Del libro de Daniel Di Giacinti, «Peronismo: ¿Reforma o Revolución?»

El líder había designado en puestos claves a Abal Medina y Rodolfo Galimberti. Respaldó la designación de Héctor J. Cámpora como candidato a presidente enfrentando la fuerte postulación de Antonio Cafiero por parte de la «ortodoxia» peronista.
Había liquidado la candidatura a gobernador de Manuel de Anchorena, produjo la defenestración de Coria y obligó a las “62” a aceptar la verticalidad detrás de los mandos tácticos.
La distribución de cargos electivos a los jóvenes peronistas constriñó a los gremialistas a sólo el 25% de los puestos. El remate fue el nombramiento en varias provincias fundamentales de gobernadores afines a las corrientes progresistas del peronismo y la designación de Atilio López como vicegobernador de la Provincia de Córdoba.
Pero había mucho más. En una reunión realizada en Roma entre Perón y los dirigentes montoneros, el líder ofreció a la Juventud Peronista en reconocimiento al valor y heroicidad demostrado en la lucha contra la dictadura, el honor más grande en el Movimiento Peronista: hacerse cargo del sitial político de Eva Perón, La Fundación Eva Perón (algunas versiones agregan a esto el Ministerio de Bienestar Social de la Nación).
Los peronistas sabemos lo que esto representaba en términos de significación y poder. La Fundación por su funcionalidad era el lugar más revolucionario del peronismo, al ser el encargado de resolver los problemas de injusticia e indignidad social de los sectores que quedaban afuera del sistema legal y sin ninguna protección del Estado. Sólo desde lo ideológico podía resolverse esta situación sin caer en la antigua caridad oligárquica.
La Fundación era la promotora de un acto de justicia revolucionaria que restauraba la dignidad de los sectores más abandonados de la comunidad. También significaba un lazo directo entre Perón y su Pueblo.
En la reunión, además, Perón plantearía la necesidad de lograr la reconversión de las «formaciones especiales» a la vida civil, acentuando que era un proceso que podía presentar algunas dificultades.
Sin embargo, la Cúpula montonera, representada en la reunión por Firmenich, Perdía y Quieto, respondería con un grado de soberbia brutal, rechazando el ofrecimiento y dando a Perón una lista de 300 nombres para los cargos fundamentales del nuevo gobierno.
El infantilismo de las dirigencias montoneras no era nuevo; renovaban la incomprensión política de otros dirigentes del peronismo que ante los giros coyunturales de Perón seguían de largo al no entender el sentido estratégico de su accionar.
Algo similar había pasado en la época de la resistencia con los cuadros políticos que, con enorme valor y coraje habían logrado los espacios políticos para el primer gran triunfo del peronismo en el exilio: la votación en blanco de las elecciones para constituyentes de 1957. Muchos de estos valientes militantes vieron el apoyo a Frondizi, no como una maniobra para romper el frente gorila sino como una especie de claudicación.
Los jóvenes dirigentes habían salido a la superficie política en el momento del asalto final, cuando el movimiento había logrado, luego de doce años, cercar a la dictadura militar. Al encontrar al movimiento sin conducción táctica por las permanentes claudicaciones de sus dirigentes, se pusieron al frente de una enorme insurrección popular.
Sentirse al frente de un pueblo en plena rebelión les haría repetir el error de dirigencias anteriores. Como las multitudes de los actos del laborismo que confundieron a Cipriano Reyes o los millones de trabajadores de las tomas fabriles que confundieron a Timoteo Vandor, también los jóvenes supusieron que los miles de militantes que se movilizaban con ellos en los actos, les pertenecían, o que el enemigo se retiraba no ante la acción de cerco político luego de años de oposición peronista, sino ante la violencia ejercida por sus propias organizaciones armadas.
Ni la gente les pertenecía ni los espacios políticos donde avanzaban habían sido abiertos por sus acciones. Trágicamente se darían cuenta de esto mucho después, cuando según ellos había llegado el momento ideal para la acción, enfrentado a una feroz dictadura militar. Al mirar detrás comprobaron que el pueblo había vuelto a su casa a la espera de un nuevo jefe y que los espacios políticos se habían cerrado indefectiblemente, siendo derrotados rápidamente por las fuerzas represivas.
No sabemos que decepcionó más a Perón, si el rechazo displicente al honor de dirigir la Fundación Eva Perón, o la audacia de pasarle una «factura» al presentarle la lista de 300 cargos, o los documentos internos de la unión de las organizaciones armadas FAR y Montoneros donde abiertamente hablaban que la conducción del proceso revolucionario pasaba por el Ejército Revolucionario, o sea: ellos.
Pero sin duda la enorme expectativa que había depositado en el Trasvasamiento Generacional se transformaba en una nueva decepción. Todo su plan político se desmoronaba y debería corregirlo rápidamente para salvar la vida de miles de jóvenes militantes que desconocían los planes de la Cúpula Montonera que los llevaba a un camino sin retorno.
Perón comenzaría a aislar a las cúpulas, denunciando la infiltración ideológica e iría ejerciendo lentamente una acción disuasiva creando permanentemente puentes de acercamiento para aquellos que se dispusieran a acatar su liderazgo.
Lamentablemente la muerte no le permitió terminar esta maniobra, pero pudo sí, desmembrar a una parte considerable de la estructura juvenil y fundamentalmente aislar a las organizaciones armadas de la masa peronista.

Lamentablemente, la violenta acción de las organizaciones armadas tuvieron su correlato en la respuesta de los grupos de extrema derecha del peronismo en los mismos términos militaristas que ellos planteaban.
Estos grupúsculos absolutamente intrascendentes desde su importancia política, encontraron un campo abierto ante el vacío producido por la crisis dirigencial que provocó la abrupta caída del gobierno de Cámpora y los espacios de poder brindados originalmente a los grupos juveniles.
Fueron la fuerza de choque de la reacción de los antiguos grupos de derecha desplazados por el propio Perón que intentaron rápidamente reconquistar los espacios perdidos. Pudieron de esa forma dar rienda suelta a sus instintos criminales siempre presentes en su acérrimo macartismo.
A la muerte de Perón encontrarían su aliado más poderoso en José López Rega que incorporó a parte de ellos en su tristemente célebre Triple A, la antesala de los grupos de tarea de la dictadura militar.
Por supuesto que los enemigos de la nación aprovecharían y atizarían esta lucha para impedir el proceso de pacificación nacional que Perón necesitaba imponer para poner en marcha la única herramienta política válida en la lucha por la liberación: la autodeterminación popular.