El Exilio de Perón: Venezuela y República Dominicana
Por Federico Giordano**
Julio 25, 2014
El 9 de agosto de 1956 Juan Domingo Perón arribaba a Maiquetía. Ya le había escrito a Pérez Jiménez: “Mis enemigos han pretendido asesinarme hasta en mis habitaciones del hotel Washington en Colón”. Al descender del avión eludió las declaraciones con una frase irónica: “La política, la guerra y las mujeres no son cosas para viejos”. Los meses en Caracas le servirían para la organización de la resistencia. Trabaja afanosamente en su departamento del séptimo piso del edificio Jos Mary de la avenida Andrés Bello. Por esos días terminó el libro La fuerza es el derecho de las bestias, título de una frase de Cicerón y en el que da cuenta de su gestión de gobierno.
Perón no mantuvo una relación estrecha con Pérez Jiménez. En las conversaciones con sus compañeros de exilio era más bien crítico de la obra del dictador porque consideraba que ella carecía de proyección social. En una oportunidad comentó: “Me gustaría advertirle al propio Pérez Jiménez estas cosas pero desde que estoy aquí no lo he visto. Sin embargo, me ha ofrecido una hospitalidad generosísima que compromete para siempre mi gratitud”.
Sus contactos frecuentes eran con Pedro Estrada, quien había colocado la SN al servicio de su protección. Para el otro factótum del régimen, Laureano Vallenilla Lanz (que había celebrado su derrocamiento en septiembre de 1955), “Perón era un adeco uniformado”.
Ahora, desde la quinta Mema en El Rosal sigue día a día la política de su país, recibe visitantes y apuesta a un pronto retorno. El periodista Américo Barrios recuerda que “la casa que habitaba Perón era modesta, tenía un vestíbulo no muy amplio. Sobre una repisa había un retrato de Eva Perón realizado en delicada acuarela; en un rincón un hermoso piano de caoba claro de gran marca que Don Fortunato Herrera, un venezolano amigo del general, había obsequiado a Isabelita. Sillones comunes y sillas rodeando una mesa para comer convertían a esta sala en un living, eso y dos dormitorios eran toda la casa”.
Sin embargo, estaba consciente de que pesaba sobre él la sentencia de muerte de los “gorilas”.
Ante la presencia de Perón en Venezuela, la presión del gobierno argentino no se hizo esperar. Así el 27 de enero de 1957 anunciaba el descubrimiento de “otro plan peronista más”, orientado desde Caracas y ejecutado por elementos que atravesarían las fronteras de Chile, Brasil, Paraguay, Bolivia y Uruguay para establecer el “caos interno” y provocar la guerra civil en la Argentina. El plan era idéntico al que hacía algún tiempo se había difundido desde Montevideo, y denunciaba además la alianza del peronismo con el comunismo y una facción nacionalista del Ejército. Estas afirmaciones tenían las características de una estratagema, cuyo objetivo consistiría en justificar las presiones sobre Venezuela para que expulsase a Perón de su territorio. De todos modos, con o sin fundamento, el gobierno de facto intensificó las actividades de inteligencia y prosiguió con la campaña contra el peronismo en los demás países del continente. Poco tiempo después de divulgar la noticia sobre el complot que Perón articularía desde Caracas, anunció la existencia de “comandos peronistas” en Brasil. El subsecretario de Relaciones Exteriores, García Arias, y el mayor Roberto Shaw, jefe del Servicio de Coordinación y Enlace de la cancillería argentina (servicio encargado de las cuestiones de seguridad), entregaron al embajador João Carlos Muniz una serie de documentos, que no solo vinculaban a los asilados en Brasil con la práctica de ilícitos penales (falsificación de moneda), sino que comprometían a personalidades y gobiernos de algunos países de América del Sur.(1)
Al difundir estas revelaciones, el gobierno de Aramburu logró en cierta medida inducir a Brasil para que truncara cualquier actividad política que pudieran desarrollar los refugiados en su territorio.
Con respecto a Venezuela, las presiones no tuvieron resultado sino que, por el contrario, generaron tensiones entre los dos países. El embajador de la Argentina, general Carlos S. Toranzo Montero, solicitó audiencia a Marcos Pérez Jiménez a fin de mostrarle copias de las cartas y otros documentos atribuidos a Perón, que probaban que él se ufanaba de contar con el apoyo de las autoridades de Venezuela al tiempo que daba instrucciones a su “jefe de comando” en Paraguay para que se entendiese con el presidente Stroessner.(2) Alegó que las actividades políticas de Perón aumentaban con miras a impedir las próximas elecciones en la Argentina mediante huelgas, atentados, desórdenes, etcétera, y por esto pretendía que el gobierno de Venezuela, como si fuese por su propia iniciativa, lo expulsase de su territorio. En caso de que no lo hiciese con urgencia, la Argentina presentaría una nota de protesta y se romperían relaciones diplomáticas.
