Evita – 26 de julio de 1952 – Nació para parir revoluciones

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Por Redacción VPL

Julio 24, 2020

No se trata de un recuerdo nostálgico. Cuando la citamos, estamos planteando agenda futura. A través del segundo capítulo de “Recuerdos del peronismo” (Gustavo Campana), encontramos en el archivo muchos secretos del presente y el futuro.

Cuando la verdad se presenta a cinco centímetros de tu nariz, no hay vuelta atrás. No avisa, ni pide permiso. Arremete con la fuerza del agua o del fuego, contra todos los obstáculos que instaló la versión positivista de la historia. Ante esta explosión, el poder real con voz conservadora receta quietud y ordena no remover el avispero. Jura que ninguno de los males que afectan al pobrerío, tiene remedio. Pide resignación.
La verdad es una información que se filtra por cualquier sentido, un dato que se incorpora sin la necesidad de intermediarios, ni traductores; es una revelación que aunque pretendan destronarla o maquillarla, resiste inalterable el paso del tiempo.
Es una certeza que se planta de frente y genera en pocos segundos, una revolución que modifica para siempre nuestra relación con el otro. La verdad se encarga de hacerte saber que a partir de ese descubrimiento, nada será igual. El primer motor político que se enciende en cualquier ser humano, es el grado de sensibilidad que le genera el dolor del otro. Desde ese momento, a partir de esa verdad madre, se agudizan la solidaridad y la cooperación como semillas del sueño colectivo. Ese instante, muchas veces imperceptible, es la muerte del individualismo y a partir de ese momento, el deseo se conjugará siempre en plural.
“Hay un fusilado que vive”, fue la verdad para Rodolfo Walsh. Cuando supo lo que había sucedido en los basurales de José León Suárez en 1956, su vida dio un giro de 180 grados. Dejó de ser un buen escritor de novelas policiales, para convertirse en un comunicador imprescindible; porque cuando un hombre grita “la verdad se milita”, se convierte en conciencia ambulante al servicio de los que quieren saber.
Para el Padre Carlos Mugica, la villa significó el amor a primera vista con la realidad de carne y hueso. Desde ese contacto inicial con ese mundo tan lejano, con esa realidad de chapa y madera de Retiro, abandonó las huellas de su pasado en Recoleta y arrancó para siempre el Mugica Echagüe de su cruz.
Dos viajes por América latina, fueron la verdad para el Che y después de miles de kilómetros de pobreza, analfabetismo y enfermedades del siglo XVIII, en un continente que sintió propio por primera vez, el pasado de Guevara Lynch se entregó a los brazos de un impensado futuro revolucionario.
Clase media, oligarquía venida a menos, doble apellido con goteras, pero en todos los casos, vidas alejadas de la marginalidad, de todas las necesidades urgentes y de todos los sueños postergados o aniquilados. Tres hombres que se toparon maduros con la verdad. Emergentes de las capas sociales que están lejos del piso, las que poseen el don de eludir lo que no quieren ver y hacen del negacionismo un culto. No obstante, al final del camino Walsh, Mugica y el Che, fueron protagonistas de una generación, que en la pelea por justicia, les arrebataron la vida. Pero para millones de hombres y mujeres, la verdad es una marca de nacimiento que reconocen apenas abren los ojos. No tienen otra posibilidad, esa ruta es obligatoria, ineludible y de mano única.
Cuenta la leyenda que una mañana de finales de la década del ‘40, una viejita que rozaba los 80 años apareció en la Fundación Eva Perón. Había sido negreada y esclavizada toda su vida en el campo. Llegaba con el sueño de jubilarse y traía documentos que no alcanzaban para completar el trámite. Posiblemente desembarcó con un certificado de nacimiento, un documento personal o una libreta de casamiento. A su lado, Evita y un burócrata que revisaba papeles, sabiendo que el trámite había quedado encerrado en un laberinto sin solución. Entonces ella pregunta, “¿qué pasa? ¿no hay papeles?”. Solo dos letras fue la respuesta tajante del dueño de los sellos: “No”.
