Los armeros de la revolución. 1ra parte

VisiónPaís/ octubre 7, 2018/ Sin categoría

Por Bruno Pedro De Alto

Los civiles y militares que llevaron adelante el abnegado esfuerzo de armar y equipar los ejércitos de la independencia, eran en su amplia mayoría extranjeros, no habían nacido en suelo patrio. Este genérico nombre de “armeros” que se les brinda en este texto disimula una variedad amplia de orígenes, saberes, prácticas y oficios.

Desde un rol técnico, los alemanes Lamping y Frye, eran armeros de oficio y se los trajo al país explícitamente para ello, como lo era también el ya radicado español Manuel Rivera; en cambio el español Simón Araoz, era un fundidor sin experiencia previa en armas. Carlos Cerone, italiano afincado en Buenos Aires, era un artesano con amplios conocimientos mecánicos, que incluía la reparación de armas. El terco Francisco de Eguren, español, a fuerza de retos y críticas del mismísimo Manuel Belgrano, transformó su habilidad manual en oficio de armero. Para crear y conducir estas fábricas el gobierno se apoyó en revolucionarios, hombres de confianza con ciertos atributos en artes y oficios. Domingo Matheu y Ángel Monasterio, españoles liberales; el barón de Holmberg, austríaco; James (Diego) Paroissien, inglés, y finalmente los argentinos Esteban de Luca, José Antonio Álvarez Condarco y el Fray Luis Beltrán.

 

Hoy presentamos las historias de Henry Ferdinand Lamping, Johan George Frye, Manuel Rivera, Carlos Celone, Simón Araoz, Francisco de Eguren y Domingo Matheu.

 

Henry Ferdinand Lamping y Johan George Frye.

Mariano Moreno y sus aliados, debilitados en sus posturas internas de la Primera Junta, son enviados al exterior y emprenden una misión diplomática de relieve: lograr el apoyo de Gran Bretaña y equipar a la revolución con armas compradas a esa potencia. Muerto Mariano en altamar, su hermano Manuel sigue la misión y en Londres resuelve la contratación de artesanos armeros ante la supuesta negativa británica de venderles armas a los independentistas. Manuel Moreno le entregó 700 libras al lobbista John Curtis para contratar, equipar y enviar armeros a Buenos Aires. En 1813 llegarán a Buenos Aires Henry Ferdinand Lamping, alemán residente en Londres y Johan George Frye, quien se lo cita tanto alemán, como inglés. El Triunvirato se hizo cargo de sus gastos y honorarios. Fueron incorporados a la fábrica de fusiles de Buenos Aires. Se sabe que Lamping siguió haciendo prósperos negocios con los sucesivos gobiernos nacionales, armándolos para la larga lista de conflictos que ocurrieron, hasta su muerte en 1852.

 

Manuel Rivera.

Al desencadenarse la revolución de Mayo, la Real Armería de la Plaza se constituye en un recurso clave para los hombres de Mayo. Quienes allí trabajaban, no tuvieron mayor reparo para cambiar de bando. El español Manuel Rivera fue uno de ellos: como maestro mayor de la Real Armería tuvo una destacada actuación como soldado y artesano durante las invasiones inglesas. Manuel Belgrano cuando tuvo a cargo la fábrica de fusiles en Tucumán reclamó intensamente el auxilio de algún artesano competente, pensaba en Carlos Celone, pero la Junta le envía a Rivera, ya con el cargo de Coronel. Éste, en noviembre de 1814, fue también nombrado director de la fábrica de armas blancas de Córdoba.

 

Carlos Celone

Celone, originario de Rivoli, cercana a Turín una ciudad con gran desarrollo de ideas liberales e industrialistas, trajo el oficio de herrero al afincarse en Buenos Aires. En poco tiempo se convirtió en el más reconocido maestro de su oficio y en virtud de su mirada antimonárquica del mundo, contribuyó al esfuerzo militar de la Revolución de Mayo.

Ya se ha dicho que el General Manuel Belgrano en 1811 se quejaba de la falta de formación del personal disponible en la fábrica de fusiles de Tucumán. Su crítica mayor era para Francisco de Eguren, el maestro mayor de la fábrica. Al decir esto, pensaba en Celone que lo conocía de Buenos Aires, pedía que prestara sus servicios para esta fábrica dado que era «muy hábil y tiene conocimientos». A pesar del pedido de Belgrano, Celone nunca fue enviado a Tucumán. Sus planes estaban en Buenos Aires, fue maestro mayor de herrería de la Marina de Estado y su excelente situación económica le permitió construir una embarcación para dedicarla al tráfico fluvial. En febrero de 1813, Celone solicitó y obtuvo permiso para armar en corso su goleta, recibiendo del Parque de Artillería un cañón de a 8 y la necesaria pólvora y munición. La Goleta de Celone fue un buque corsario al servicio de las Provincias Unidas del Río de la Plata durante la lucha por la independencia.

