La calculadora electrónica argentina Cifra 311, una de las primeras del mundo
Parte 1
Por Bruno Pedro De Alto
La empresa Fate de neumáticos es una empresa de capitales nacionales. A principios de la década de 1970 se diversificó, incorporando negocios en aluminio, a través de la empresa Aluar y también en electrónica.
La División Electrónica fue una apuesta fuerte y atrevida: encaró la producción escalonada de calculadoras de escritorio y de mano, sistemas contables y finalmente, una computadora argentina, Con el golpe de 1976 todo terminó. Dos arietes derribaron este proyecto de autonomía tecnológica: el fin de las protecciones y medidas de apoyo del Estado que recibió la empresa; y la apertura económica impulsada por el neoliberalismo del Ministro de Economía de la dictadura, José Alfredo Martínez de Hoz, permitiendo la invasión de calculadoras y computadoras extranjeras que sí tenían apoyo de sus respectivos Estados. Todo agravado con un creciente clima de represión, persecución política y exilio para sus protagonistas.
El camino de la diversificación de Fate se inició con la creación de una Gerencia de Investigación y Desarrollo la que a sugerencia de Manuel Sadosky, amigo personal de Manuel Madanes, recayó en el físico y astrónomo, Carlos Manuel Varsavsky.
Varsavsky propuso diversificar en el rubro electrónica y para ello convocó a Roberto Zubieta quien se había desempeñado como científico en los Laboratorios del Departamento de Ingeniería Electrónica de la UBA donde produjo avances notables en las tecnologías de los semiconductores. Zubieta fue nombrado como Gerente General de la División Electrónica de Fate y desde allí decidió que se abordase el Área de Tecnología Electrónica Digital, y que el primer producto fuera una calculadora electrónica.
En 1971 se lanzó al mercado argentino la Cifra 311: una de las primeras calculadoras electrónicas del mundo, El éxito tecnológico de esta primera calculadora devino también en éxito comercial al lanzarse de manera escalonada productos cada vez más complejos e integrados con tecnología propia.
A inicios de 1969, la dirección de Fate le encomienda a Carlos Varsavsky lo siguiente:
“… un proyecto que requiera una tecnología muy sofisticada, pero que haya argentinos capaces de hacerlo, que resulte en un proyecto cuya venta no sea menor del 10% de la facturación de Fate (…) y que sea un producto que se pueda desarrollar en forma totalmente independiente”[1].
Se trata de la aplicación de una nueva unidad de negocios que abordara una tecnología de punta. Carlos, era aún director del Instituto Argentino de Radioastronomía y tenía cercanía con la electrónica. Y a eso se sumaba además su paso por la UBA, donde la electrónica del estado sólido era un tema de investigación cotidiano. Por estas razones creyó con certeza en la potencialidad de la electrónica como sector atractivo para la industria argentina.
Decidido entonces el rubro electrónico como estrategia de diversificación para Fate, en abril de 1969 Carlos Varsavsky llamó a Roberto Zubieta para reunirse con él y con Manuel Madanes, la idea era proponerle que se hiciera cargo del proyecto que, dentro de muy poco tiempo, se llamaría División Electrónica de Fate. Zubieta ya había desarrollado una profunda tarea de investigación y desarrollo en el área de transistores cuando fue Director del LabSem entre 1961 y 1966, y en ese momento estaba trabajando en la industria privada. Si bien había amistades comunes entre ambos, Zubieta era indudablemente uno de los profesionales mejor formado en electrónica de la Argentina en aquel tiempo. Era el hombre indicado.
Zubieta era joven, apenas tenía 34 años, ya había tenido profusas batallas: como dirigente estudiantil, como organizador del Departamento de Ingeniería Electrónica de la UBA, como creador del Laboratorio de Semiconductores; y en la actividad privada, era participante de un proyecto de envergadura internacional: la fábrica de semiconductores de Texas Instruments. Sin embargo, intuyó que se le estaba presentando la oportunidad que les cambian la perspectiva de la vida solo a los afortunados.