“Entonces si no hay papeles, ¿no la puede jubilar?”, fue la consulta con respuesta incluida de Evita. Otro “no” lapidario del empleado, como único gesto frente a la falta de documentos de la abuela. Pero como a Evita, la verdad se le había presentado desde el minuto cero de su historia, se encargó de regalarle la solución al dueño del escritorio: “Si quiere comprobar si la señora trabajó toda su vida, mírele las manos”.
Una mujer que siente la necesidad irrefrenable de repetir hasta el último segundo de su vida, que “allí donde hay una necesidad, hay un derecho”, estuvo siempre mano a mano con el dolor del otro.
“Quiero demasiado a todos los pueblos del mundo, explotados y condenados a muerte por los imperialismos y los privilegiados de la tierra. Me duele demasiado el dolor de los pobres, de los humildes, el gran dolor de tanta humanidad sin sol y sin cielo como para que pueda callar. Si, todavía quedan sombras y nubes queriendo tapar el cielo y el sol de nuestra tierra, si todavía queda tanto dolor que mitigar y heridas que restañar, cómo será donde nadie ha visto la luz ni ha tomado en sus manos la bandera de los pueblos que marchan en silencio, ya sin lágrimas y sin suspiros, sangrando bajo la noche de la esclavitud. Y cómo será donde ya se ve la luz, pero demasiado lejos, y entonces la esperanza es un inmenso dolor que se revela y que quema en la carne y el alma de los pueblos sedientos de libertad y justicia»
 (Evita, “Mi mensaje”).
Vivió y murió por ellos. Por todos los que dignificó a fuerza de derechos, salarios justos, ciudades para niños y estudiantes, hogares-escuelas, hospitales, casas dignas, máquinas Singer, sidras, pan dulce, muñecas y pelotas. Como gracias nunca alcanza en estos casos, cuando no podía nombrarla el pueblo armó altares con su foto en un rinconcito de su casa y encendieron velas que jamás dejaron de ser luz. La convirtieron en santa, para rezarle a la madre de una nueva religión y agradecerle su sacrificio en la cruz.
Evita enfrenta en tiempo presente a los “Viva el cáncer” y a los que tres años después de su muerte, bombardearon la plaza. Solo se animaron a pelearla, postrada y embalsamada. “Estén alertas. El enemigo acecha. No perdona jamás que un hombre de bien, que un argentino como el general Perón, esté trabajando por el bienestar de su pueblo y por la grandeza de la Patria. Y los vendepatrias de adentro, que se venden por cuatro monedas, están también en acecho para dar el golpe en cualquier momento. Pero nosotros somos el pueblo y yo sé que estando el pueblo alerta, somos invencibles porque somos la patria misma”
 (Evita, 1 de mayo de 1952).

Una biografía escrita por su palabra
La mujer que nació para parir revoluciones

Un huracán político repleto de derechos. Una bisagra entre la Argentina agroexportadora que imponía sus privilegios y el comienzo de la batalla final por el modelo de país, que nació con el primer peronismo. “Han pasado los tiempos en que los pueblos eran dirigidos por círculos oligárquicos. Ha llegado la hora de los pueblos” (1949)
Víctima de la discriminación, salió a pelear por la igualdad. Mujer coraje, se rebeló ante el hambre y la miseria programada por las minorías, que dueñas de la tierra, siempre se creyeron propietarias de la vida y de la muerte de millones de argentinos.
Cuenta la leyenda que cuando llegó a Buenos Aires a los 15 años (1935), bajó del tren y entró a un bar para preguntar por un hotel. Los hombres que la advirtieron tan frágil como perdida, le anotaron en un papel la dirección del viejo palacio Unzué, luego residencia presidencial (Avenida del Libertador, Austria, Agüero y Avenida Las Heras, hoy Biblioteca Nacional). La broma despiadada la llevó al lugar y un mayordomo, fue el encargado de decirle dos verdades en un solo envase: primero, no era un hotel y segundo, la gran ciudad estaba infectada por “pobres corazones”.
Once años después, Perón fue el primer presidente que utilizó la residencia de manera permanente. Evita vivió y murió en ella, en la casa que le anotaron en un papel, aquellos porteños que creyeron haberse burlado de la piba de pueblo…
“Siempre he querido confundirme con los trabajadores, con los ancianos, con los niños, con los que sufren” (1951).
