LA DEMOCRACIA DETRÁS DE ESCENA
Foto de portada: Sebastián Arpesella
“Parlamento” de Piel de Lava. La Tierra se incendia, y con ella los humanos, las ciudades y sus instituciones. “Parlamento”, la última creación de las Piel de Lava, pone en escena una legislatura global que, desde el espacio, decide el rumbo del mundo. Si a veces nuestros representantes parecen “vivir en otro planeta”, en esta obra directamente están fuera de él. El colectivo integrado por Pilar Gamboa, Elisa Carricajo, Laura Paredes y Valeria Correa explora la teatralidad de los discursos políticos contemporáneos. La pieza, reestrenada en el Teatro Picadero y que se suma al Festival Futuro Imperfecto, expone los bordes siniestros de las burocracias adheridas a las normas de deliberación, propios de cualquier sistema consultivo. ¿Qué pasa cuando quedan en evidencia las miserias y errores del funcionamiento de la democracia?
Por: Sonia Budassi
Marzo 6, 2025
En las películas de La guerra de las galaxias de George Lucas funcionaban, surfeando la estratósfera, gobiernos representativos análogos a los que existen en la Tierra. En su nueva obra, el grupo Piel de Lava nos invita a una nave que alberga un parlamento global, porque nuestro planeta se está incendiando y con él los humanos, las ciudades y sus instituciones.
Las sesiones de aquel congreso se transmiten “en vivo” pero el espectador, privilegiado, y a diferencia del resto de los ciudadanos a quienes representan las congresistas, puede ver lo que pasa durante la sesión, mientras las cámaras se encienden. También lo que pasa tras bambalinas cuando se apagan y cambian las dinámicas de la acción y la mostración, a veces en la más evidente de las contradicciones, lo que genera una incomodidad cómica. El famoso detrás de cámara que expone la espontaneidad de la hipocresía, el doble discurso, la trampa y el cambio de registro en lo que solemos llamar “buena educación” (aunque aquellos recursos, como pasa en las legislaturas de nuestros días, a veces sean herramientas visibles y actuadas adrede para que sean vistas).
Apenas arranca (o sea, no es spoiler) disfrutamos de los nombres de los partidos políticos y se plantea la clave irónica del tono: “Juntos Vamos a Recuperar el Deseo Original”, “Por la Libertad de Autopercibirnos en Guerra”, “Ante el Caos de la Civilización”.
Creaciones y creadoras
La obra es coherente con la idiosincrasia de este equipo de artistas; Parlamento crea una interesante intersección; dos universos democráticos -el de la obra en sí, y el de los mecanismos de la creación. Porque el grupo Piel de lava, ya por su sola constitución y principios, parece tematizar los resortes de la horizontalidad y las reglas de lo individual y de lo social. Desafían y cuestionan, por ejemplo, la figura del “director” como sujeto situado por encima de las actrices y actores. Pilar Gamboa, Elisa Carricajo, Laura Paredes y Valeria Correa escriben, actúan y dirigen juntas. Dice el dramaturgo Rafael Spregelburd en la contratapa de la edición de tres de sus obras en la colección Teatro de Editorial Entropía, que reúne a la quizá más famosa, Petróleo (que da título al libro) junto a Tren neblina, Colores verdaderos y Museo: “La escritura colectiva -una excepción en el campo literario- no es una experiencia inhabitual en el teatro (…). Sin embargo, las obras de Piel de lava son ejemplos valiosísimos de una dramaturgia personal, justamente allí donde no hay una persona sola. (…) No sabemos si es el fruto de una paciente democracia (una en la que el teatro vuelve a enseñarle a la sociedad algo de su funcionamiento ideal, algo olvidado, algo cooperativo y fundamental).”
La sinergia y el ensamble orgánico entre los sistemas utilizados por las creadoras y su creación es una condición original que enfatiza de por sí el talento expresado sobre el escenario. Pero como en un reflejo corrido que se apoya en el humor, el parlamento ficticio se distancia de lo que nos imaginamos debe ser el funcionamiento interno del grupo.
Parlamento expone los bordes siniestros de las burocracias adheridas a las normas de deliberación, propios de la democracia y de cualquier sistema consultivo -algunos vicios se nos ocurren similares a las reuniones de consorcio, que cuentan con un relato genial de la autora argentina Hebe Uhart. Acá, por un lado, las pequeñas cuestiones, el detalle en apariencia leve, como la ubicación de la silla que ocupa una funcionaria, puede tener grandes implicancias. Y, por otro, al tratarse de un órgano de gobernanza estatal, estas situaciones amplifican la estela que puede partir de una escaramuza menor hacia consecuencias importantes, como que el órgano no pueda sesionar por falta de quórum y, por ende, no se resuelvan problemas sociales de relevancia para los ciudadanos.
