad es inútil. Es la pesadilla que sueña el país sojero, competitivo y pujante cada vez que paga impuestos”.
Ese es el abismo conceptual en el que se elabora y reelabora, con capas y capas de sentido, el ajuste: separarnos entre útiles e inútiles. 20 millones de zombies rodeando a 8 millones de argentinos brillantes. Y sin embargo, a veces ese discurso, constante como una gota de agua, deja paso a destellos de conciencia. Como cuando, frente al paro nacional del 25 de junio, Nicolás Dujovne difundió la insólita cifra de cuánto le cuesta al país esa huelga (¿cómo lo calculan? ¿dividiendo el PIB por 365?). Digamos que lo bueno de saber “cuánto cuesta un paro” es que por fin acepta el gobierno lo que nunca dice: que los trabajadores también producen riqueza.
1. http://7miradas.com/liderazgo-politico-se-busca/ 2. http://www.eleconomista.com.ar/2018-05-las-espaldas-del-sector-privado/ 3. La Nación, Buenos Aires, 17-4-17. 4. Según un informe elaborado por la ANSES y Unicef (La Nación, 11-7-17) . 5. Clarín, Buenos Aires, 25-7-17. 6. www.panamarevista.com * Periodista. Fuente © Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