Fueron apenas seis años. Sin ocupar puestos oficiales, ni cargos electivos; pero vividos de la mano del mandato natural, que nació incondicional desde abajo. Seis años, nada más. Apenas un instante en la historia de un país. Pero le alcanzó para atropellar al pasado y terminar con el “Estado inhumano”, que tantas veces denunció. “El rico cuando piensa para el pobre, piensa en pobre”. (“La razón de mi vida”).
Nos separan más de seis décadas de la muerte de Evita y cada palabra, compartida con la multitud o escrita en soledad, siguen sonando a futuro. Habló de justicia, libertad, dolor, esperanza, odio, rebelión, enemigos, traidores, explotación, imperialismo, mediocres, fanáticos, héroes, santos y mártires… “La esperanza es un inmenso dolor que se revela y que quema en la carne y al alma, de los pueblos sedientos de libertad y justicia” (“Mi mensaje”). Denunció al pasado de la oligarquía (explotación, concentración de la riqueza, latifundios), al sabotaje del presente (desabastecimiento, difamación constante de la prensa) y advirtió sobre el regreso de los viejos dueños de la Argentina, si antes no se avanzabadefinitivamente sobre los nidos golpistas.
“Yo tengo tres cosas porque luchar. Primero, por ese gran agradecimiento que siento por ese pueblo valiente y trabajador argentino que supo reconquistar a nuestro querido coronel Perón. Segundo como argentina y tercero como una mujer de pueblo que sabe las vicisitudes, las privaciones, el trabajo y la miseria. Todo lo que pueda hacer por ustedes será poco. Todo lo que esté a mi alcance lo haré hasta el último momento; así como se perfectamente que el coronel Perón de la Secretaría de Trabajo y Previsión, hasta el último momento de su vida va a trabajar por la felicidad de todos ustedes” (1946).
Las elecciones de 1946, expusieron a una sociedad partida en dos. Modelo de país frente a proyecto colonial. Según la lógica de la Unión Democrática, de un lado estaba la alianza del bien y del otro, el eje del mal. Convocados por Estados Unidos, todos los representantes de la vieja política y llamados por Perón, los hombres y mujeres que no se sentían defendidos por el pasado. Ese corte angostó los límites del campo nacional y popular. El joven peronismo, quedó muy solo.
“El peronismo es sacrificio, es renunciamiento, es amor; es la fe popular hecha partido en torno de una causa de esperanza que faltaba en nuestra patria. Porque si la patria fuera grande y el pueblo feliz, ser peronista sería un derecho, en nuestros días ser peronista es un deber. Por eso los trabajadores somos peronistas” (1950).
Con la Ley Sáenz Peña, la política argentina sumó un nuevo actor, un sujeto colectivo que asomó a la vida pública nacional, con tres urnazos radicales; pero le discutió poder al poder, solo con la democracia formal bajo el brazo. Ese actor plural recién comenzó a sentirse protagonista real, cuando ganó la calle para terminar con la década infame. Evita supo desde adentro, desde la entraña de ese ejército de olvidados, por qué lloraban y qué soñaban…
“Sostenemos que el pueblo, es lo que el pueblo siente que es. Esto a primera vista parece una perogrullada o una cosa carente de sentido y sin embargo voy a probar, porque es una absoluta, profunda e indiscutible verdad. El pueblo no se siente clase, ni se siente plebe, ni se siente proletariado, ni se siente raza.
El pueblo se siente en primer lugar, una gran comunidad de no privilegiados; constituida por hombres y mujeres, cuya primera función es vivir y para eso trabajar. Vivir en el sufrimiento y casi siempre en la pobreza, ayudándose unos a otros, a sufrir y a gozar, a vivir y a morir. La solidaridad, la fraternidad, la igualdad y el amor, son inseparables del concepto de pueblo.
El pueblo siente y sabe que está constituido por todos los trabajadores, pero también siente que lo integran sus mujeres, sus niños y sus ancianos. Y que también forman parte de él, todos aquellos que sin ser trabajadores manuales, se sienten solidarios con ellos y se deciden a vivir juntos los grandes dolores y alegrías de la vida.
