La Universidad piensa y ensaya una computadora argentina. Parte Nº 4.

VisiónPaís/ octubre 20, 2019/ Sin categoría

Por Bruno Pedro De Alto

El Instituto de Cálculo de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA y las enseñanzas de Clementina.

Durante la noche del 29 de julio de 1966 se produjo uno de los hechos más vergonzosos de la historia argentina. La policía, cumpliendo órdenes del gobierno militar de Onganía, desaloja a bastonazos del interior de las facultades a estudiantes, docentes y autoridades legítimas a bastonazos. Uno de los lugares donde más saña se aplicó fue en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales donde se venía desarrollando, en estrecha relación y colaboración con la Facultad de Ingeniería, para la República Argentina un original proceso científico – tecnológico: llevando a cabo trabajos de investigación y desarrollo en el ámbito de la computación. Ocuparse en esos años, dentro de un ámbito universitario, ocuparse en esos años de la computación significaba estar a la par de las vanguardias mundiales del conocimiento.

La creación de nuevos laboratorios electrónicos, el desarrollo de equipamientos propios o la compra de aquellos más actualizados, la construcción de la Computadora Electrónica de la Facultad de Ingeniería de Buenos Aires (CEFIBA), la adquisición de la primera computadora universitaria (Clementina), la formación de grupos de investigación y desarrollo liderados por los mejores científicos argentinos en cada especialidad y acompañados a su vez por jóvenes graduados y estudiantes, el involucramiento con problemas reales y complejos de la sociedad y la industria demostraron que los liderazgos de García, Sadosky y Ciancaglini le dieron por primera vez al país una verdadera experiencia universitaria nacional de desarrollo tecnológico.

Sin apoyo del sector privado, estas experiencias sólo fueron posibles por estar vinculados con los organismos y las empresas del Estado los cuales se actuaron como dinamizadores del desarrollo económico y tecnológico nacional.

La Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA conducida por Rolando V. García fue señalada como la máxima expresión de la universidad “científica” que tuvo el país. Pero como el punto de vista de este libro está puesto en encontrar los desencuentros y encuentros entre la ciencia y la sociedad en general, e industria en particular, es necesario prestarle especial interés al caso particular del Instituto de Cálculo, (IC) donde veremos que como concepto y práctica aportó a la Universidad una verdadera experiencia de ciencia y ciencia aplicada en un mismo proyecto colectivo y con ciertas intenciones de que lo desarrollado se transfiriera a problemas nacionales.

En alguna medida, en concepto y práctica, se emparenta con lo logrado por el Departamento de Ingeniería Electrónica de la Facultad de Ingeniería. Allí Ciancaglini, aquí Sadosky. Allí CEFIBA, aquí Clementina; allí el LabSem, aquí la carrera de computador científico; o allí el Laboratorio de Aplicaciones Electrónicas, aquí la resolución de problemas reales por medio de Clementina.

El rescate histórico ha sido más benévolo y amplio con el Instituto de Cálculo que con el Departamento de Ingeniería Electrónica. Sin duda se constituyó en uno de los centros más dinámicos, tanto en materia de reformas didácticas como de iniciativas de investigación, éstas encaradas por una entidad académica con escasa tradición en la materia.

Manuel Sadosky, en 1940, había terminado su doctorado en matemática aplicada durante su estadía en la Universidad Nacional de La Plata, junto a un erudito matemático, el ingeniero español Esteban Terradas. En 1957, desde su cargo de profesor del Departamento de Matemática promovió la creación del Instituto de Cálculo para impulsar el desarrollo de la matemática aplicada, utilizando los recursos de la computación electrónica automática. El mismo asume su dirección desde donde apuntó a tres objetivos: la compra de la computadora Mercury Ferranti II; la creación de la carrera de Computador Científico, y su funcionamiento como un

Instituto de matemática aplicada para ser una «base» institucional de equipos científicos y redes institucionales para el uso de computadoras. El IC comenzó a funcionar en 1961. Esta terna de objetivos es explicada por el mismo Sadosky:

 

“Desde el principio tuvimos muy claro que la adquisición de una computadora era muy importante pero de una importancia secundaria en relación con el problema esencial que es el de la formación de la gente. Formar un equipo adiestrado en el uso del método científico, capaz de encarar y resolver problemas con métodos nuevos, con autonomía, para no esclavizarse de una máquina y, por consiguiente, de no convertirse en apéndice de una compañía comercializadora, es mucho más difícil y demanda más tiempo que comprar una computadora” [1].