El presidente de la empresa y el Gerente de Investigación y Desarrollo le estaban explicando que la División Electrónica Fate era, en realidad, solo una decisión estratégica y que él debía llenarla de contenido. “¿Zubieta: Qué podemos hacer en el rubro electrónica?” Fue la pregunta que le lanzaron. La prudencia invitaba a pedir tiempo para analizarlo o en el peor de los casos, lanzar distintas alternativas para estudiar. Sin embargo, esas meditaciones ya estaban hechas: el hombre tenía en mente un producto.
El rubro entretenimiento, radios, televisión, tocadiscos, estaba bastante consolidado en varias empresas nacionales, las que inclusive habían desarrollado una importante red de proveedores de componentes. En este caso entonces la prioridad de Fate hubiera sido obtener una buena red. Varsavsky lo había descartado como opción, al igual que el sector de comunicaciones. Tampoco le parecía una buena opción la industria de componentes. Conocía bien el tema: cualquier proyecto de ese tipo llevaría un intenso trabajo, importantes inversiones y resultados a mediano plazo. Y lo que ahora se trataba era obtener presencia en el mercado, a lo sumo, dentro de un par de años.
Con esas restricciones, la idea que rondaba por la cabeza de Zubieta era la creación de un área de Tecnología Electrónica Digital, y el producto era una calculadora electrónica. Por entonces ya existían las calculadoras de escritorio. Se trataba de las populares Olivetti Summa que eran electromecánicas y que cubría el 90% del mercado argentino. Útiles, sin fallas le permitían al usuario guardar sus cálculos en una tira de papel que emitía una impresora incorporada. Y esta función era el punto clave para dar vida al nuevo producto de Fate. Solo se podría hacerle frente a las calculadoras Olivetti Summa con un nuevo producto que contara con impresora.
El reemplazo de una consolidada tecnología mecánica por una novel tecnología electrónica era un salto que podía darse, pero el dilema de la impresora, que aquel entonces seguía siendo un dispositivo mecánico, no estaba resuelto en aquellos momentos de cavilaciones tecnológicas. Sin embargo, la propuesta a la pregunta de Madanes y Varsavsky. “¿Qué podemos hacer en el rubro electrónica?”, ya tenía la respuesta de Zubieta. Dijo: “Vamos a hacer una calculadora electrónica con impresora”.
En aquella reunión, Madanes y Varsavsky le dieron otra pauta a Zubieta, ésta tenía un trasfondo conceptual y político relevante que le significaría a Zubieta retomar aquellas convicciones que habían insuflado al perdido LabSem como una experiencia estratégica de desarrollo tecnológico nacional independiente. Pero esta vez, era sensiblemente diferente: se iba a dar en una empresa privada de capitales nacionales. Lo que se iba a hacer llegaría al mercado, para beneficio de la industria nacional, de la economía del país, y, principalmente para la gente.
Le señalaron que la producción que se encarase debía tener una importante integración de componentes locales, propios o de proveedores nacionales, y que ello podía ocurrir gradualmente. Esto hacía evidente que el proyecto se organizaría alrededor de un calificado equipo de ingenieros y técnicos, pero que también deberían tener una postura ideológica favorable al desarrollo tecnológico nacional. Esa gente, en gran medida, existía. Eran los integrantes de los proyectos de Ingeniería Electrónica – la fabricación de CEFIBA, el LabSem, el Laboratorio de Aplicaciones Electrónicas – que después de “La noche de los bastones largos” habían resistido al embate, especialmente trabajando en industria privada local, y por ende especializándose. Todos muy cercanos en el afecto, el respeto y el compromiso político con Zubieta y del mismo Carlos Varsavsky.
