El problema no es la política

VisiónPaís/ octubre 31, 2018/ Sin categoría

El problema no es la política, el problema es la humanidad, el reencuentro con lo peor de la especie humana que aflora cuando menos lo queremos, cuando entregamos nuestra ingenuidad a la ilusión de que en algo hemos mejorado.

Por Alejandro Ippolito

Pero no es así, los cambios o son profundos o no son nada, se quedan en los enunciados y en actuaciones de ocasión que pronto se olvidan y se descartan.
He visto a una muchedumbre saludando el paso de los camiones repletos de milicos armados desfilando con los brazos en alto como los solados romanos que regresaban victoriosos de alguna campaña conquistadora. En Brasil no ha sucedido un golpe, no ahora, fue el voto popular el que instaló con millones de voluntades a Bolsonaro en el poder. Pensar en el fraude del voto electrónico es recurrir a la esperanza, porque resulta imposible pensar en que algo así haya sucedido.
Si pensamos en nuestro país, podemos observar sin esfuerzo el evidente paralelismo- Pero nosotros veníamos de otro lugar, no pasamos por un golpe institucional como el de Temer como prefacio, sí hubo golpe mediático y chicanas gremiales y hasta un tupido «fuego amigo» de los traidores del peronismo. Pero estábamos despidiendo a una presidenta en una plaza repleta y a los pocos días ya sufríamos las primeras muestras del desastre que no cesa desde entonces.
Pero el odio sí resulta reconocible como el factor común en ambos casos, tanto en Argentina como en Brasil el odio de los desclazados, de los desmemoriados, de los que han roto los espejos a piedrazos para negar su propia imagen y suponerse mejores por esa necesidad idiota de despegarse de su sombra, es la sustancia fundamental que explica las acciones demenciales de un enorme grupo de personas que inclinan en su propio perjuicio la balanza y que son capaces de morir con una sonrisa si es que al de al lado lo matan un rato antes.
La derecha no siembra sobre el cemento, antes están los medios y los jueces que responden a los mercados y los imperios, entre otros factores, para preparar la tierra donde enterrar la semilla del desprecio para que prospere la hiedra envenenada. Después solo se trata de presentar al personaje que hará las veces de verdugo de los enemigos públicos cuyo identikit ha sido dibujado por el poder del dinero.
La etiqueta preferida de los corruptos es la «corrupción», la señalan sin pruebas en los populistas y la esconden tras varias capas de maquillaje cuando es la propia y con evidencias contundentes.
Y allí está lo que llamamos pueblo, que no sabe, que no aprende, que ha sido adormecido con la canción de cuna de la ignorancia, alejado de toda realidad que no quepa en las pantallas de Clarín o de O Globo.
Pero con solo eso no alcanza, insisto, tiene que haber un ser dispuesto a oficiar de incubadora para el,odio y que se entregue a la tarea de alimentar al monstruo que cuando crezca terminará por devorarlo.
Estoy tentado de llamarlo estupidez, porque son personas que ponen su cuello a disposición de la guillotina porque les han dicho que de esa forma se cura el dolor de cabeza.
Vuelvo sobre esta imagen, una multitud saludando el paso de los carros de asalto de los militares en Brasil, envalentonados por el triunfo del apologista de la muerte y la tortura, un enorme sector de la población que se revuelca en el odio como en un chiquero y confunden el estiércol con la felicidad. Y no es un golpe, es una estrategia de control de masas, un abuso de la inteligencia en favor del exterminio, un complot de los dueños del mundo para que no haya más berretines populares en América Latina; llámelo como quiera, pero no es un golpe, es el resultado del Protocolo de Atlanta para derrocar al progresismo en la región de la mano de los medios y la justicia.
Para que estemos viviendo esta pesadilla es necesario habernos dormido primero.
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