Los armeros de la revolución. 2da parte.

VisiónPaís/ octubre 21, 2018/ Sin categoría

Por Bruno Pedro De Alto

Los civiles y militares que llevaron adelante el abnegado esfuerzo de armar y equipar los ejércitos de la independencia, eran en su amplia mayoría extranjeros, no habían nacido en suelo patrio. Este genérico nombre de “armeros” que se les brinda en este texto disimula una variedad amplia de orígenes, saberes, prácticas y oficios.

Desde un rol técnico, los alemanes Lamping y Frye, eran armeros de oficio y se los trajo al país explícitamente para ello, como lo era también el ya radicado español Manuel Rivera; en cambio el español Simón Araoz, era un fundidor sin experiencia previa en armas. Carlos Cerone, italiano afincado en Buenos Aires, era un artesano con amplios conocimientos mecánicos, que incluía la reparación de armas. El terco Francisco de Eguren, español, a fuerza de retos y críticas del mismísimo Manuel Belgrano, transformó su habilidad manual en oficio de armero. Para crear y conducir estas fábricas el gobierno se apoyó en revolucionarios, hombres de confianza con ciertos atributos en artes y oficios. Domingo Matheu y Ángel Monasterio, españoles liberales; el barón de Holmberg, austríaco; James (Diego) Paroissien, inglés, y finalmente los argentinos Esteban de Luca, José Antonio Álvarez Condarco y el Fray Luis Beltrán.

Hoy presentamos las historias del Barón de Holmberg, de Esteban de Luca. Ángel Monasterio, Diego Paroissien y José Antonio Álvarez Condarco.

Barón de Holmberg

El Teniente Coronel de Caballería José de San Martín arribó a Buenos Aires el 9 de marzo de 1812 a bordo de la fragata inglesa George Canning. Con él llegaron también otros militares para ofrecer sus servicios a la causa de la Independencia Nacional: Alvear, Zapiola, el marqués de Coupigny; Vera; Chilavert; Arellano y Eduard Ladislaus Kaunitz von Holmberg: el Barón de Holmberg.

Holmberg había nacido en el Imperio Austríaco. Se formó en las academias militares de la poderosa Prusia, allí participó durante las guerras napoleónicas pero sintiendo que no progresaba militarmente en Alemania migró a España, donde se enroló en las Guardias Valonas, cuerpo de infantería de élite. Sin embargo, lo real era que España fomentaba las carreras militares de los nobles españoles y relegaban a extranjeros y americanos, de quienes desconfiaba con fundadas razones: durante la Invasión Napoleónica a España, el Barón se refugió en Cádiz donde se encontraban muchos de los futuros militares de la independencia americana y tal vez formando parte de la Logia de Caballeros Racionales Nº 7, que conducía Alvear e integraba también San Martín. El resto es sabido: todos ellos en Londres en 1811, y en Buenos Aires en marzo de 1812.

No bien arribó Holmberg a Buenos Aires, fue inmediatamente destacado al Ejército del Norte a las órdenes de Belgrano. Hablaba con un fuerte acento alemán, y muchos ni siquiera escribían correctamente su nombre y apellido. Belgrano confió en su formación y personalidad para aplicar una disciplina severa a los noveles ejércitos revolucionarios, pero con esto se hizo odiado en el Ejército y a la larga, justificó su separación en septiembre de ese mismo año. Se le había conferido el grado de teniente coronel y fue designado “Jefe de Estado Mayor en todo lo concerniente a Artillería e Ingenieros”; resultando entonces que un barón austríaco fue el fundador del Arma de Ingenieros del Ejército Argentino. Holmberg logró en el Río de la Plata lo que había fracasado en Europa: ascensos y poder de mando. También puso bajo sus órdenes el Parque y la Maestranza.

Con dedicación y minuciosidad el barón inventarió las existencias que ya se han citado y con ello permitió elevar un petitorio de las necesidades más urgentes, mientras resolvía infinidad de problemas de mediana complejidad en la fábrica. Su temple, prolijidad, y su eficiencia, lo envisten como el hombre ideal para cubrir el rol que salde el enorme déficit que tiene el casi desmembrado Ejército del Norte: su artillería. Suma como tarea, el 20 de mayo de 1812, la dirección de la fundición de Jujuy, llegando a producir morteros, obuses y dobles culebrinas.

