La importancia de llamarse Fernández
Por Alejandro Ippolito
«Se acaba de encender una luz potente en medio de una oscuridad que nos ahogaba…«
No se trata de una obra de Oscar Wilde de 1895 en donde lo importante era llamarse
Ernesto, sino de una realidad que doblega a la ficción en cuanto a la poderosa trama
expresada con maestría singular por una líder política como no ha dado esta patria nuestra
desde Evita. Una obra de arte, una pincelada magistral sobre un lienzo en blanco que
desesperaba, por la falta de definiciones, a los maltratados por este gobierno totalitario y
mitómano.
Se acaba de encender una luz potente en medio de una oscuridad que nos ahogaba y todo
comenzó a verse más claro luego de los primeros momentos de estupor y encandilamiento.
Nos despertamos con su voz, serena y profunda, diciéndonos al oído que nunca había
dejado de pensar en el país y en nosotros. Nos habló a cada uno en la mañana de ayer, nos
despertó como esa madre que con dulzura nos explica que, a pesar de las heridas, vamos a
estar mejor. Y sonreímos felices después de mucho tiempo.
Llovía en Tandil en el día de ayer, escucharla con ese telón de fondo nos llevó por un rato a
las plazas y las calles donde tantas veces la lluvia bautizó el encuentro particular entre
nuestro pueblo y su líder. La última vez que llovió sobre los rostros emocionados de decenas
de miles de compañeros que fueron a contemplarla, fue en la presentación del su libro –
nuestro libro – ‘Sinceramente’, y apenas unos días después, nos devolvió la caricia que sintió
en el alma aquella noche.
Algunos se sentirán tentados de tratar de comprender, de desentrañar, de reproducir en sus
cabezas los posibles algoritmos que llevaron a esta decisión. Les recomendaría que se dejen
llevar y que confíen, una vez más, que confíen y que comiencen de inmediato a trabajar
sobre esta idea que nos convoca a la unidad frente al desastre.
Si hay grandeza en la dirigencia estaremos transitando el camino hacia la recuperación de
todo lo perdido sabiendo que nos espera un camino doloroso e inevitable, pero no
estaremos solos y a la deriva como ahora. El regreso de aquellos que nos miraron a los ojos
años atrás y que no hacían otra cosa que dar buenas noticias cada día con derechos
recuperados, libertad, trabajo y proyectos, con futuro y justicia social, con soberanía y
orgullo nacional; es la belleza de la política que nos conmueve.
Cristina, una mujer – para quien quiera simplificar las cosas – una estadista de dimensiones
descomunales es la gran protagonista, nuevamente, de un capítulo crucial de nuestra
historia poniéndose a disposición de la gente en un lugar, que siempre será preponderante,
junto a Alberto Fernández. Otra vez parados sobre las ruinas vemos la mano que se acerca a
rescatarnos de nosotros mismos, de los resultados nefastos de lo que somos como sociedad.
Un paño frío sobre el odio que los medios fueron sembrando con su perversa artesanía, la
gota de agua sobre los labios resecos de los desplazados, los excluidos, los marginados.
Nuestro corazón se debate entre la angustia, por los meses que aún nos quedan por delante
con ese emperador demente conduciendo el país hacia el abismo, y la esperanza de una
patria liberada por fin de los buitres que hemos parido entre los nuestros.
Pero si Cristina es posible, entonces todo es posible.

