La era del hielo

VisiónPaís/ julio 7, 2019/ Sin categoría

Por Alejandro Ippolito

No hacemos otra cosa que perder el tiempo si esperamos que los gélidos pechos de los
millonarios se conmuevan ante la pobreza que no es otra cosa que el resultado de sus
respectivas avaricias.

El frío es el factor esencial de este gobierno, es el signo de estos tiempos en que la indolencia
maneja el mundo y lo hace detenerse en un invierno interminable. No es cuestión de
territorios sino de una lógica de especie deshumanizada que ha ocupado cientos de años en
acumular riquezas y ahora parece que no hay forma de volver atrás. Ya lo tienen todos, han
diseñado el planeta como un sistema de ricos y pobres en donde unos pocos son los dueños
de todo lo que existe y los otros, la inmensa mayoría, si tienen suerte, son clientes de esos
pocos.
No hacemos otra cosa que perder el tiempo si esperamos que los gélidos pechos de los
millonarios se conmuevan ante la pobreza que no es otra cosa que el resultado de sus
respectivas avaricias. Sí nos convendría simplificar las cosas entendiendo que no son pobres
únicamente los que no tienen lo mínimo para poder vivir, esa en todo caso, es la pobreza
extrema o lo que en algunos lugares denominamos “indigencia”, pero también son pobres los
que se suponen a salvo de esas inclemencias sociales. Usted y yo, sin ir más lejos, somos
pobres. Los que agotan sus jornadas en diferentes oficios que no sirven para cubrir la
dimensión de sus sueños, los que se contentan con un viaje a algún rincón del mundo
creyendo que eso los incluye en un sector privilegiado de la humanidad, los que desgastan las
teclas de la calculadora haciendo sumas y restas para ver si llegan a cambiar el auto o los que
cuentan una y otra vez el puñado de dólares que esconden en un cajón como quien se asegura
de tener a mano su tabla para el naufragio; todos son pobres.
La mentira de la clase media es creer que es una clase y que es media, en realidad no se trata
más que de un eufemismo de la pobreza, y es tan así que la locura de un emperador
desquiciado puede con dos o tres decretos destrozarnos la vida con total facilidad. Esa
condición endeble de nuestra economía es la que nos hace pobres, porque a los ricos, los de
verdad, los poseedores de todas las llaves del planeta, no los afecta jamás ningún desquicio
porque ellos los provocan, son hacedores de tornados y miserias, marcan el ritmo del mundo
a su antojo, invierten los polos, hacen explotar pueblos enteros por los aires, ofician de
prestamistas usureros prestando sumas impagables que luego serán cobradas con la sangre
de la gente que ni siquiera está consciente de lo que sucede.
La dinámica del consumo mediocre, el del asado del domingo, la motito, el viaje a Mar del
Plata y la salida al cine; nos hace creer de vez en cuando que la vida nos sonríe y que una
bendición celestial no ha alejado de la tan temida pobreza. Sin embargo esa ilusión se
desvanece con un solo golpe de estupidez social, un voto mayoritario por ejemplo, que
coloque en el sillón de mando a un consorcio de personas ricas creyendo que van a
preocuparse por los problemas de la gente. Basta y sobra con ese gesto de imbecilidad
comunitaria para ver caer la escenografía de nuestra supuesta seguridad económica.
A eso se refería muy claramente González Fraga con su temprano diagnóstico allá por 2016:

Ese “le hicieron creer” es el más contundente testimonio de la realidad que expone un
representante de los sectores deshumanizados y poderosos de nuestro castigado territorio. Y
no se trata de un hombre rico, es decir, de un hombre verdaderamente rico. Es un
terrateniente, oligarca conservador, un gorila hecho y derecho – o torcido – pero no es uno de
los seres que manejan el mundo, ni siquiera está cerca. Pero le basta con tener campo y
pertenecer a la clase que ha pisoteado los derechos de los trabajadores en la Argentina, los
que sueñan con las épocas felices del esclavismo y escriben cada día en las paredes de su
estancia “Viva el cáncer”. Desde esa fortaleza de cartón y peonada pobre sostiene cosas como
estas:
“Tener dinero afuera es una necesidad para sobrevivir”
“Hay que ver qué tan pobres son los pobres”.
“Yo tomo con pinzas la información sobre la pobreza”.
“Le hicieron creer al empleado medio que podía comprar celulares e irse al exterior”.
“Cuando nace un chico de una villa, un embarazo no deseado, de una chica de 14 años que está
más para ir a los recitales que para amamantar a un bebé, lo descuida. (…) Se le pone una
marca en el cerebro que va a detestar ser educado. Es como un animalito salvaje”.
Estas expresiones que a nosotros nos asombran y nos indignan con idéntica intensidad, no son
más que declaraciones de un principio universal: Hay seres de sustancia y seres de relleno. Los
que tienen el poder del dinero a su disposición son seres de sustancia, los que en verdad
importan, los que deben responder a su destino de disfrutar obscenamente de todos los
placeres terrenales. El resto es material de descarte, mano de obra barata, “animalitos
salvajes” como diría el propio González FragaComo para dimensionar esta idea veamos que dice una millonaria australiana por ejemplo:

Y como para no extendernos demasiado, citamos aquí a la entidad financiera mundial que
gobierna nuestro país desde hace algún tiempo, desde que Macri se “enamoró” de Lagarde:

Todo este prefacio es para tratar de entender cómo es posible que haya gente muriendo de
hambre y frío en nuestro país. Es indignante, es criminal, es dolorosamente absurdo…pero es
posible. No por ausencia del Estado como se supone, sino por su presencia. Presencia de un
Estado totalitario y asesino que propicia las medidas necesarias para que haya muertos por
hambre, por frío, por olvido, por exclusión y desesperación. No es que el Estado no esté, es
justamente porque está pero desde una idea de país totalmente opuesta a la que tuvimos
cuando vivimos el suelo o la “ilusión” a la que se refiere González Fraga.
Con leyes y decretos que promueven la destrucción de la industria nacional, el empleo, el
consumo, los salarios, la saludo, la educación la tecnología, la ciencia, la ayuda social y
promueve únicamente el endeudamiento y la fuga de divisas; el Estado está y es el
responsable de cada muerte, de cada dolor, de cada preso político en nuestro país.

Mientras tanto, el presidente del corazón ausente, el que tiene las venas inundadas por el
hielo, se refería a cuestiones de Estado tan importantes como esta:

Un gobierno con muertos en su haber que condecora a sus perros asesinos y que se ofende si
los clubes de fútbol tienen que abrir sus puertas a los desamparados para que no haya más
muertos en las calles. Se enoja Macri porque se hace visible lo que quieren ocultar y los
medios obsecuentes no tienen más remedio que mostrarlo. Aunque siempre saldrán seres
muy menores a defender las salvajadas y estigmatizar a los que sufren:

Sin los miserables obsecuentes del poder, resultaría imposible tanta locura.

 

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