Sin haber sido fundidor, tampoco de formación académica como artillero, se convierte en el creador del arma, con sentido común y apoyado en sus libros: “Les Mémoires d’artillerie” de Pierre Surirey de Saint Remy “Manuel de L’artilleur” de Chevalier D’Urtubie.

El Barón también introdujo el estudio de la botánica en la Argentina. Trajo varias plantas, bulbos y semillas de especies desconocidas, inquietud que heredaron luego sus descendientes. Sus servicios a la Patria continuaron hasta el 1853, año en que muere, pero siempre teniendo mejores satisfacciones como organizador que como combatiente.

Esteban de Luca.

Hijo de un italiano y una criolla. Su padre se desempeñaba como funcionario de aduana y era además dueño de uno de los principales comercios mayoristas de la ciudad portuaria. Entonces, Esteban de Luca nació en 1786 en la ciudad Buenos Aires, en el seno de una familia pudiente y vinculada.

Estudió en su ciudad natal. De Luca egresó del Real Convictorio Carolino, el Real Colegio de San Carlos, donde fue condiscípulo de Florencio Varela, Vicente López, Bernardino Rivadavia, Manuel Dorrego y Tomás Guido entre otros. La posibilidad de estudiar filosofía, al igual que muchos otros jóvenes porteños, lo acercó a la posibilidad de hablar y reflexionar sobre política, y en el caso particular de la mirada desde Buenos Aires, la relación de la Colonia con la Metrópoli. Ya terminados los estudios, en 1805, sin premuras económicas, colabora en los negocios familiares, escribe y participa de las tertulias.

Sin embargo, las Invasiones Inglesas lo llevaron a tomar las armas y se enroló en Tercer Batallón de Patricios del Cuerpo de Patricios. Logra ser dado de baja con grado militar: Subteniente de Bandera, cargo honorífico que no estaba necesariamente ligado a acciones de combate, pero que supo usar en su desarrollo como patriota. Esteban de Luca, ingresó a la Escuela de Matemática, donde se encontró con los contenidos militares de artillería y dibujo que requerirá en sus futuros oficios. Entre los docentes de la escuela, estaba Ángel Monasterio con quien se vinculó y fue colaborador en los inicios de la Fábrica de Cañones. También sumó su saber a la Fábrica de Fusiles. Se puede suponer que sus contribuciones están ligadas al dibujo y diseño de las armas, copiando de modelos disponibles como fue el caso del fusil Tower que había sido incautado al regimiento 71 de escoceses, principal cuerpo de la primera invasión inglesa.

En 1814, la Junta de Gobierno lo ascendió al grado de sargento mayor de Artillería, y en 1816 lo designó director en reemplazo de Matheu. El acta de la Junta expresa que de Luca:

“ha dado un impulso rápido a los ramos más importantes de este establecimiento, presentando en los ensayos de las armas construidas bajo su dirección un testimonio recomendable de sus talentos, dedicación y celo«.

Este cargo lo desempeñó hasta que a causa de una conspiración militar contra el gobierno con participación de numerosos oficiales destacados, su actuación como director de la Fábrica de Armas no agradó ni a los conspiradores ni al gobierno. Este último lo acusó de conspirar junto a Alvear para derrocarlo, aunque fue sobreseído.

Más conocido por su afición poética, de Luca empezó a publicar poemas y marchas patrióticas en los periódicos de su época. Era amigo de otro joven poeta, Vicente López y Planes. Contrajo matrimonio con una mujer rica y activa, que más tarde sería una de las fundadoras de la Sociedad de Beneficencia junto con Mariquita Sánchez de Thompson. Compuso en 1812 una Marcha Patriótica, que fue entonada como canción patria hasta que la Asamblea General Constituyente de 1813 fijó como tal el actual Himno Nacional, que debemos suponer de mayor calidad musical y poética.

Con el cargo de secretario de la misión diplomática encabezada por el doctor Valentín Gómez, se trasladó a Río de Janeiro y, cuando regresaba, se hundió la embarcación el bergantín Agenoria y Esteban de Luca pereció ahogado en el río de la Plata el 24 de marzo de 1824. La casa en que vivió en el barrio de San Telmo, se conserva aún, y es considerada Monumento Histórico Nacional.

