El gorila en su laberinto

VisiónPaís/ marzo 29, 2019/ Sin categoría

Por Alejandro Ippolito

Es justo comenzar diciendo que el gorila sufre la peor de las prisiones porque sus barrotes
no lo contienen, él los aloja en su interior y por lo tanto le resulta imposible escapar. Su
cautiverio lo destina a los pasillos de un intrincado laberinto en donde cada encrucijada lo
confronta con su doble moral.
Permanentemente se ve reflejado en un espejo que le miente transformando su aspecto
bestial en la belleza.
De esta forma, arrojado a los senderos de su engañoso territorio, oscila entre el agrado y el
rencor de forma permanente. Esto es normal en casi todas las criaturas pero lo curioso, lo
inquietante de este comportamiento, es que frente a cuestiones idénticas expone
reacciones opuestas.

El gorila en su laberinto se pierde por propio deseo, no anhela la salida, la prisión le resulta
preferible a la libertad. Y es entonces cuando vemos que se arrodilla piadosamente frente al
altar y besa los pies desnudos de una estatua doliente y un instante después estará
crucificando a un inocente.

Se golpea el pecho, como todo gorila, clamando al cielo por un niño pobre obscenamente
exhibido en la portada de un diario y le da vuelta la cara, un segundo después, al pequeño
que se acerca por primera vez a un derecho históricamente negado. Se calza la ajustada
toga del Juez y condena al linchamiento al muchacho que se roba una cartera en Recoleta
pero le hace un guiño cómplice al prolijo delincuente recién afeitado que engorda con 20
millones sus pecados en un banco.
El gorila visita los bordes del ridículo, se niega a pagar, evade, esconde, lava, dibuja y pide
con alaridos más seguridad, más servicios, más obras. Aplaude las apariciones televisivas de
legisladores que jamás han aportado ni una idea ni su presencia en el Congreso y más tarde
sale a la calle con un cartel que asegura que no quiere mantener más vagos. El laberinto
opera como un tamiz de la memoria, solo pasa por su delicada malla todo aquello que no
incomoda dejando fuera el molesto ripio de la historia.

El gorila en su laberinto no es feliz, se acurruca en su nido de tristeza y se relame con el
fruto de su impostado dolor. Finge sus absurdas monerías, confunde la luz con las tinieblas,
niega con todas sus fuerzas el afuera, que es la realidad que ya no lo espera. No hay otra
bestia que lo espere en el centro del laberinto que no sea su imagen real, la sentencia final
de mirarse sin piedades impuestas, sin los exagerados maquillajes de una ética de barro
escondiendo su enclenque y ajada humanidad.
No puedo imaginar un destino peor.

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