La sinergia y el ensamble orgánico entre los sistemas utilizados por las creadoras y su creación es una condición original que enfatiza de por sí el talento expresado sobre el escenario.
Además de otras cuestiones estructurales, que rayan el ridículo pero tienen anclaje en la “vida real”. En la obra -y en el Congreso de cada nación- se tratan a veces temas de dudosa gravitación para los habitantes de la Tierra que, como dijimos, se está incendiando: en un momento se vota definir si la sede de este congreso será una réplica del Parlamento sueco de 1969. Cuestiones, digamos, estéticas, que sólo importan a quienes legislan, alejados, cómo no, de sus representados. Sí, la metáfora es total: si a veces nuestros políticos parecen “vivir en otro planeta”, acá directamente están fuera de él. La engolada solemnidad discursiva que la obra nos regala recuerda, además, algunos debates sobre proyectos de declaración y resolución -los hermanos frívolos de los de ley- con sus palabras rimbombantes como “beneplácito”.
En el espacio parlamentario -y el de su representación artística- se da la comprobación, nos atrevemos a decir “empírica”, de la tesis de John L. Austin (1911-1960) en Cómo hacer cosas con palabras. Palabras y acciones. El autor, filósofo británico egresado de la universidad de Oxford, especialista en pensamiento griego, y en especial de la ética de Aristóteles, desarrolla allí la teoría de los actos del habla: dicho en términos simplificados, el lenguaje no sólo sirve para decir, indicar o describir el mundo sino para gestionar y producir cosas. Los ejemplos que cita -aunque a medida que avanzamos en la lectura del libro el autor va sumando complejidad- tienen que ver con verbos -como “prometer”- que se utilizan en eventos como casamientos, divorcios, y en diferentes disposiciones judiciales. Las legislaturas, entonces, vendrían a ser reinos privilegiados de fabricación de discursos performativos. Sí, las palabras hacen cosas.
El origen de la obra, según sus autoras, se remonta al año 2023, cuando fijaron la atención en la conducta de los miembros del parlamento europeo en un contexto que les parecía lejano, cuando comenzaban a crecer las llamadas “nuevas derechas”. Entonces vislumbraron los mecanismos de actuación durante las sesiones y los tomaron como material para esta ficción.
Los nobles recursos
Si es posible leer expedientes judiciales en voz alta y notar que sus expresiones generan, por momentos, mundos autónomos, y muchas veces ilegibles, Parlamento toma con gracia la solemnidad de los ideolectos y sociolectos de esa otra sede de elaboración de normas que son las asambleas parlamentarias. La selección de las expresiones “naturalizadas” en cada ámbito y su reposición en el escenario contraponen la desesperación y el encierro que nos genera la sede real y su contexto. En el teatro, nos da risa: la pericia del guión y de la realización al rearticular las fórmulas y gestualidades nos enfrentan a un absurdo cómico (y recibimos el golpe: convivimos con él al salir de la sala, en consejos deliberantes y legislaturas de toda índole).
La obra arranca con sonido ambiente, aplausos, susurros, discusiones leves, el típico desorden previo a la sesión, y enseguida dispara una ensalada de improperios elegantes y no tanto que dispensan algunos personajes, que van mutando en cháchara formalista y falsamente ética: habrá una recurrencia a cuestiones como el “sentido del decoro” y no salirse del “protocolo”. Y a los recursos retóricos del diálogo público y cotidiano, que esconde en sus firuletes lo que en verdad se está haciendo. Así como en discusiones familiares o entre conocidos o en la calle podemos usar la expresión “No te quiero faltar el respeto pero ándate a…” sobre el escenario se escuchan frases que reproducen el mismo mecanismo como “Sin ánimo de establecer un debate, voy a decir” y otras versiones.
En una silla alta como de guardavida en la playa, se acomoda la presidenta del parlamento, siempre atenta al detalle: es la hiperbolia de lo minucioso hecho personaje. La falta de un sello, por ejemplo, puede ser gravísimo (y quizá varios del público hayan escuchado esa frase ante diversos trámites). Cada personaje manipula a su forma el tire y afloje ante la obediencia y la laxitud, y nadan entre el engaño, la sospecha de corrupción y la famosa zona gris. Queda expuesta la -a veces- arbitraria frivolidad de la burocracia cuando repara demasiado en reglamentarismos formales, y exige un puntillismo muchas veces vacuo. Y eso nos hace preguntar: ¿la firmeza ante las reglas bobas, genera el mismo efecto sobre cuestiones sustanciales?