Pérez Jiménez, que no mantenía contactos personales con Perón, se negó rotundamente a aceptar las exigencias del gobierno de la Revolución Libertadora, porque las consideró lisa y llanamente una violación de soberanía, no recibió a Toranzo Montero, lo declaró persona no grata e interrumpió relaciones con la Argentina.
No obstante la exageración de las informaciones sobre el complot y la sospecha de que los documentos, cuyas copias fotostáticas Toranzo Montero poseía, fuesen falsificados, no cabía duda de que Perón seguía dirigiendo el movimiento justicialista desde Caracas y la resistencia a las políticas de la llamada Revolución Libertadora. Pero era igual de posible que el gobierno provisional de la Argentina hiciese de todo para eliminarlo físicamente por medio de atentados que organizaba su servicio secreto, según la acusación de Venezuela.
Laureano Vallenilla Lanz (h), ministro del Interior de Pérez Jiménez, refiere en sus memorias las permanentes presiones que afrontó el gobierno tanto de la Argentina como de Estados Unidos.(3)
Así, el 25 de mayo de 1957, casi un mes antes del agravamiento de las tensiones entre los gobiernos de Caracas y Buenos Aires, la explosión de una bomba destruyó completamente el automóvil de Perón,(4) cuyo prestigio volvía a crecer como consecuencia de las vicisitudes con que se enfrentaba la clase trabajadora, lo cual inevitablemente influía sobre la marcha y el resultado del proceso electoral en la Argentina. En aquel tiempo, la candidatura de Arturo Frondizi a la presidencia de la nación estaba surgiendo con el apoyo de la poderosa fracción intransigente de la Unión Cívica Radical (UCR). Entretanto, en diciembre de 1957 se encontraron en Caracas conspicuas figuras del peronismo: el tema de la reunión era la definición de cómo votar en febrero de 1958.
En enero de ese año fue derrocado Pérez Jiménez (5) y asumió el contraalmirante Wolfgang Larrazábal.(6) La hostilidad contra el régimen derrocado se hizo extensiva a los peronistas residentes en Caracas de modo que la situación política se revirtió y Perón debió prácticamente huir de Venezuela y asilarse en la República Dominicana, gobernada por Rafael Leónidas Trujillo.
El fin del recorrido latinoamericano
A fines de 1959, el gobierno español concedió las visas para la radicación de Perón y sus allegados que se instalaron en España en 1960 dando fin a su exilio en el continente americano. Allí Perón permanecerá casi una década y media. ¿Qué nos deja esta etapa? Sin dudas, este período marcará a fuego la voluntad del proyecto continentalista de emancipación que anidaba en Perón pues vivió en carne propia cuán ligados están los destinos de los pueblos latinoamericanos, pero en especial todo nos da la certeza de que el derrocamiento de Perón respondió no solo a cuestiones domésticas sino a un proceso por el cual aquellos que no se alineaban incondicionalmente con la nueva potencia emergente eran derrocados y sustituidos por dictaduras adictas a Washington.
Perón fue resistido por los EE.UU. desde un principio. La consigna Braden o Perón respondió a que el embajador yanqui se había convertido en una especie de jefe de la oposición y el líder de los trabajadores le propinó una importante derrota a través de las urnas. Pero la venganza llegaría luego pues los norteamericanos, además de apoyar su derrocamiento, constituyeron una fuerza principal a la hora de expulsar al general del continente.
Sin embargo habría nuevas batallas y, como sabemos, luchó y volvió, una fórmula que repetiremos siempre porque ni la desaparición física es un enemigo invencible para un pueblo que aun contra los imperios más poderosos se empecina en hacer volver y volver a aquella alegría que supimos conseguir.
Notas
(1). Oficio Nº 277/600 (10041), secreto, Embajador João Carlos Muñiz al Canciller José Carlos de Delia Pilar Otero.
(2). Oficio Nº 277/600 (10041), secreto, Embajador Oscar Pires do Rio al Canciller José Carlos de Macedo Soares. Caracas, 8-7-1957. Ofícios recibidos 1950/1957. Citado por Moniz Bandeira, Luiz. Ibíd. p. 242.
(3). Vallenilla Lanz, Laureano. Escritos de memoria. Caracas, Ediciones Garrido, 1963, pp. 432-433.
(4). Diario El Nacional, Caracas, 28-5-1957.
(5). El general Rómulo Fernández, jefe del Estado Mayor General del gobierno de Pérez Jiménez, le entregó un memorando, con fecha del 8 de enero de 1958, en el cual analizaba la situación interna del país y criticaba no el asilo dado a Perón y a otros peronistas y también la ruptura de relaciones con la Argentina y Chile, así como las tensiones con Uruguay y Costa Rica México, Perú y Canadá.
(6). El almirante Isaac Rojas, vicepresidente de la Argentina, envió un telegrama de felicitaciones a su “viejo amigo”, el contraalmirante Wolfgang Larrazábal, que había residido en Buenos Aires como agregado naval y que asumió la presidencia de la Junta de Gobierno en Caracas.
**Integrante del equipo de Estudios Políticos y Sociales de Gestar
Fuente Gestar


