EL RUISEÑOR DE LAS CALLES PORTEÑAS

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La columna de Cultura de María Macaya

Julio 6, 2025

En la primera semana de este helado mes de julio traigo el recuerdo de un exquisito cantor de tango que murió un 7 de julio de 1959.
Dueño de una voz modesta pero cálida, expresiva y de buen gusto, Ángel Vargas se lució interpretando tangos cuyas letras contaban historias de barrios pobres, vidas simples y ventanitas de arrabal.
José Lomio, su nombre real, nació en el barrio de Barracas el 22 de octubre de 1904. Alrededor de 1923 comenzó a cantar el repertorio de Carlos Gardel y de su ídolo de adolescencia Ignacio Corsini en cafés del barrio de Barracas y la Boca donde lo apodaban “El Chino”.
José Luis Padula, autor del famoso tango “Nueve de Julio”, lo contrató en 1935. En ese año graban «Brindemos compañero”  y la ranchera “Ñata linda”.

En 1940 Angel Vargas ingresa a la orquesta del pianista Angel D’Agostino, con quien trabajará hasta 1946, dejando grabados 94 temas.
La dupla D’Agostino-Vargas, fue furor en toda la década del cuarenta. El éxito del binomio se afianzó de manera estable en bailes por clubes y cabarets y por tal motivo, son contratados para los programas de Radio El Mundo. El éxito radial fue descomunal, fueron llamados para grabar discos por la casa Víctor. En 1940, salió a la venta la primera placa con los tangos “Muchacho” y “No aflojés”. A partir de ese acontecimiento, la historia de ambos se volvió gloriosa.
En su etapa como solista formó su propia orquesta dejando registro grabado de 86 temas.
“No aflojés”, “Tres esquinas”, “Ninguna”, “Muchacho”, “Esquinas Porteñas”, interpretadas junto a la orquesta de D’Agostino se destacan entre tantas otras exitosas composiciones.
Julián Centeya (1910-1971 / seudónimo de Amleto Enrique Vergiati) que fue un destacado poeta, recitador y letrista de tango ítalo-argentino, dijo de Vargas que “era el cantor para las novias que no se habían desvinculado todavía de las trenzas, de la barra brava del boliche y de la esquina, del rectángulo colorado de los patios con glicinas…”. Ya que su repertorio  rezumaba ternura, sensibilidad ante la naturaleza y la actividad humana de un tiempo duro, de guapos, que ya casi no existía.
Angel Vargas apodado “El ruiseñor de las calles porteñas” falleció a los 55 años a consecuencia de complicaciones en una cirugía.

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