El pueblo siente que tiene un pasado y tiene conciencia de él. Es la historia de todos los sufrimientos, de todos los esfuerzos y de todos los sacrificios ignorados, que han hecho los hombres y mujeres de todos los tiempos, en el afán de construir una humanidad mejor”
 (1951).
Tenía la misma esperanza de su pueblo y arrastraba idénticos dolores. Era la voz de aquellos que la historia había silenciado durante décadas. “Hablo con el corazón de una mujer de pueblo, de una descamisada más. Hablo con un lenguaje sin engaños, con el que hablamos de una realidad palpable” (1950).

LOS FRÍOS NO DEBEN SERVIR AL PUEBLO: 

“El fanatismo es la única fuerza que Dios le dejó al corazón, para ganar sus batallas. Es la gran fuerza de los pueblos: la única que no poseen sus enemigos, porque ellos han suprimido del mundo todo lo que suene a corazón. Por eso los venceremos, porque aunque tengan dinero, privilegios, jerarquías, poder y riquezas, nunca podrán ser fanáticos, porque no tienen corazón. Nosotros sí. Ellos no pueden ser idealistas, porque las ideas tienen su raíz en la inteligencia, pero los ideales tienen su pedestal en el corazón” (“Mi mensaje”).
El cambio llegó con furia, fue profundo. No escondió nada, no guardó gestos, ni palabras políticamente incorrectas para mejores tiempos. “Vi desde el primer momento, la sombra de los enemigos de Perón, acechando como buitres desde la altura o como víboras pegajosas desde la tierra vencida. Vi a Perón demasiado solo, excesivamente confiado en el poder vencedor de sus ideas” (“Mi mensaje”).
Así como Eva Duarte se convirtió en Evita y archivó para siempre sus mejores vestidos a cambio del trajecito sastre, la misma transformación sufrió su discurso. “Los tibios, los indiferentes, los peronistas a medias, me dan asco. Me repugnan porque no tienen olor, ni sabor frente al avance permanente e inexorable del día maravilloso de los pueblos” (“Mi mensaje”).
De esa voz tibia, al grito más caliente. De las líneas leídas con sumo cuidado, a las denuncias cara a cara y sin intermediarios. “No me importa quemar mi vida, si con ella puedo alumbrar la felicidad de los descamisados de mi patria” (1950).
Su palabra dejó una huella que resiste el paso del tiempo y a su vez se reproduce. “Lo único que quiero ser, es la esperanza de todos los humildes de mi patria. Pueden ustedes tener la plena seguridad, que la compañera Evita, que antes de una situación de privilegio aceptó un puesto de lucha, no ha de abandonarlo jamás aunque tenga que caer en el, porque no podría traicionar jamás a los descamisados y a Perón” (1949).
Compartía el origen de los hombres y mujeres que habían ganado la superficie, desde octubre del ’45. “Nosotros los humildes, que antes del advenimiento de Perón no sentíamos más que humillación; no nos consideraban argentinos, ni seres humanos. Nosotros que estuvimos sumergidos más de 50 años, desatendidos en las necesidades primordiales de la masa trabajadora argentina; sentimos hoy el amanecer de la patria” (1948).
Parafraseando a José de San Martín (“Serás lo que debas ser o no serás nada”), Evita construyó el primer mandamiento. Una definición genética, una marca de identidad, donde no hay espacio para grises, ni para reinterpretaciones pragmáticas: “El peronismo será revolucionario, no será nada”. Una sentenciaque no acepta una versión domesticada de los dirigentes, que se siente cómoda en la pelea con el enemigo, que rompe en cada palabra las cadenas que ataron a su pueblo. “Los fríos, los indiferentes, no deben servir al pueblo. No pueden servirlo aunque quieran. Para servir al pueblo hay que estar dispuesto a todo, incluso a morir. Los fríos no mueren por una causa, sino de casualidad. Los fanáticos sí. Me gustan los fanáticos y todos los fanatismos de la historia. Me gustan los héroes y los santos. Me gustan los mártires, cualquiera sea la causa y la razón de su fanatismo. El fanatismo que convierte a la vida enun morir permanente y heroico, es el único camino que tiene la vida para vencer a la muerte” (“Mi mensaje”).