El actual Arsenal del Ejército Argentino, sito en la Avenida Rolón de San Isidro, provincia de Buenos Aires, lleva el nombre del poeta porteño Esteban José Mariano de Luca y Patrón.

Ángel Monasterio

Ángel Augusto de Monasterio nació en Santo Domingo de la Calzada, una localidad de La Rioja, y sus padres provenían del diminuto pueblo de Güemes, de Cantabria. Era una familia de artistas, escultores. En esa dinámica, bajo la orientación de su padre primero y en la Real Academia de San Fernando de Madrid, Monasterio se formó como escultor. Disfrutará distinciones y premios. Estudio ingeniería en Cádiz, recibiéndose al tiempo que asumiría la cátedra de dibujo en la Academia de Guardiamarinas de Cádiz, en 1808, a los 31 años.

Su paso por la Real Academia, fue determinante porque en ella aprenderá las técnicas del vaciado para la fabricación de piezas en metal por coladas en el interior de un molde. El vaciado significa básicamente verter el material en estado líquido en el molde para llenarlo por el peso propio del material de relleno. Con esa técnica, a 10 mil kilómetros de allí y 10 años después, hará los morteros y cañones para armar una revolución.

Si bien en Cádiz lleva adelante una vida académica, el avance de las tropas napoleónicas lo llevan a Potosí donde fue designado como funcionario administrativo. Estando en tránsito en Buenos Aires, los sucesos de Mayo lo envuelven: allí vive su primo Martín Monasterio, héroe en las invasiones inglesas y amigo del futuro integrante de la Primera Junta, Manuel de Sarratea, quien también será su futuro cuñado. No irá a Potosí, y se hará primero colaborador directo de Manuel Belgrano, organizando las baterías de cañones que se instalaron en cercanías de la Villa de Rosario, para la fortificación de las barrancas del río Paraná. Había sido designado como responsable del cuerpo de artillería del Estado Mayor a instancias del Primer Triunvirato en 1811.

Siendo cuñado de Sarratea, accede al cargo de Director de la Fábrica de Cañones de Buenos Aires, que lo ejerce con pericia y profesionalismo. El 22 de julio de 1812 fundió un mortero de bronce y el 15 de agosto una segunda pieza. Luego hará cañones.

Diego Paroissien.

Su nombre real era James Paroissien. Nació en 1783 en Barking, condado de Essex, Inglaterra. Descendía de una familia de refugiados franceses calvinistas, “hugonotes”. Entrenado como médico, aunque no se graduó, se especializó en la cirugía y en el estudio de la química.

En la galería del puñado de armeros y directores de las fábricas de armas creadas por la Revolución de Mayo, Paroissien, es sin duda el personaje más controversial. Su condición de británico, y sus movimientos políticos, lo ponen en la incómoda posibilidad de haber sido un espía inglés, infiltrado o no, entre las filas patriotas. En este plano se juegan las especulaciones, sospechas, certezas y fantasías del rol británico en los sucesos de Mayo. Su estrecha relación con el General San Martín, en gran medida lo pone en parte a resguardo, sin considerar aquellas voces que también involucran al Padre de la Patria en las mismas tramas. Lo cierto es que Paroissien, ocupó lugares claves en la aventura independentista latinoamericana.

Tras la invasión británica de 1806, Paroissien se embarcó hacia Buenos Aires cumpliendo una comisión exploradora minera enviada por la compañía británica «La Potosí, La Paz and Peruvian Mining Association». La reconquista de Liniers, lo obliga a desembarcar en Montevideo, y allí desarrolló actividades comerciales para provecho propio. En 1808 se dirige a Río de Janeiro, vinculándose con el porteño Saturnino Rodríguez Peña, quien estaba involucrado en el proyecto del Foreign Office para independizar el Virreinato del Río de la Plata, coronando a la infanta Carlota Joaquina de Portugal. A su regreso a Montevideo fue detenido y acusado de alta traición, siendo entonces puesto prisionero. El final de su condena la cumple en Buenos Aires, pues cuando llegó al Río de la Plata el nuevo virrey, Baltasar Hidalgo de Cisneros, lo traslada para su enjuiciamiento. En ese proceso fue defendido por Juan José Castelli, quien una vez elegido miembro de la Primera Junta el 25 de mayo de 1810, propició su pronta libertad.

