La calculadora electrónica argentina Cifra 311, una de las primeras del…

VisiónPaís/ diciembre 1, 2019/ Sin categoría

…mundo. Parte 2

Por Bruno Pedro De Alto

La empresa Fate de neumáticos es una empresa de capitales nacionales. A principios de la década de 1970 se diversificó, incorporando negocios en aluminio, a través de la empresa Aluar y también en electrónica.

La División Electrónica fue una apuesta fuerte y atrevida: encaró la producción escalonada de calculadoras de escritorio y de mano, sistemas contables y finalmente, una computadora argentina, Con el golpe de 1976 todo terminó. Dos arietes derribaron este proyecto de autonomía tecnológica: el fin de las protecciones y medidas de apoyo del Estado que recibió la empresa; y la apertura económica impulsada por el neoliberalismo del Ministro de Economía de la dictadura, José Alfredo Martínez de Hoz, permitiendo la invasión de calculadoras y computadoras extranjeras que sí tenían apoyo de sus respectivos Estados. Todo agravado con un creciente clima de represión, persecución política y exilio para sus protagonistas.

 

«Mirar gente con conciencia de independencia tecnológica».

El profesor del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Toronto, Emanuel Adler estudió el caso de la División Electrónica de Fate. En su libro “The Power of Ideology” [1] se centró no solo en los aspectos tecnológicos del caso, sino además en función de su inquietud, indagó sobre los aspectos ideológicos y políticos de aquella experiencia. Relató ciertamente que el eje Madanes – Varsavsky – Zubieta coincidió en un proyecto que instaló una grieta atípica para la industria argentina: el desarrollo autónomo de tecnología de punta. Más allá del desafío técnico, organizativo y económico, la experiencia iba a ser provocadora, y como tal llevada adelante por buenos técnicos, sí, pero también por militantes convencidos de que “en Argentina se puede”. Por lo tanto, para llevarlo adelante, Varsavsky y Zubieta se pusieron a «mirar gente con conciencia de independencia tecnológica»[2].

Nadie puede afirmar que Madanes, como empresario experimentado que era, encaró un negocio sólo por razones ideológicas. Sin embargo su propia trayectoria empresarial permite hacernos suponer que Madanes construyó esta estrategia industrial de renovación tecnológica[3], diversificación del negocio y políticas agresivas de comercialización porque estaba identificado a grandes rasgos con el proyecto nacional de industrialización de las grandes empresas nacionales. Un pensamiento que en el año 1973 enfatizó el peronismo cuando llegó al poder.

Sobre la División Electrónica, Varsavsky afirmó que Madanes le dijo personalmente que no le dolería perder dinero, si ello conllevaba la confirmación de que en Argentina era posible hacer un proyecto de ese tipo y magnitud con profesionales locales.

“Se decidió ir adelante y con un espíritu sumamente deportivo; el ingeniero Madanes me preguntó:-¿en cuánto me puede llegar a enterrar con todo esto?-; le dije una cifra y me contestó: Esta bien adelante, incluso no me importaría perder plata con tal de que hagan un prototipo que funcione. Si después no se puede vender por que sale muy cara, no importa, la cuestión es que probemos que realmente con tecnólogos argentinos podemos hacer una calculadora electrónica técnicamente buena, técnicamente de primera línea” [4].

A su vez Carlos Varsavsky quien había atravesado la experiencia de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, y en particular había colaborado con el Instituto de Cálculo, al hacerse cargo de la Gerencia de Investigación y Desarrollo de Fate, estaba comprometido con la política general de desarrollo tecnológico nacional que impulsaba Madanes. Este ingeniero a través de diversas estrategias en sus tres grandes áreas de negocios; neumáticos, electrónica y aluminio, se desarrolló con una meta: encarar la independencia tecnológica en cada rubro. Decía Varsavsky: “La cuestión es tener claros los objetivos y no ser demasiado dogmático en a los medios”.

La experiencia universitaria de los años 1955 y 1966, centralizada en Exactas e Ingeniería, había puesto en escena a excelentes investigadores “con conciencia de independencia tecnológica” quienes demostraron que en la Argentina se podía hacer tecnología y que aquello era el correlato técnico del pensamiento político de liberación nacional o de liberación social, (según la fuente ideológica de cada uno), pero que se ponían de acuerdo en la práctica concreta. Zubieta y Varsasky llevaron a Fate los hombres, y los nombres que eran “las mejores mentes de su tiempo en electrónica de la Argentina”, ellos eran: Alberto Bilotti, Pedro Joselevich, Héctor Abrales, Carlos Duro, Horacio Serebrinsky, etc.

