El entorno familiar y el ascenso del “brujo”

VisiónPaís/ febrero 20, 2022/ Sin categoría

Del libro de Daniel Di Giacinti, «Peronismo: ¿Reforma o Revolución?»

La miopía de los grupos juveniles y la de los dirigentes que Perón había elegido para acompañar la etapa del trasvasamiento generacional (la mayoría de ellos pasarían a formar parte -luego de la muerte de Perón- del Partido Peronista Auténtico) sumado a la incomprensión de los dirigentes de la oposición (especialmente el radicalismo) convocados a un gobierno de unidad nacional, provocaría un nuevo aislamiento del Líder que, sin dirigencias en que apoyarse, avanzaría en la más absoluta soledad estratégica el último tramo de su vida.
Ese enorme vacío de poder que se generó a su alrededor fue llenado por un entorno que se instrumentó, no por capacidades políticas o méritos históricos, sino por la cercanía familiar al líder o por lealtades personales.
En ese entorno familiar se encontraba un oscuro personaje cuya única virtud había sido creer a rajatabla que Perón era un líder de carácter revolucionario universal y sin lugar a dudas volvería a la Argentina y accedería al poder.
Extraña paradoja de la historia que determinó que esta aseveración fuera producto, no de una convicción política revolucionaria de una generación de dirigentes que compartiera los objetivos estratégicos del líder, sino de un demente esotérico dedicado al espiritismo como José López Rega.
Detrás de esta “confirmación estelar” que poseía, se esforzó para estar de cualquier forma al lado de Perón, cosa que logró al trabar amistad con Isabel y compartir con ella sus vocaciones espiritistas.
Sobre este sirviente, secretario, enfermero, comenzaron a operar importantes factores de poder (como la CIA) que empezaron a exacerbar el anticomunismo enfermizo de López Rega para provocar el nacimiento de una organización parapolicial que enfrentara a los grupos de izquierda.
A espaldas de Perón intentó sin éxito operar sobre el Gral. Iñiguez (Jefe de la Policía Federal) para empezar una represión “fuera de la ley”. “El afirmaba –declara Iñiguez- que había llegado la hora de secuestrar y matar a los adversarios. Y también que había que aniquilar a sus familias”. Al transmitir las demandas de López Rega al propio general Perón, “la respuesta de Perón- enfatizó Iñiguez- fue inflexible en una conferencia celebrada en Vicente López, donde me dijo textualmente: “No le dé pelota a ese loco. Usted limítese a aplicar la ley.”
Ya Perón le había comentado a su amigo Jorge Antonio en una carta, los problemas que le estaba generando López Rega: “¡Qué bien que estábamos en Madrid cuando estábamos tan mal! es lo que puedo decir de aquí. Yo tengo la obligación de unir a todos los argentinos, pero algunos insensatos no lo entienden y las ambiciones y puñeterías de los apresurados me llenan de amargura. Gelbard anda bien, pero lo tenemos muy controlado; López Rega, enloquecido me crea toda clase de problemas; así le irá. Ud no venga todavía; de estar aquí, lo jugarán con uno u otro grupo, y usted se debe al país y al movimiento, que lo necesitan.”
Pronto encararía una estrategia para desembarazarse de su Secretario. Para ello convocaría a Ramón Landajo para suplantarlo, pero la muerte del líder dejaría trunca esta maniobra.

La violencia política

Perón sabía que la estrategia de los enemigos de la nación era llevar a la Argentina a una guerra civil, por eso dejaría claro como se debería enfrentar la violencia política.
La pacificación que propugnaba estaba en relación con la defensa del «orden revolucionario»: era una pacificación que estaba al servicio de un proyecto político superior. Su condena a la violencia sectaria y foquista era por ser un método contrarrevolucionario que impedía la participación y el debate popular y era un camino erróneo que favorecía los planes del enemigo. Así lo expresaría en su discurso del 1 de mayo de 1974 ante el Congreso de la Nación:
“Nuestra Argentina está pacificada, aunque todavía no vivimos totalmente en paz. Heredamos del pasado un vendaval de conflictos y de enfrentamientos.
Hubo y hay todavía sangre entre nosotros; reconocemos esta herencia inmediata a que me he referido, y extraemos de ella la conclusión de su negatividad. Pero no podemos ignorar que el mundo padece de violencia, no como episodio, sino como fenómeno que caracteriza a toda esta época. Que caracteriza, diría a toda época de cambio revolucionario y de reacomodamientos, en que un período de la historia concluye para abrir paso a otro.
Nosotros hemos encarado la Reconstrucción Nacional. Entre sus más importantes objetivos está el de reconstruir nuestra paz. Lo lograremos. No hay nada que no pueda alcanzarse con nuestras inmensas posibilidades y con este pueblo maravilloso al que con orgullo pertenecemos.
No ignoramos que la violencia nos llega también desde fuera de nuestras fronteras, por la vía de un calculado sabotaje a nuestra irrevocable decisión de liberarnos de todo asomo de colonialismo.
Agentes del desorden son los que pretenden impedir la consolidación de un orden impuesto por la revolución en paz que propugnamos y aceptamos la mayoría de los argentinos.
Agentes del caos son los que tratan, inútilmente, de fomentar la violencia como alternativa a nuestro irrevocable propósitos de alcanzar en paz el desarrollo propio y la integración latinoamericana, únicas metas para evitar que el año 2000 nos encuentre sometidos a cualquier imperialismo.
Superaremos también esta violencia, sea cual fuere su origen. Superaremos la subversión. Aislaremos a los violentos y a los inadaptados. Los combatiremos con nuestras fuerzas y los derrotaremos dentro de la Constitución y la Ley. Ninguna victoria que no sea también política es válida en este frente. Y la lograremos. Tenemos no sólo una doctrina y una fe, sino una decisión que nada ni nadie hará que cambie.
Tenemos, también, la razón y los medios de hacerla triunfar. Triunfaremos, pero no en el limitado campo de una victoria material contra la subversión y sus agentes, sino en el de la consolidación de los procesos fundamentales que nos conducen a la Liberación Nacional y Social del Pueblo Argentino, que sentimos como capítulo fundamental de la liberación nacional y social de los pueblos del continente.
Las fuerzas del orden -pero del orden nuevo, del orden revolucionario, del orden del cambio en profundidad- han de imponerse sobre las fuerzas del desorden entre las que se incluyen, por cierto las del viejo orden de la explotación de las naciones por el imperialismo, y la explotación de los hombres por el imperialismo, y la explotación de los hombres por quienes son sus hermanos y debieran comportarse como tales.
Todo esto -y todos tenemos conciencia de ello- se encuentra en marcha. Cada día que pasa nos acerca a las metas señaladas.
Ha comenzado de este modo el tiempo en que para un argentino no hay nada mejor que otro argentino. Esto sólo es ya revolución de suficiente trascendencia como para agradecer a Dios que nos haya permitido vivir para disfrutarlo.”
A la muerte de Perón el enfrentamiento contra los violentos perdió su legitimidad revolucionaria y se transformó en un instrumento al servicio de los enemigos de la nación.
Aprovechando el vacío dirigencial en el campo nacional y alentado por la soberbia y el infantilismo de los dirigentes guerrilleros, la lucha contra la subversión se transformó en una excusa para la toma del poder por parte de los dictadores del 76 que descargaron sobre el movimiento nacional una cruel y aberrante represión.
Un ánimo de venganza criminal se derramó por todo el país. La oligarquía no perdonaría la afrenta y humillación que había significado el triunfo popular y el retorno de Perón a su patria.
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