La ciencia argentina. Desde 1810 hasta 1955 (Última Parte)
En 1950 Juan Domingo Perón crea la CNEA
Por Bruno Pedro De Alto
Tercera y última parte: La universidad peronista. La contradicción «Alpargatas sí, libros no».
En Argentina hubo ciencia, aunque ciertamente acotada y aislada ya a partir de su constitución como país en 1810. Desde aquel entonces, hasta la dictadura autoproclamada como Revolución Libertadora que derrocó al peronismo en 1955, se sucedieron notables hechos que aquí queremos contar.
A la llegada del Peronismo en 1946 había en La República Argentina seis Universidades Nacionales (por orden de creación y/o nacionalización: Córdoba, Buenos Aires, La Plata, Litoral, Tucumán, Cuyo)[1]. El peronismo, el mismo Perón, se encontró en dificultades con estas Universidades, y fue duro con ellas. Como lo había denunciado la Reforma Universitaria de 1918, eran Instituciones de elite, que formaban profesionales incapaces de intervenir protagónicamente en la resolución de los problemas de las mayorías, porque sencillamente las ignoraban, y cuando las vieron en las calles durante el peronismo, las odiaron.
Perón castigó: las actividades estudiantiles fueron prohibidas y aquellos profesores que se oponían al gobierno fueron dejados cesantes. Tanto el rector como los decanos y los profesores titulares eran nombrados desde el Poder Ejecutivo. La decisión de estos nombramientos se basaba más en sus afiliaciones políticas que en sus aptitudes para el desempeño de sus funciones, y en muchos casos era necesario estar afiliado al Partido Peronista para poder ejercer la docencia.
El gobierno prefirió llevar sus investigaciones al ámbito militar, por sobre el universitario, le daba fortaleza porque era su propio ámbito.
«El final del período liberal trajo aparejado el final de la incipiente política científica de Estado de la década de 1930 y el comienzo de la investigación científica en sede militar. Hubo, en cambio, una desatención del gobierno que, en algunos casos, tuvo visos de persecución política. Muchos perdieron sus cátedras y sitios de trabajo, investigadores como Bernardo Houssay, Oscar Orías, Juan T. Lewis y Luis F. Leloir debieron apelar a institutos privados, a la par que se registraba una sensible disminución de la calidad universitaria. Hubo, sin embargo, un tratamiento algo diferente en universidades del interior, como las de Cuyo y Tucumán, donde algunos estudiosos pudieron hallar refugio»[2].
Frente a la realidad del uso de la sede militar para situar la investigación donde se conservaban grupos proclives a vincular autonomía y defensa, (y por lo tanto desarrollo), capaces de imaginar industrias de base como fuente de desarrollo; permite entender que ello trajo aparejado el costo innecesario de vaciar la Universidad. Y el crecimiento de adversarios que debieron haber sido aliados.
El peronismo, se encuentra frente a un dilema: qué tipo de desarrollo debe llevar adelante el país y quien lo haría. Sin duda, lo resolvió sin la concurrencia de la universidad, en particular sin la UBA y con una verdadera novedad para la Argentina: Sería el Estado quien lo va hacer. La política es quien define el modelo de desarrollo y lo lleva adelante con un contexto internacional que lo estimulaba: era el momento de la posguerra, donde el desarrollo científico había ganado protagonismo. En el Segundo Plan Quinquenal del peronismo se observa que:
«… la técnica y la ciencia -en este orden- están presentes de manera protagónica y se ve una clara intención de asimilar el desarrollo técnico-científico al proceso de desarrollo económico. Esto se refleja en las iniciativas del peronismo: en 1950 se crea la CNEA y la Dirección Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas; en 1951, el Instituto Antártico; en 1954, CITEFA. A partir de 1950 hay un quiebre en el sentido de que la ciencia y la tecnología tienen que acompañar el desarrollo industrial y económico»[3].
Es meritorio rescatar nuevamente las palabras críticas al peronismo de Nicolás Babini quien a pesar de considerar al período político comprendido entre los años 1943 a 1955 como un «proceso oscurantista y vaciador de ciencia en las universidades», reconoce el desarrollo tecnológico impulsado por el Estado dentro del Estado:
«Durante los gobiernos de Juan D. Perón (1946-1955) hubo cierre y sustitución de importaciones, con el consiguiente impulso de las pequeñas y medianas empresas locales, especialmente en la industria textil. Se nacionalizaron las empresas de servicios públicos, abriéndose así nuevas posiciones para los ingenieros argentinos. Se creó una fábrica aeronáutica militar y se produjo un avión a reacción. Se radicó una fábrica extranjera de automóviles y se intentó la producción nacional de vehículos. Se crearon los primeros laboratorios públicos de investigación tecnológica y se puso en marcha un plan siderúrgico»[4].
Perón no confiaba en la Universidad y tenía razones. Más allá de las fórmulas trilladas que señalaban cierta excelencia, la Universidad no tenía logros científicos de relevancia y los que había pertenecían al campo de las ciencias básicas, con escasos vínculos con el mundo productivo.