 

Simón Araoz.

La fábrica de cañones de Buenos Aires, si bien estaba al mando del atrevido Monasterio, contó con la eficaz ayuda del español Simón de Araoz, un hábil fundidor, aunque sin experiencia en armas. A fines de 1815, cuando fue necesario traer los cuños de moneda que estaban en Potosí, dado el avance realista, se creó en Córdoba el Establecimiento de la Amonedación, una Casa de la Moneda de entonces. Aráoz se integró a esta organización en calidad de fundidor y acuñador.

 

Francisco de Eguren.

Eguren, venido desde la provincia española de Vizcaya, en el País Vasco, se radicó en Tucumán donde se desarrollaba una importante colectividad del mismo origen que se dedicaba al comercio, a la tierra y en algunos casos, a la milicia. Cuando Clemente Zavaleta deja la dirección de la fábrica de fusiles de Tucumán, que había logrado por autoproclamación y llevado de mala manera adelante por carencias técnicas, Eguren, que era su segundo, se hace cargo. Es que este vasco, conocidos los sucesos de Mayo, fue un entusiasta para que esa gobernación tenga una fábrica de armas; de hecho elevó al poder central un primer plan para erigir el edificio de la fábrica en esa ciudad. Por su tozuda gestión, al finalizar el año 1810 se instaló en Tucumán una fábrica de fusiles o de “Armas de Chispa” como allí la conocieron.

Como Jefe del Ejército del Norte, Belgrano era el responsable de la fábrica, y dio numerosas muestras de disconformidad con la calidad de trabajo allí desarrollado, y en especial sobre la persona de Francisco de Eguren, con quien tenía palabras de crítica muy duras. Los reclamos no satisfechos de llevar desde Buenos Aires un artesano capacitado, le sirvió a Eguren, seguramente un esforzado hombre, mejorar su desempeño a través del tiempo. Dirá finalmente Belgrano:

Ya he dicho antes de ahora a V.E. que para establecer como corresponde la fábrica de fusiles de Tucumán, es necesario un hombre que tenga conocimientos fundamentales en la materia. El vizcaíno Eguren es muy útil; ha servido muchísimo y muy bien, pues a su celo e inteligencia se debe el haber compuesto más de quinientos fusiles antes de la acción de Tucumán y el haber puesto corriente todo el armamento para esta expedición; pero no sale de la esfera de un mero practicón y, por lo mismo, no es suficiente para el perfecto arreglo de la fábrica.

 

Domènec (Domingo) Matheu

El destino de Matheu como hombre de la Revolución de Mayo, a pesar de haber nacido en territorio español, puede ser explicado en parte por su origen catalán, tierra independentista y liberal. Y también por su afincamiento en las tierras americanas, donde supo hacer negocios. Nació en Barcelona, en 1765, y recibió una sólida formación asistiendo a la Escuela de Náutica. Con ese oficio, viaja por las Colonias Españolas, llegando al Río de la Plata varias veces y por lo tanto traba amistades y contactos. En 1793 se radicó definitivamente en Buenos Aires usufructuando el permiso que la corona española le otorgó para comerciar en estas tierras. Se convirtió en uno de los más importantes hombres del comercio porteño.

Matheu formó parte de la Compañía de Miñones, compañía de 146 catalanes radicados en el Río de la Plata que tuvo una activa participación en las luchas contra los ingleses que invadieron Buenos Aires a comienzos del siglo XIX. Desde entonces comenzó a ganar reputación y ello lo llevó a ser nombrado vocal de la Primera Junta de Gobierno y luego presidente de la Junta Grande, reemplazando a Cornelio Saavedra durante su viaje al norte. Financió las expediciones militares al Alto Perú y al Paraguay.

La Primera Junta lo nombró director de la fábrica de fusiles de Buenos Aires. Su formación en matemática y en armas, pero sobre todo su capacidad administrativa lo llevó a ese rol. Más allá del entusiasmo de implantar la fábrica, prontamente Matheu se encontró corto de recursos económicos. Posiblemente en ese momento descubrió porqué la Junta lo había elegido para el cargo: era buen administrador, ordenado, honesto y creativo: para mejorar el presupuesto hace arreglos a armas particulares (se ve que no todos los patricios entregaron las suyas durante la requisa de 1810); se organizó y embolsó la recaudación de una corrida de toros y de una función de la comedia; pidió a través del periódico La Gazeta una colecta; y cuando ya no había donde pedir, Matheu puso dinero propio.

Retirado de la política hacia fines de la década revolucionaria, se dedicó a la actividad comercial hasta su fallecimiento en 1831. La actual Fábrica Militar de Armas Portátiles ubicada en la ciudad de Rosario, Santa Fe, lleva su nombre.

 

Textos del libro: “Tozuda industria nacional. Estudio técnico y social de cuatro casos entre 1776 y 1910” Editoriales Ciccus y Lenguaje Claro (2017).

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