Paroissien se sumó a la expedición que envió la Primera Junta al Alto Perú. Si bien su puesto era como cirujano y director de servicios hospitalarios, en la batalla de Huaqui, también se desempeñó como ayudante de uno de los comandantes de división. Esto, más su asistencia a Juan Martín de Pueyrredón en la apropiación de los caudales de la Casa de Moneda de Potosí; permitió que el Primer Triunvirato, le otorgara la ciudadanía argentina, convirtiéndose así en el primer argentino naturalizado de la historia. Haciendo valer sus contactos y propias capacidades como químico, Paroissien logró que lo designen director la fábrica de pólvora de Córdoba, ejerciendo el cargo entre 1812 y 1815. Allí conoció a San Martín.

Cuando ocurrió la explosión de dicha fábrica en abril de 1815, con el lamentable saldo de varios muertos, el gobierno local le inició un sumario y lo investigó: su origen y sus sinuosos movimientos eran causa de sospecha. Paroissien escapó a Buenos Aires, y allí formó parte del estado mayor general del ejército del Director Supremo Álvarez Thomas. En 1816, reapareció en Mendoza, y allí se sumó a San Martín, que lo designó cirujano jefe y responsable de los servicios médicos del Ejército de los Andes; también fue su médico personal.

Lo acompañó por Chile y Perú. Allí fue encomendado en misión diplomática a Chile, Buenos Aires y Europa, Al llegar a Londres recibieron la noticia de la renuncia de San Martín al gobierno peruano, lo que hacía inútil su presencia allí. No obstante, Paroissien se quedó en Londres, donde recibió a San Martín en la primera etapa de su exilio y le consiguió alojamiento. La relación con el Libertador se extendería, aún con éste en el exilio francés. En la medida que se liberaban territorios, Paroissien se involucra en diversos proyectos de minería propiciados por empresas británicas. En 1827 muere durante un viaje marítimo.

José Antonio Álvarez Condarco

Nacido en Tucumán en 1770, era hijo de un próspero comerciante que también ejerció cargos públicos en aquella Gobernación. Las fuentes disponibles no son precisas en determinar el tipo de estudios realizó, pero se citan conocimientos de física y química. Involucrado en la Revolución de Mayo, adhirió a la filial de la Logia Lautaro que había formado en Tucumán. Ya en Buenos Aires, a fines de 1810 fue comisionado para una misión diplomática en Chile, donde traba contactos con los revolucionarios de ese país. Viaja a Lima, pero fue arrestado en varias oportunidades, lo que lo llevó de regreso a Córdoba. En 1812 se lo nombró Sargento Mayor de Artillería y formó parte del Ejército del Alto Perú y secundó a James (Diego) Paroissien en la fábrica de pólvora de aquella ciudad, hasta el fatídico incendio de 1815.

Pero de aquellos tratos en Chile, y en reconocimiento “al talento raro, y exquisitos conocimientos” en 1813 le llega el encargo del país vecino para se encargue de la Maestranza Chilena en formación. En ese país, Álvarez de Condarco trabaja con el general argentino Balcarce, y éste lo envió con comunicaciones para San Martín, ya en Mendoza, iniciando una larga y confiada amistad.

En Mendoza, Álvarez de Condarco estableció una fábrica para refinación del salitre que allí se podía obtener. Sobre esos avances, en 1814, San Martín ejerciendo el cargo de Gobernador de de Cuyo, y en el contexto de la creación de la Maestranza del Ejército de los Andes, lo pone al frente de la fábrica de pólvora de El Plumerilo. La hará de buena calidad y a costos que significarán un alivio a las arcas del Gobierno.

Su desempeño patriótico continuó junto a San Martín, para luego quedar ligado de por vida con Chile y su incipiente independencia, vivió allí enseñando matemáticas y trabajando en la construcción de caminos. Falleció en 1855, en Santiago de Chile.

Textos del libro: “Tozuda industria nacional. Estudio técnico y social de cuatro casos entre 1776 y 1910” Editoriales Ciccus y Lenguaje Claro (2017).
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