 

“No convertirse en apéndice de una compañía comercializadora” no fue una metáfora de Sadosky dadas las actitudes de IBM a continuación del golpe de junio de 1966.

La computadora Mercury Ferranti tuvo muchos biógrafos y crónicas. A través de ellos sabemos que tenía varias «habilidades». Por ejemplo estaba adiestrada para jugar al nim[2] y no sólo vencía en la mayoría de los casos, sino que acompañaba el anuncio de su victoria con la emisión de algunos acordes de la Marcha Triunfal. Precisamente se hizo acreedora en el ambiente del nombre de “Clementina” porque interpretaba la popular melodía Clementine. Pero los programadores del Instituto de Cálculo también lograron que la máquina fuera capaz de emitir acordes de La Cumparsita.

Imagen N° 3: Fotografía de la computadora Mercury Ferranti, “Clementina”

Cincuenta años después, es fácil describir a Clementina con melancolía y alguna cuota de ironía. La mirada está sesgada por saber como se dio la evolución de la informática y la computación y por ello es inevitable señalar a la computadora Ferranti como un equipo desmesurado y de bajo rendimiento. Este es un lugar común pero evitable. Lo desmesurado era, en realidad, el esfuerzo humano de aquel entonces. Para valorarlo, basta una nota periodística contemporánea, donde la cronista Enriqueta Muñiz visita el Instituto, conoce la computadora y a los hombres que la hacen funcionar. Es una nota, sin sorna, con el respeto que imponía el tema en aquel entonces.

 

¿Cómo es Clementina? El aspecto físico de la primera computadora electrónica que funcionó en nuestro país, no tiene nada de espectacular y destruye cualquier idea preconcebida que se haya formado el profano con respecto a las palabras «robot», «cerebro mecánico» o «autómata». En realidad, se trata de una fila de catorce armarios que se asemejan a los vestuarios de un club y que ocupan una superficie de unos diez metros de largo por medio metro de ancho. Cada uno de esos armarios está lleno de resistencias, cables y válvulas electrónicas, que gozan de una temperatura muy fría, gracias a un enorme generador que funciona en el cuarto vecino y está unido a la máquina por cables subterráneos. Otro sistema de cables vincula a «Clementina» con sus diferentes «piezas»: un mueble inmenso (digamos, otros cuatro armarios), que provee de corriente eléctrica estable a la computadora, y sus dos «memorias». Estas «memorias» pueden almacenar en sus «tambores magnéticos» más de medio millón de dígitos binarios (lo cual, traducido a un lenguaje menos técnico, equivale a 16.000 números de diez cifras, o a unas 25.000 palabras).

En la parte central de la «fila de armarios», puede verse una especie de escritorio donde se sienta el operador. Frente a éste, un complicado tablero oficia de «transmisor de órdenes» a la máquina, y dos visores permiten seguir, en una fantasmagoría verde, el funcionamiento de su famoso «cerebro”.

A ambos lados del escritorio, dos pequeños mecanismos dan entrada y salida a la cinta perforada, lenguaje materno de la computadora. Unida a la «salida», una máquina similar a las de escribir, va traduciendo la cinta perforada a letras, números y signos inteligibles para todos, a la manera de una pequeña teletipo. Al finalizar cada operación, «Clementina» hace oír un melodioso silbato que, según el lenguaje de los técnicos, «ulula»[3].

