Esta mujer

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La columna de Cultura de María Macaya

Abril 10, 2022

Qué cantidad de condiciones naturales, innatas, de dimensiones morales casi sobrenaturales
deberá tener una persona para que millones de otras personas tengan la certeza de saber
quien es sin necesidad de mencionar su nombre y apellido, ni aún este último ser necesario
pronunciar para reconocer de quien se está hablando en cualquier ámbito. El vocablo “jefa”,
por ejemplo, ya tiene dueña. El pecho se infla, se escapan sonrisas, el cuerpo se vigoriza, se
siente orgullo al decir o escuchar “la jefa”. Es mujer, amada mujer y odiada mujer. Qué grande
será que las y los odiadores tampoco necesitan nombrarla para referirse a ella, les ocupa un
espacio demasiado grande que no pueden soportar y no la soportan. Aquí en nuestro país el
odio le está jugando fiero al amor y en medio de esta lucha sin cuartel los y las que amamos
tenemos la firme convicción de que el odio, el rencor y la envidia inoculados en tantos y tantas
no deben tener más lugar.
Así como en el cuento de Rodolfo Walsh escrito en 1965 “Esa mujer” Evita no es mencionada
en ningún momento, Gastón Garriga, comunicador, consultor y docente, miembro fundador
del Grupo Nomeolvides, escribe “Esta mujer”. Una narración breve y exquisita, un diálogo
donde a modo de paralelismo con Walsh, trae la contundente presencia de Cristina. El autor
procura subrayar con su texto la importancia y la necesidad de sostener a “la jefa” en estos
días en que lxs odiadores pretenden manchar su nombre con manifestaciones tan agresivas,
violentas y mentirosas.
La militancia, dirigentes, jóvenes, pueblo, tenemos la obligación de salir en defensa de “esta
mujer”, cada día más maltratada por una derecha que se está desparramando como una
mancha de aceite. Hagamos valer nuestras voces.
Como una acción militante compartamos y hagamos correr este cuento de Gastón Garriga,
Cristina lo merece.

ESTA MUJER

Por Gastón Garriga

-Bueno, ¿entendieron todo entonces?- dijo desde el otro lado del escritorio y se puso de pie,
señal inequívoca de que la reunión había terminado. Pero yo no pude moverme, seguía
embelesado por sus gestos.
-Me tengo que ir a Tolosa… Un tema familiar-, agregó mientras se ponía el tapado y cerraba la
cartera.
-La mamá de mis dos hijos más grandes es de Tolosa. Estuvimos casados diez años.
-Entonces llevame vos, pero metele que estoy apurada. Recién entonces reaccioné. Me
acerqué a mi compañero, el Patriota, le ordené en un susurro que no se despegara de ella y
bajé a los saltos las escaleras del instituto. Corrí por Rodríguez Peña hasta Bartolomé Mitre y
doblé en dirección a la enorme E blanca con fondo azul.

El playero me trajo mi vehículo. Era la Falcon Ranchera roja que compré cuando empecé con la
chacra, hacía tantos años. Puta madre, pensé. Tuve tantos autos y chatas y justo tengo que
subirla a este.

¿Por qué no? La Ranchera me remitía a Leopoldo chiquito, Mora creciendo en el vientre de su
madre, mis primeros pecanes. Éramos jóvenes, el presente era maravilloso y el futuro no podía
ser distinto. En esa chata habíamos ido a festejar el bicentenario. Y despedir a Néstor meses
después.

Ella se acomodó en el asiento del medio y el Patriota a la derecha.
-Te pedí que me lleves a Tolosa, no a 1985-, dijo y sonrió.
Iba a hacer un comentario sobre el “Diario de una temporada en el quinto piso”, pero ella me
detuvo con un leve codazo en las costillas, como si supiera lo que iba a decir.
-Perdoname, es que…
-¿Perdoname? ¿Pensás que me jode andar en una Ranchera? ¿Qué canal de noticias mira
este?-, le preguntó al Patriota, en busca de complicidad. -Soy una militante. Mi-li-tan-te, como
ustedes.

La Ranchera tenía una caja de cuarta al piso que se trababa muy seguido, recordé. Y yo llevaba
una francesa en la guantera, por si era necesario tirarse abajo a acomodarla. Me imaginé
haciendo eso delante de ella.
-¿Y de dónde en Tolosa era tu ex?
-Barrio Copervi, ¿ubicás?

Dos rayos salieron de sus ojos y me quemaron la sien. Yo seguía con la vista al frente,
concentrado. ¿Cómo no voy a ubicarme si me crié por ahí? Ubico Copervi, La Favela, todo. ¿Lo
dijo ella, lo pensé yo o me lo transmitió sin hablar?

La autopista de a tramos se convertía en la vieja avenida Calchaquí. Había animales sueltos que
me obligaban a bajar la velocidad. Entonces se nos ponían autos a la par, que tocaban bocina y
saludaban con los dedos en V. Ella devolvía todos los saludos y gestos con paciencia infinita.

-”Patriota”, mirá vos… Hay que estar a la altura de semejante apodo… Mirá que conocí gente,
pero a nadie que le dijeran así…-. El pecho del Patriota se infló en tiempo real y hubo que
hacerle lugar en la cabina de la chata. Yo seguía aferrado al volante con las dos manos,
repartiendo mi vista entre el camino y el reloj de temperatura del motor. Los fierros viejos, es
sabido, son mañeros.

-Y vos tuviste más hijos-, afirmó con autoridad. -¿Te volviste a casar?
-Tengo una nena que va a cumplir tres, Pastora. Su mamá se llama Ana. Tal vez nos casemos.

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Este cuento fue publicado el 6 de abril,  en la página de Sandra Russo, Dejámelo Pensar.
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