Pasados unos pocos días, Zubieta, en función de alguna restricción propuso un plan de trabajo especial. Madanes y Varsavsky escucharon atentamente la idea. Para el proyecto de la calculadora electrónica cuyo desarrollo supondría el ingreso de Fate al negocio de la electrónica pidió algo de tiempo. Aún deseaba terminar la puesta en marcha de la fábrica de Texas Instruments. No obstante él y un reducido equipo de colaboradores iniciaron el desarrollo integral del primer producto en sus casas y en horarios libres.
Para crear ese exclusivo primer grupo, Zubieta que tenía libertad de atribuciones para contratar, no dudó, convocó a Alberto Billoti, experto en Microelectrónica y estados sólidos y a Pedro Joselevich, ex Jefe del Laboratorio de Aplicaciones Electrónicas en Ingeniería Electrónica de la UBA.
Cómo resolver la cuestión del dispositivo para imprimir los cálculos y su interface con la calculadora electrónica no estaba disponible en el conocimiento teórico y práctico de los ingenieros electrónicos que detentaban por entonces ser los más avanzados del país. La resolución surgió al profundizar las adquiridas prácticas en ciencias aplicadas que tenían Zubieta y el equipo que él luego formó, por la creatividad lograda en aquella experiencia universitaria de la UBA, y en parte por un particular dispositivo de vigilancia tecnológica.
Lo que sí sucedió, indudablemente, es que este equipo le ocultó a Madanes y a Varsavsky la mayor dificultad del proyecto: la posibilidad no resuelta de colocar en la calculadora electrónica una impresora. Era un problema dificilísimo pero su resolución permitiría ganar el mercado que estaba en manos de Olivetti Summa. Pero eran hombres de recursos: sus trayectorias y redes les daban un capital inigualable. Un dispositivo de vigilancia tecnológica, de origen desafortunado, les dio la pista para acercarse a una solución favorable. Y ellos supieron aprovecharlo. En efecto, mientras funcionó el LabSem, su estrategia de crecimiento y fortalecimiento promovió que los estudiantes que se recibían de Ingenieros fueran enviados al exterior para perfeccionarse. Uno de ellos, Arnaldo Morgenfeld, se había quedado varado en EEUU cuando el golpe de 1966 desarticuló el LabSem. Mantuvo un fluido contacto con sus compañeros y se trasformó entonces en el “ojo” de los ingenieros electrónicos argentinos en aquel país. Sus compañeros lo consideraban un “genio”. Y así quedó demostrado. Un descubrimiento suyo fue el que los orientó hacia la respuesta que estaban esperando.
Morgenfeld se topó con una mini impresora de origen japonés llamada Seiko que era una verdadera novedad mundial. Había sido lanzada al mercado en septiembrede1968 y a mediados de 1969 Fate ya la tenía en sus manos. Pedro Joselevich que se había fogueado a resolver creativamente diversos problemas en el ex Laboratorio de Aplicaciones Electrónicas abordó la interface entre calculadora e impresora.
Durante ese período de desarrollo y resolución que comprendió desde abril a septiembre de 1969, los tres realizaron su labor en la casa de Bilotti. La imagen de planos donde se veían los circuitos, las conexiones, y los dispositivos de la futura calculadora, y también una cantidad indefinida de alternativas, pegados continuamente unos a otros a través de cintas transparentes, hacían recordar aquel cuento de Jorge Luis Borges, donde cartógrafos extremadamente meticulosos dibujaban planos del mismo tamaño de los territorios, y por lo tanto no tenían donde poder guardarlos. Así eran los momentos preliminares de la Cifra 311, nombre con el que nació la primera calculadora argentina, y una de las primeras del mundo.
En doce meses de desarrollo en el laboratorio se llegó al prototipo: una carcasa sobredimensionada, un teclado importado, un impresor Seiko japonés y una gran cantidad de transistores, circuitos integrados y un circuito integrado digital del tipo Metal Oxide Semiconductor (MOS) como unidad de cálculo.
[1] Carlos Manuel Varsasky. Ibíd.