 

Nuestros actuales conocimientos sobre computación e informática nos señalan permanentemente la clara división entre el software y el hardware: los programas y el equipo. Sin embargo, hace cincuenta años atrás, esa división no era tan clara. La arquitectura de la computadora implicaba también de qué modo se iría a ejecutar el programa, debido a las operaciones que podía hacer cada una de las válvulas y en qué lugar del circuito se colocaban. Esto significaba que, ante cada resolución de problema, los programadores de Clementina estaban señalándole a los ingenieros cómo “reorganizar” la constitución interna de la computadora. De esa manera, se verificó la importancia de contar dentro del Instituto de Cálculo con un equipo de ingenieros electrónicos.

Más específicamente, Manuel Sadosky recuerda a sus colaboradores:

 

“Hubo un grupo peculiar, que denominamos de Ingeniería Electrónica, que si bien tuvo como primera y primordial tarea asegurar el funcionamiento del equipo Mercury, cosa que hizo con excepcional eficiencia durante cinco años, excedió los marcos de esa labor realizando trabajos de Investigación y Desarrollo que permitieron complementar y perfeccionar el equipo. Este grupo fue dirigido por el ingeniero J. Paiuk. Entre los más importantes trabajos realizados se abocaron al diseño y la construcción de equipos periféricos que permitieron incrementar las velocidades de entrada y de salida del sistema Mercury y la construcción de un convertidor de tarjetas a cinta con el cual se facilitó la realización de aquellos trabajos cuyos datos estaban contenidos en fichas Hollerith”[4].

 

Ya hemos señalado que el tercer objetivo del Instituto de Cálculo era que el mismo funcionara como un Instituto de matemática aplicada, donde Clementina se encargaba de hacer cálculos matemáticos aplicados a otras ciencias o a la Ingeniería. Por ejemplo, la aproximación de funciones, la resolución de ecuaciones algebraicas o de sistemas de ecuaciones lineales, la integración de funciones o de ecuaciones diferenciales, el cálculo de regresiones y de correlaciones, el uso del métodos en diversas aplicaciones, la programación lineal, la formulación de modelos y de diversas simulaciones de procesos.

Con aquella única computadora universitaria argentina se organizaron equipos de trabajo formados por investigadores y académicos de larga trayectoria, con jóvenes graduados y estudiantes. “Fundamentalmente se tenía una apertura a la resolución de problemas concretos”, como decía el mismo Sadosky, no “elucubraciones abstractas”. En ese sentido, solía explicar que en el IC se habían dado dos líneas de trabajo para la resolución de problemas. Por una parte se recibían los problemas presentados por investigadores de cualquiera de las Facultades de la Universidad o de Instituciones Nacionales con las cuales se hallaba vinculado. Y por otra parte, se abrían distintos frentes de trabajo que encaraban problemas reales, propios teniendo en cuenta las características del personal del que disponía el Instituto. De allí nacieron los grupos de Economía Matemática, dirigido por el doctor Oscar Varsavsky; quien además junto a Julian Aráoz Durand se hacía cargo del de Investigación Operativa, el de Estadística, dirigido por el profesor Sigfrido Mazza; de Mecánica Aplicada, a cargo del Ingeniero Mario Gradowczyk; de Análisis Numérico, bajo la tutela del Ingeniero Pedro Zadunaisky; de Sistemas de Programación, dirigido por Wilfred Durán; y de Lingüística Computacional liderado por la Ingeniera, Eugenia Fisher.

La constitución de los grupos de trabajo del Instituto, incluso el de Ingeniería electrónica estaban formados por personas con diversos orígenes académicos, y la posibilidad de acceder a la computadora por parte de investigadores ajenos al Instituto, como estrategia implícita permitió que se desarrollaran nuevas e inéditas relaciones interinstitucionales en el ámbito nacional e internacional.

Esto se confirma repasando el listado de instituciones que accedieron y solicitaron el servicio del Instituto a través de Clementina: las Facultades de Ingeniería, Filosofía y Letras, y Ciencias Económicas de la UBA; las Universidades de La Plata, del Sur del Litoral y de Córdoba; con la CNEA, el INTA, el INTI, YPF, el Consejo Nacional de Desarrollo, Agua y Energía Eléctrica. En el extranjero, la Universidad de la República, del Uruguay la Universidad Central, de Venezuela, y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).

