9 de Julio – Día de la Independencia
Por Lic. Pablo A. Vázquez
Tras la emancipación iniciada en Buenos Aires el 25 de mayo de 1810, tanto en el Río de la Plata como en otras ciudades de los virreinatos americanos se inicia un proceso revolucionario. Para algunos sería la separación definitiva de España, mientras que para otros equilibrar el poder de la metrópolis con los elementos criollos.
Tras la Primera Junta, La Junta Grande, el Primer y Segundo Triunvirato, sería el Director la forma política de estructurar un poder ejecutivo en nuestras Provincias Unidas para darnos un principio de organización.
Pero las disputas entre el centralismo porteño y las incipientes autonomías provinciales, más la influencia de Artigas en la Banda Oriental (quien motorizó una declaración de independencia en 1815), marcarían el posterior conflicto que desembocaría en la guerra civil entre unitarios y federales.
Mientras tanto Belgrano, Guemes y San Martín combatían contra los realistas y reclamaban mayor firmeza en logran nuestra independencia a los congresales reunidos en San miguel de Tucumán.
Hugo Chumbita señalaría: “Como reclamara con insistencia San Martín, el Congreso de Tucumán proclamó en 1816 la independencia de España (y de toda otra potencia extranjera), refiriéndose a «las Provincias Unidas de Sud América» (y no sólo del Río de la Plata). En cuanto a la forma de gobierno, el Congreso atendió la propuesta de Belgrano de la monarquía incaica «atemperada», expuesta ya en 1790 por Miranda en un memorial al ministro inglés Pitt.
En sus manifestaciones solemnes, según reconoció Mitre, «los patriotas de aquella época invocaban con entusiasmo las manes de Manco Capac, de Moctezuma, de Guatimozin, de Atahualpa, de Siripo, de Lautaro, Caupolicán y Rengo, como a los padres y protectores de la raza americana. Los incas, especialmente, constituían entonces la mitología de la revolución: su Olimpo había reemplazado al de la antigua Grecia; su sol simbólico era el fuego sagrado de Prometeo, generador del patriotismo…».
Belgrano alegó la importancia de ganar a las masas indígenas para la causa. La soberanía de un descendiente de los incas sería simbólica, junto a un régimen representativo, pero tenía gran atractivo popular; y el proyecto de establecer la capital en Cuzco apuntaba al levantamiento del Perú. La perspectiva era, en palabras de Mitre, «fundar un vasto imperio sud-americano que englobase casi la totalidad de la América española al sur del Ecuador».
El proyecto inicial del liberalismo revolucionario concebía la emancipación como una causa compartida por todos los criollos, los descendientes de españoles y de los pueblos originarios, cuyo horizonte necesario era la unión de los países del continente y la ciudadanía plena de mestizos, indios y negros. La incorporación de las masas, en gran medida frustrada, suscitó otras luchas durante las guerras civiles subsiguientes, y fue combatida como una amenaza por las oligarquías que se instalaron en el poder en la etapa posterior, cuando el liberalismo quedó reducido a su expresión mercantil, el librecambio, y el predominio mundial de los capitales imperialistas -en particular de los británicos- impuso la integración subordinada de nuestros países al mercado internacional”.
Lo cierto sería que los diputados declararon nuestra Independencia el 9 de Julio de 1816 en nombre de las Provincias Unidad de Sud América, con una visión más amplia que lo ocurrido tiempo después donde el ideario americano se esfumaría luego de la caída de Rosas, con gobiernos liberales oligárquicos encerrados en una idea de “patria chica”, dependiente de Gran Bretaña.
Quizás recuperar el espíritu de 1816 nos ayude en estos tiempos de ajustes y disciplinamiento social a recuperar nuestro espíritu de lucha por un proyecto nacional inclusivo y soberano.
* Lic. En Ciencia Política; Docente de la UCES; Miembro de los Institutos Nacionales Eva Perón y Juan Manuel de Rosas.