Otro factor, el más publicitado, era la distancia ideológica de ese nuevo Estado con esta vieja Universidad y especialmente con sus estudiantes. Un relato provocador, se refiere a los estudiantes universitarios que se oponían a la Revolución de 1943:
«¿Qué estudiantado era ése? Era el estudiantado de los patrones, que estudiaban para ser los abogados, los arquitectos, los ingenieros de los patrones. Los obreros no entraban a la Universidad, que se manejaba con los valores de libertad y democracia que los aliados defendían en Europa. Atención ahora: siempre, de un modo agobiante, irrecuperable ya, se ha señalado el carácter barbárico del peronismo porque los tempranos obreros que adhirieron a su causa lanzaron la consigna Alpargatas sí, libros no. El clasismo, el culturanismo de élite de nuestra oligarquía y de nuestras clases medias (que se mueren por el ascenso social, es decir, por ser oligarcas) ve en esa consigna un desdén por la cultura.
Oigan, un obrero no entraba en la Universidad. En la Universidad están los libros. Los libros, por consiguiente, no eran para los obreros. Eran para los estudiantes, para los hijos de las clases acomodadas. Los libros los agredían. Los libros eran, para ellos, un lujo de clase, un lujo inalcanzable.
Los negaron. Los negaron porque ellos, los libros, los negaban a ellos, porque estaban en manos de los estudiantes que vivando a la democracia y a la libertad y a los aliados los despreciaban como a negros incultos. Entonces dijeron: libros no. Por otra parte, ¿qué factor de identificación tenía el pobre migrante que acababa de llegar del campo, el cabecita que sólo recibía el desdén de los cultos? Lo suyo era la alpargata. Entonces dijeron: alpargatas sí. La consigna, en suma, decía: nosotros sí, ustedes no. O más exactamente: Nosotros, los que usamos alpargatas, sí; ustedes, los que leen libros, no. Quedó entonces eso que quedó: alpargatas sí, libros no. Era un enfrentamiento de clase y hasta de color de piel»[5].
El devenir de la historia mostró que algunos de los protagonistas de la huelga estudiantil de 1954[6] estuvieron con la dictadura del general Onganía; y también ocuparon cargos en la cartera de educación del dictador Jorge Rafael Videla. Pero la mayoría eran radicales y años después fueron funcionarios del gobierno del Presidente Raul Alfonsín; y también es cierto que entre aquellos dirigentes estudiantiles hubo también quienes fueron integrantes del equipo económico de José Gelbard durante el gobierno peronista del año 1973; varios anarquistas y humanistas que devinieron en peronistas de la tendencia revolucionaria, al igual que varios dirigentes socialistas y comunistas. Varios de todos ellos están hoy desaparecidos por la dictadura del año 1976.
En términos institucionales es posible observar lo que bien puede llamarse «una interna». Por un lado se ubican las instituciones que nacieron para hacer investigación y desarrollo en las áreas centrales de la economía argentina. Por ejemplo, el sector agropecuario el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), del sector industrial el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI); en términos institucionales es posible observar una particular situación interna. Por un lado los intereses de la economía argentina y por el otro, instituciones que se ocuparon de la ciencia básica. La CNEA (Comisión Nacional de Energía Nuclear), el INTI, El INTA, CITEFA eran lo que podrían llamarse áreas estratégicas que instalaban las actividades de investigación y desarrollo en instituciones fuera de las universidades. Mientras que la Universidad y el CONICET se ocuparon de la ciencia básica. Quedaba así declarado un “reparto social” y político entre actores y objetos de la ciencia, el desarrollo y la tecnología. Ese divorcio entre Universidad y desarrollo tecnológico no está salvado y aún es complejo. El maestro Jorge Sábato solía explicarlo así:
«Por lo tanto, es evidente que parece una inocentada, diría yo, simplificar el problema, y tratar de verlo como una secuencia lineal. Don Bernardo Houssay decía en su buena época: «Hágase ciencia y con esto estará todo más o menos resuelto en poco tiempo» Por supuesto es una cita muy libre. Nunca lo oí a don Bernardo decir las cosas de esa manera; pero era el pensamiento que lo iluminaba a él y a otros hombres ilustres de esa época y a instituciones, también ilustres. Las cosas han demostrado ser más complejas….»[7].
Posiblemente esa complejidad no fue vista por los científicos relegados por el primer peronismo, y tampoco lo intuyera aquel Estado autosuficiente.
[1] Al momento del derrocamiento del gobierno peronista, solo existía una universidad más: la Universidad Obrera Nacional – antecedente de la actual UTN – que había sido creada en 1948 bajo otro concepto. Era la universidad para que estudiaran los trabajadores.
[2] Nicolás Babini. Ibíd.
[3] Entrevista a Diego Hurtado de Mendoza: “La edad de oro de la ciencia argentina es un mito” Por Juan Ignacio Cánepa. En http://www.defdigital.com.ar.
[4] Nicolás Babini. ibíd.
[5] José Pablo Feinmann. «Peronismo. Filosofía política de una obstinación argentina. 4. Primera Parte. Los libros sobre el Peronismo». En Suplemento especial del Diario Página 12. 2007.
[6] A causa de la clausura de los locales de los centros estudiantiles de la Federación Universitaria de Buenos Aires (FUBA) se desata una huelga de estudiantes que mantiene ocupada la Universidad bajo la consigna «La Universidad somos nosotros» y que fuera reprimida por el gobierno llevando a la cárcel a varias decenas de dirigentes estudiantiles.
[7] Jorge A. Sábato. “Propuesta de política y organización en Ciencia y Tecnología. Ciencia, Tecnología y Desarrollo”. En Unión Cívica Radical. Ciencia, tecnología y desarrollo. Encuentro Nacional 1983. Agosto 1983.