Todos estos servicios, que se produjeron en sólo cinco años (desde junio de 1961 a junio de 1966) requirieron una organización que fue evolucionando desde sus inicios hasta el final, fundamentalmente por el incremento de su uso:

 

“La organización del servicio de cálculo y la dirección de los programadores estuvo a cargo de García Camarero. Como jefe de programación era el responsable del análisis funcional de los problemas y de los programas realizados en el Instituto de Cálculo, del buen uso de la sala de máquinas, y de la programación y distribución de los tiempos. La marcha general del servicio de cálculo quedó determinada en organigramas y normas de organización, entre las que se incluía la formación de operadores, y el mantenimiento e incremento de la biblioteca de programas” [5].

 

La complejidad de la atención de los servicios exigió ya en1961 la creación de una jefatura que estuvo a cargo de la doctora Rebeca Guber.

Clementina, recién llegada, era subutilizada en cuanto a la aplicación de servicios. Cada prestación, constaba de un problema de resolución matemática que primero debía ser planteado para luego programarlo sobre la computadora. Solo una vez logrado esto se la ponía en acción para operar. Su puesta en marcha era compleja, el proceso de arranque llevaba alrededor de dos horas hasta que alcanzaba la temperatura y se estabilizaba. Hay que recordar que la Ferranti funcionaba a válvulas de vacío. Si se lograba garantizar la estabilidad del sistema, se podían obtener hasta 20 horas de ejecución de un programa de manera continua. Aunque a veces no:

 

“Un programa relativamente complejo, por ejemplo, la inversión de una matriz, podía llevar una siete u ocho horas. (…) Cuando lograbas que funcione más de cinco horas seguidas era un evento, una proeza[6].

 

Todos esos avatares y dinámicas de equipo logradas para garantizar su funcionamiento, justificaron y fortalecieron al equipo de Ingeniería Electrónica, el cual estaba compuesto por cuatro ingenieros conducidos por Paiuk. Cada uno de ellos realizaba turnos de 6 horas para cubrir la jornada de 24 los días en que Clementina estaba funcionando.

En pocos años, Clementina se hizo popular en el ámbito científico y en el mismo Estado y se la buscaba para que resolviese problemas. De esta manera su uso fue evolucionando:

 

“Al principio, como la gente no sabía usarla, había muchísimas horas libres. Después la gente comenzó a usarla. ¿Aplicaciones en las que se usó? Los modelos econométricos de la gente de Economía, modelos de flujos hidráulicos (que eran espantosamente complicados). Había un grupo de estadística que hacía análisis de datos para el censo del año 1960. La usaba Gino Germani, el famoso profesor que trajo la sociología científica al país. Había grupos de medicina y algunos de ingeniería. Para 1962 -1963 empezó a haber grupos de ingeniería más avanzada, a los cuáles les vendíamos una hora y ayudábamos a resolver los problemas de estática, de estabilidad. En aquella época comienza a difundirse la computación para cálculo de edificios, lo que se llama mecánica computacional. Para 1966, había que pelearse por media hora de máquina[7].

En el siguiente cuadro, se resumen aquellos trabajos que han sido citados como relevantes durante dirección de Sadosky. En él se detalla el organismo que demandó el servicio, y el tipo de servicio realizado. Al incluir en el cuadro el origen de la empresa o institución pueden observarse las institucionalizaciones que han hecho algunos gobiernos de sus iniciativas de desarrollo económico. Son esas instituciones las que habían podido generar demandas acordes a las capacidades del IC.