“Daré todo por la patria, porque sé que hay pobres todavía. Porque sé que hay tristes, porque sé que hay desesperanzados. Mi alma lo ha sentido, mi cuerpo lo presiente, por eso junto al alma de mi pueblo, pongo mi propia alma y doy mi energía para daros la felicidad y he de poner mi cuerpo como un puente, hacia la felicidad común. Ni la fatiga, ni los sacrificios importan mucho, cuando se trata de curar los sufrimientos del pueblo argentino” (1950).
VOTO FEMENINO: “Dicen que una de las causas por las que la oposición no aceptaría el voto femenino, es porque las mujeres perderíamos femineidad. Y acaso no perdemos femineidad saliendo a ganarnos la vida a las 4 de la mañana” (1946).
El 23 de septiembre de 1947, el peronismo amplificó las fronteras de la construcción política que posibilitó la Ley Sáenz Peña. Tres décadas después, el voto universal y secreto que el radicalismo le arrancó a los conservadores, pasó a contemplar a las que nunca habían tenido voz, ni voto. Basada en las luchas viejas, Evita se puso al frente del sufragio femenino y aquella democracia tan liberal como formal, comenzó a ser un poco más real.
Dos años después, la Constitución de 1949 siguió multiplicando derechos, a ritmo revolucionario. “Mujeres de mi patria: recibo en este instante, de manos del gobierno de la Nación, la ley que consagra nuestros derechos cívicos. Y la recibo ante vosotras con la certeza de que lo hago en nombre y representación de todas las mujeres argentinas, sintiendo jubilosamente que me tiemblan las manos al contacto de la ley que proclama la victoria. Aquí está, hermanas mías, resumida en la letra apretada de unos pocos artículos, una larga historia de luchas, tropiezos y esperanzas. Esto traduce la victoria de la mujer sobre las incomprensiones, las negaciones y los intereses creados, de las castas repudiadas por nuestro despertar nacional” (1947).
Las mujeres eran consideradas incapaces por el Código Civil de 1871 y recién alcanzaron la igualdad legal con los varones en 1926 (Ley 11.357). Cecilia Grierson (la primera mujer que se recibió de médica en 1889), luego de participar en Londres del Segundo Congreso Internacional de Mujeres, fundó en Buenos Aires el Consejo de Mujeres. En septiembre de 1900, Grierson inició su lucha por el voto femenino. Alicia Moreau de Justo, se sumó con el Comité Pro-Sufragio Femenino en 1907.
La ley 13.010 que impulsó Evita en 1947, estableció en su primer artículo que “Las mujeres argentinas tendrán los mismos derechos políticos y estarán sujetas a las mismas obligaciones que les acuerdan o imponen las leyes a los varones argentinos”.
Cuando el 90% del padrón femenino concurrió a votar el 11 de noviembre de 1951, la historia de Julieta Lanteri tenía 40 años. La mujer que logró votar en las elecciones porteñas de 1911, a principios de la década del 50 se había transformado en un recuerdo sin peso político. En vísperas de una elección de concejales (noviembre 1911), la Municipalidad de Buenos Aires llamó a los vecinos para que actualizaran sus datos en los padrones: “Los ciudadanos mayores, residentes en la ciudad, que tuvieran un comercio o industria o ejercieran una profesión liberal y pagasen impuestos”. La doctora Lanteri observó que no había una limitación sobre el sexo en el texto y solicitó a la justicia su inscripción para participar del comicio. El juez resolvió a favor: “Como juez tengo el deber de declarar que su derecho a la ciudadanía está consagrado por la Constitución y en consecuencia, que la mujer goza en principio de los mismos derechos políticos que las leyes, que reglamentan su ejercicio, acuerdan a los ciudadanos varones”. El 26 de noviembre, votó en el atrio de la Parroquia San Juan Evangelista de La Boca y se convirtió en la primera sudamericana que ejerció el derecho a elegir.