Se hace imposible separar su calidad científica y profesional de su compromiso político universitario. Desde la militancia en la Universidad, en especial de los ingenieros identificados en ese entonces como MUR (Movimiento Universitario Reformista). Este sector llegó a conducir el mítico centro de Estudiantes de Ingeniería: “La Línea Recta”. Y que como movimiento, en su génesis a inicios de la década de los ´50, formuló todo un cuerpo doctrinario centralizado especialmente en la Universidad y su reconstrucción, a partir de sostener y construir una libertad de pensamiento en el marco de diversidad ideológica[5].

El MUR logró el mayor consenso dentro del movimiento estudiantil durante casi dos décadas dado que en una sola concepción de Universidad llegaron líneas de pensamientos y agrupaciones liberales, radicales, socialistas, comunistas, anarquistas, e independientes.

Las líneas de acción planteadas en el campo universitario tuvieron desarrollo en la UBA y finalmente consiguieron implantar sus conceptos en la propia Facultad de Ingeniería y Exactas un par de años después, cuando los estudiantes, ya graduados, ocuparon espacios de relevancia y conducción.

Serán los custodios de Humberto Ciancaglini, quién se deslumbraba por lo técnico y se conducía con candor por la política universitaria y los que sueñan con la computadora argentina y desarrollan la CEFIBA; serán también quienes colaboraron en los proyectos de la Facultad de Ciencias Exactas y del Instituto de Cálculo, con Manuel Sadosky a la cabeza y compartieron los sueños de los primeros computadores científicos argentinos, quienes resolvieron con Clementina difíciles problemas argentinos.

Esos ingenieros, esos matemáticos, esos computadores científicos, se cruzaban, conversaban con descollantes pensadores y hacedores de la ciencia y la tecnología nacional. Formaron parte del Centro de Planificación Matemática que condujo Oscar Varsavsky, un crítico del reformismo y el desarrollismo en la Universidad, donde enseñó y escribió sus “estilos tecnológicos”; hablaron y debatieron con Amílcar Herrera, impulsor de la idea obvia pero de escasa difusión en el país de que la Ciencia y la Tecnología son motor del desarrollo nacional y no un lujo de países ricos; se dieron el gusto de intercambiar ideas, y escuchar las reflexiones de Jorge Sábato, quien desde su ingreso a la Comisión de Energía Atómica en 1955 no dejó nunca de demostrar en la práctica cotidiana y la través de sus logros, que en la Republica Argentina había posibilidades de desarrollarse autónomamente[6].

Serán ellos también, quienes después del golpe de 1966, casi siempre de la mano protectora de Manuel Sadosky, se refugiaron militantemente en la empresa “Asesores Científico Técnicos”, fundaron y escribieron la revista “Ciencia Nueva”.

A diferencia de cientos de lectores, que solo acceden a los libros y escritos de Sabato, Varsavsky, Herrera, Sadosky, etc. ellos convivieron con sus fuertes personalidades, por lo tanto a través de su accionar tuvieron la posibilidad concreta de corroborar que en Argentina “se puede hacer investigación tecnológica”. No los leían: los veían y escuchaban, y desde allí pasaron a la acción según sus palabras: “los que estábamos en la línea de batalla no teníamos tiempo para la teoría”.

Será por ello que luego de la muerte del presidente Perón, en julio de 1974, la que implicó en todos los órdenes del país, cambios drásticos, la experiencia explícita de independencia tecnológica de la División Electrónica de Fate vivió una transformación dramática. De ser un modelo a imitar, se convirtió en una experiencia que afrentaba ideológicamente al orden de derecha que asaltó el poder en aquel entonces. Sucedió cuando a Zubieta y sus colaboradores “Fueron identificados como peronistas militantes y clasificados por la inteligencia militar con un foco de subversión”[7].

 

[1] Emanuel Adler. The Power of Ideology: The Quest for Technological Autonomy in Argentina and Brazil. University of California Press Books. May 1987.
[2] Emanuel Adler. Ibíd.
[3] Basta recordar que iniciado en la actividad industrial se asoció al ingeniero Horn para acceder al conocimiento tecnológico que su empresa no tenía.
[4] Carlos Manuel Varsavsky. Ibíd.
[5] Jorge L Albertoni. y Roberto H. Zubieta. «La FIUBA en el período 1955 A 1966», en La construcción de lo posible. La Universidad de Buenos Aires de 1955 a 1966. Libros del Zorzal. Buenos Aires. Año 2003.
[6] El pensamiento de Oscar Varsavsky, Amílcar Herrera y Jorge Sabato, sobre Ciencia, Tecnología y Desarrollo se desarrollarán en el capítulo 9.
[7] Emanuel Adler. Ibíd.

 

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