La magia amarilla
Por Gustavo Rosa
El tipo que se lo pasa diciendo que no hay soluciones mágicas temía que el bastón de mando tuviera una macumba de Cristina. Así es. Cuando Macri asumió la presidencia no aceptó el símbolo tradicional fabricado por el orfebre Juan Carlos Pallarols sino uno de Damián Tessore. Pero no hay que tentarse con interpretaciones descabelladas: con cualquiera de los dos bastones hubiéramos llegado al mismo punto. No estamos así por un maleficio o la mala disposición de los hados. La impronta de los angurrientos hecha gobierno estalla ante nuestros ojos y afecta la vida cotidiana de casi todos. Lo que debe ser maleficio es que, a pesar de las evidencias de este nuevo saqueo neoliberal, el Buen Mauricio conserve aún un 30 por ciento en la intención de votos. Maleficio o tozudez clasemediera aspiracional que resiste hasta los más sólidos argumentos.
Como sea, alarma que sean tantos los que insistan en creer en la cantinela del Cambio, que ahora sería una continuidad del atracón de amarguras que hemos padecido en estos casi cuatro años. Eso es fanatismo, la credulidad ciega en consignas insostenibles, la certeza de que llenando las arcas de los más ricos a todos nos va a ir mejor, la indiferencia ante los actos evidentes de corrupción y vaciamiento ejecutados por los funcionarios amarillos, la aceptación sin más de las excusas que tartamudean ante resultados que provocan espanto en los analistas internacionales, entre muchísimas muestras más de abandono de toda racionalidad. Ni siquiera desde el individualismo extremo se puede explicar este fenómeno, porque muchos de los que votarán por el Ingeniero lo están pasando tan mal como cualquiera.
Para éstos, es preferible seguir padeciendo ajustes innecesarios antes que reconocer que viven engañados. Aunque estén en el grupo de los que apenas llegan a fin de mes o han recurrido a préstamos para pagar tarifas confiscatorias, seguirán pensando que coincidir con los privilegiados otorga pertenencia. Aunque estén apenas unos pocos escalones más arriba, seguirán considerando “vagos” a los pobres y tomándolos como causa de todo y no como consecuencia. Aunque se sientan cada vez más explotados seguirán acatando los argumentos de los explotadores. Miles de “aunques” podrían llenar este apunte pero no modificarían la conclusión a la que estamos arribando: si no tomamos en serio la batalla cultural, siempre tendremos la amenaza de esta pesadilla reciclada por siglos.
Valores devaluados
Quizá a algunos les resulte divertido que de la Casa Rosada cuelguen un aro de básquet y no una gigantografía recordatoria de la Noche de los Lápices. Quizá les resulte adecuada la defensa bestial que la ministra Patricia Bullrich hace de la doctrina Chocobar, aunque roce la apología del delito. Tal vez aplaudan el despojo de sus tierras ancestrales que sigue padeciendo el pueblo Mapuche, a pesar de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel. Quizá acepten la falacia de que en nuestro país hay veinte millones de personas que viven de un plan o asimilen las fabulosas interpretaciones que alucinados opinadores rentados dibujan sobre el pasado, el presente y el futuro. O tal vez nada, lo que sería peor porque con esa nada deciden su voto.
Increíble que haya conciudadanos que se emocionen con la propuesta épica de revertir el resultado de las PASO. Sorprendente que no se incomoden cuando Macri compara esa ilusión con el Cruce de los Andes. Asombroso que consideren “La Marcha del ‘Sí, se puede’” como una gesta heroica para salvar la República. Y desalentador que no descubran la hipocresía del empresidente cuando pontifica sobre los valores. Si los tuviera, no sería como es. Una negación de la realidad creer que Macri conoce otro valor más que la satisfacción de su angurria. Una ceguera descomunal se necesita para convencerse con la frase “los valores son conceptos abstractos, algo en lo cual nos podemos concentrar cuando lo urgente esté resuelto, cuando en la mesa de los argentinos no falta nada, cuando no falte trabajo, cuando todos los chicos sepan leer, escribir y soñar con el futuro”. Precisamente todo eso que califica como ‘urgente’ es la consecuencia de la falta de valores de los que son como él.
Definir los valores también forma parte de la batalla cultural. No sólo definirlos, sino también hacer que las abstracciones de las que Macri balbucea se conviertan en derechos. Garantizar la dignidad de todos debe ser el principal valor del país a construir porque incluye comer, estudiar, trabajar y todos los verbos que necesitemos. Los valores dejan de serlo cuando permanecen como conceptos congelados que jamás se convertirán en acción. Y los que son como Macri constituyen el principal obstáculo para llegar a eso.
Septiembre 19, 2019
Fuente Apuntes Discontinuos

