DÍA DE LA LEALTAD

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Por Viviana Britos (para Visión País Argentina)

Octubre 17, 2025

 

Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé
con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así
a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré
la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar
y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.

Casa Tomada – Julio Cortázar

Después de tirar la llave por la alcantarilla, los dos se sentaron en el umbral de la casa de al lado.
Irene apoyó las agujas con lo que quedaba del tejido sobre el mármol, como lo hacía siempre en el canasto ubicado al lado del sillón.
Al cabo de unas horas y en silencio se levantaron, no se quien fue primero. Y empezaron a caminar. El otro lo siguió sin mediar palabra. Caminaron sin rumbo, sin destino.
Cuando el cielo se aclaraba, anunciando la mañana, los pasos se aligeraron, caminaban cada vez más rápido. Las cuadras pasaban como cuando se ven desde la ventanilla de un colectivo.
Los pasos se transformaron en carrera. Corrieron, corrieron ya con las manos entrelazadas. Uno adelante y el otro apenas un poco más atrás.
Cuando el sol se filtraba entre los árboles, la carrera se llenó de risas, tímidas al principio, carcajadas impúdicas después.
Como dos niños a la salida de la escuela, reían y corrían, sintiendo que la carga de sus espaldas se alivianaba, se perdía. De pronto y sin razón él se paró en una plaza, amplia y verde.
Irene se sentó en uno de los bancos y giró su cuerpo buscando el canasto lleno de lanas y agujas inexistente.
Él buscaba el origen de ese rumor que cada vez era más audible y llegaba en forma implacable.
Fue entones que los vio. Sobre la avenida, venían como una marabunta de hormigas negras, personas que cantaban y vociferaban agitando banderas y pancartas.
Al llegar a él los torsos desnudos y las camisas de trabajo lo arrastraron sin proponérselo. Una algarabía, una pasión que no había sentido antes.
Vio que muchos se descalzaban y ponían los pies en el agua de las fuentes, él también lo hizo. Una multitud silenciosa, escuchaba con atención.
La voz femenina y quebrada, con la fuerza de un huracán dijo:

«Que vengan ahora los enemigos del pueblo, de Perón y de la Patria. Nunca les tuve miedo por que siempre creí en el pueblo»

Era el 17 de octubre de 1951
A seis años del 17 de octubre de 1945, hoy 80 años.

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