Otro aspecto interesante del funcionamiento del IC, fue el resultado económico obtenido de la venta de dichos servicios. El Instituto se permitió un reglamento para realizar actividades aranceladas. Durante el período 1964 – 1965, mientras la Universidad proporcionó $ 5,2 millones al Instituto, los ingresos propios superaron los $ 12 millones. Una cifra relevante si se tiene en cuenta que el costo de Clementina había sido poco mas de $16 millones

El planteo de los problemas reales presentados, las estrategias de matemática aplicada, y los resultados del cómputo realizado por la computadora, eran un cuerpo de nuevos conocimientos que merecían su divulgación, y el Instituto a partir de agosto de 1964 comenzó a publicarlos en una serie especial:

Publicaciones más relevantes del Instituto del Cálculo

Además se publicaron 5 Boletines Internos del Grupo de Economía y varios fascículos especiales con informes encomendados por la Dirección Nacional de Vialidad.

El aporte del Instituto de Cálculo a la divulgación de aplicaciones de la computación, utilizando matemática aplicada o desarrollo ingenieriles a problemas concretos de la Argentina, llegó a revistas especializadas del país y del extranjero[8].

Finalmente, la voluntad manifiesta de Manuel Sadosky de crear un instituto de matemática aplicada que fuera una base organizativa con redes institucionales, con equipos científicos formados en el uso del método científico, capaces de encarar y resolver problemas con métodos nuevos, de modo autónomo, se expresó nítidamente con la calidad y trayectoria de los recursos humanos formados por el Instituto de Cálculo.

En primer lugar se destaca la estrategia de realizar las actividades de investigación y docencia poniendo en contacto a investigadores y académicos de larga trayectoria con jóvenes graduados y estudiantes. Así se establecieron fuertes relaciones maestro – discípulo, que continuaron más allá de 1966[9].

[1] Entrevista a Manuel Sadosky. “Cinco años del Instituto de Cálculo de la Universidad de Buenos Aires”. En Revista Ciencia Nueva N° 17. Julio 1972.
[2] El Nim es un popular juego de estrategia entre los matemáticos que suele jugarse con fichas, monedas o fósforos.
[3] Enriqueta Muñiz. “Clementina. Bajo este nombre familiar, debido al humor de un grupo de técnicos, una muy poderosa computadora electrónica presta eficaces servicios al país y asombra a quienes son profanos jugando en sus ratos libres”. Revista Vea y Lea. Diciembre 1962.
[4] Entrevista a Manuel Sadosky. Ibíd.
[5] Hernán Czemerinski. “Clementina. La llegada de la computación a la Universidad de Buenos Aires. Monografía Final. Seminario sobre Historia de la Computación en la Argentina”. Departamento de computación. Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. UBA. Agosto 2009.
[6] Reportaje a Jonás Paiuk. «Clementina» y la década de oro de la ciencia argentina. Por Martín Salduna. Simplex – magazine de ciencia y tecnología. Julio 2007.
[7] Reportaje a Jonás Paiuk. Ibíd.
[8] Revistas especializadas del país y del extranjero donde publicó el IC: Ciencia e Investigación (1963); Ciencia y Técnica (1964); Zeitschrift für Angewandte Mathematik un Mechanik (1966); La Houille Blanche (1965); Pestschrift Beer-Sattler (1966); The Astronomical Journal (1962, 1966), y en las Actas de los simposios y congresos de la Federación Internacional de Sociedades de Procesamiento de Información (IFIP, 1965); Unión Astronómica Inter-nacional (1964); Congresos de Hidráulica de Porto Alegre (1964), Buenos Aires (1965), Venezuela (1966), Minneapolis (1966), Jornadas de Ingeniería Estructural, San Pablo (1966), Unión Astronómica Internacional (1964), etc.
[9] El Instituto agrupó a hombres de importante trayectoria previa. Por ejemplo, Simón Altman, Alberto González Domínguez, Pedro Zadunaisky y el propio Sadosky, a otros que la realizaron allí, como Oscar Varsavsky, Humberto Ciancaglini, Mario Cradowczyk. Y estuvieron los jóvenes que se destacarían posteriormente, como Julián Aráoz Durand, Jorge F. Sábato, Jonás Paiuk, Roberto Frenkel, Arturo O’Connell, Alberto Minujín, Oscar Mattiussi, Víctor Yohai, y Jaime Schujman.

 

 

 

 

 

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