“El voto femenino, será el arma que hará de nuestros hogares, el recaudo supremo e inviolable de una conducta pública. El voto femenino, será la primera apelación y la última. No es sólo necesario elegir, sino también determinar el alcance de esa elección. En los hogares argentinos de mañana, la mujer con su agudo sentido intuitivo, estará velando por su país, al velar por su familia.
Su voto será el escudo de su fe. Su voto será el testimonio vivo de su esperanza en un futuro mejor”
 (1947).
Aldo Cantoni, gobernador de Salta 1926-1928, reformó la constitución provincial y convirtió a las sanjuaninas, en las primeras que pudieron masivamente volcarse a las urnas. El 8 de abril del ‘28, el 98% de las mujeres empadronadas eligieron diputados provinciales y concejales.
Por entonces, la Iglesia opinaba que el voto femenino, “desorganizaría la estructura familiar” y casi todas las fuerzas políticas provinciales, coincidieron en que los derechos políticos de la mujer, debían concederse gradualmente, porque podía alterarse “el orden social establecido”.
“El derecho del sufragio femenino, no consiste tan solo en depositar la boleta en la urna, consiste esencialmente en elevar a la mujer a la categoría de verdadera orientadora de la conciencia nacional. De grandes mujeres, solo pueden salir grandes hombres. La misión sagrada que tiene la mujer no solo consiste en dar hijos a la patria, sino hombres a la humanidad” (1950).
Solamente existieron dos antecedentes parlamentarios, antes de la discusión final del ’47. El primero lo presentó en el Senado, el socialista Mario Bravo. El debate que arrancó en 1928, quedó trunco por el primer golpe de Estado. En 1932 el texto de otro socialista, Alfredo Palacios, logró que Diputados lediera media sanción al voto femenino. Pero la Cámara alta lo durmió, hasta que perdió tratamiento parlamentario.
“Desde un sector de la prensa al servicio de intereses antiargentinos, se ignoró a esta legión de mujeres que me acompañan. Desde un minúsculo sector del Parlamento, se intentó postergar la sanción de esta ley. Esta maniobra fue vencida gracias a la decisiva y valiente actitud de nuestro diputado Eduardo Colom. Desde las tribunas públicas los hombres repudiados por el pueblo el 24 de febrero (elecciones presidenciales de 1946), levantaron su voz de ventrílocuos respondiendo a órdenes ajenas a los intereses de la patria. Pero nada podían hacer frente a la decisión, al tesón, a la resolución firme de un pueblo como el nuestro, que el 17 de octubre con el coronel Perón al frente trazó su destino histórico.
Como en los albores de nuestra independencia política, la mujer argentina tenía que jugar su papel en la lucha. El sufragio que nos da participación en el porvenir nacional, nos entrega una responsabilidad: la de saber elegir. Nuestra cooperación empujará a la nacionalidad hacia las altas etapas que le reserva el destino, barriendo en su marcha los resabios de cuantos se opongan a la felicidad del pueblo y el bienestar de la Nación.
Con nuestro triunfo hemos aceptado esta responsabilidad y no habremos de renunciar a ella. La experiencia de estos últimos años puso frente a frente, a la reprimida vocación nacional de justicia económica, política y social, a los viejos caciques negatorios de los derechos populares. Ha de servirnos de ejemplo, que en momentos de gravedad los hombres argentinos han sabido elegir al líder de su destino e identificaron en el general Perón a todos sus ansias negadas, vilipendiadas y burladas por la oligarquía sirviente de intereses foráneos”
 (1947).
Perón propuso incorporar por decreto el voto de la mujer en las elecciones del ’46 y dispuso la formación de la Comisión Pro Sufragio Femenino. Pero contó con una fuerte oposición de la Asamblea Nacional de Mujeres, presidida por Victoria Ocampo, que se opuso a recibir ese derecho de manos de una “dictadura fascista”.
Entonces se convirtió en una promesa electoral de Perón, en la campaña del ’46: “La mujer argentina ha superado el período de las tutorías civiles. La mujer debe afirmar su acción, la mujer debe votar”.

Fuente Vicente Pueblo López
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