1776 – 1876 – 1976 – Tercera y Última Parte-

VisiónPaís/ marzo 10, 2019/ Sin categoría

Por Bruno Pedro De Alto

En el año 2010, la República Argentina conmemoró su Bicentenario con una serie de actividades que fueron coronadas con la participación en las calles de millones de personas. Fue una fiesta popular. Con acierto aquel gobierno propuso repasar y festejar los doscientos años que constituyen la historia argentina.

Ese repaso nos trajo, una vez más, la larga lucha entre dos Argentinas, la lucha entre dos modelos de país en pugna. Un conflicto irresuelto. Desde cierto punto de vista, esa historia muestra un país que siempre parece convencido, determinado, tozudo, en la connotación positiva del concepto, en ser industrializado; que crece entre las fisuras que tiene otro país, que ocupa el mismo territorio, y de una manera u otra, siempre califica a aquel como tozudo, pero esta vez en su connotación negativa. Porque este país ocupador piensa que la Argentina industrializada, es una idea equivocada.

Esta dicotomía, una manera de explicar la historia argentina, no puede ser entendida, sin tener en cuenta tres grandes cuestiones. Para desarrollar esas cuestiones, vamos a girar alrededor un año específico de referencia para cada una de ellas. Curiosamente, esas fechas están separadas por cien años, logrando la serie notable: 1776 –  1876 – 1976. Esos, puntos, esas cuestiones, son aquí contadas a través de tres relatos, que constituyen las tres partes de este artículo: “1776: La Colonia”; “1876: Librecambio o proteccionismo; y “1976: Neoliberalismo”.

Luego de leer la última entrega, estimado lector, le propongo que se anime a responder la siguiente pregunta: ¿Cómo cree usted que sería el relato “2076”?

Tercera parte.

1976: Neoliberalismo

Sin dudas que la muerte del presidente Perón, el 1° de julio de 1974, implicó en todos los órdenes del país, cambios drásticos. Una vez que Isabel de Perón, asumió como Presidenta de los argentinos, se deshizo de los ministros vinculados a la “tendencia”[1], pero conservó a Gelbard a pesar de las presiones de la derecha peronista.

A Gelbard, la muerte de Perón le hizo perder su principal base de sustentación política y su exclusión definitiva del gobierno llevó unos pocos meses más, aunque su renuncia fue rechazada varias veces por la presidenta Martínez de Perón, quién lo retuvo siguiendo el consejo de su extinto marido, dado que le había señalado a último momento de su vida que Gelbard era el único ministro del que no debía desprenderse, por ser una pieza de equilibrio en el gabinete. Sin embargo, a instancias de José López Rega, ese equilibrio que aspiró Perón en vida, una vez muerto debía modificarse: para la ortodoxia don José representaba el último vestigio de un gobierno de izquierda que debía ser eliminado. El sentido del término “eliminado” era también literal, desde agosto se habían desencadenado asesinatos de distintos referentes de la izquierda peronista, y Gelbard sabía efectivamente que había pasado a ser un blanco móvil. Como Ministro había logrado cierta protección, pero ya en el llano vivió meses de miedo.

Sin embargo el fin del “Pacto Social”[2] significó la salida de Gelbard del gobierno, dado que en la práctica el gobierno de Isabel fue haciendo languidecer ese Pacto que tan trabajosamente había pergeñado Gelbard durante años y no con pocas dificultades había instalado desde el 25 de mayo de 1973. Cuando se retiró del gobierno en octubre de 1974, ya había transcurrido un año del golpe de Estado en Chile, donde acompañada de una feroz represión, se inició la primera experiencia económica mundial del monetarismo, ideada por la Escuela de Chicago, es decir por la doctrina del Departamento de Economía de la Universidad de Chicago, liderada por Milton Friedman. En esos momentos, en Argentina, los economistas, políticos, académicos y divulgadores de la Escuela de Chicago, ya estaban preparándose para imponer un quiebre histórico en la economía argentina. Eran sólo un puñado de economistas, pero de peso importante.

Un conocido divulgador económico valida la presencia de esta corriente ideológica por la vía del impacto relativo de la cantidad de economistas argentinos formados en el extranjero. La Universidad de Chicago (UC) prevaleció entre todas como lugar de formación.

“La enorme mayoría de quienes se graduaron en el país no completaron sus estudios en el exterior. De aquellos que sí lo hicieron, la UC es lejos la institución que más argentinos entrenó. (…) No encontré información referida al número de licenciados, masters y doctores en economía, egresados de las universidades argentinas, tanto públicas como privadas. Pero un cálculo realizado en el reverso de un sobre sugiere que la cifra tiene 5 guarismos, en otros términos, que son por lo menos 10.000. Por otra parte, en mi lista de trabajo tengo detectados 416 economistas argentinos <destacados>, 295 de los cuales completaron sus estudios en el exterior. Dentro de estos, 98 estudiaron en Chicago”[3].

Los primeros posgraduados fueron de la Universidades Nacionales de Cuyo y de Tucumán, dado que en 1962 se puso en marcha en la primera el “Programa Cuyo” con la supuesta financiación de la Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos (AID). Sin embargo investigaciones posteriores demostraron que esos programas latinoamericanos estaban sostenidos económicamente por la CIA. Los estudiantes del Departamento de Economía de la Universidad Nacional de Cuyo participaban de un curso de 2 años, a nivel máster, y los mejores alumnos completaban sus estudios en la UC. En cambio no parece haber existido algo equivalente, que pudiera denominarse el “Programa Tucumán”, lo cual no significa que la vinculación entre la UC y la Universidad Nacional de Tucumán no haya sido menos intensa. De Pablo amplió la información sobre la estrategia desplegada por la UC “(…) intentó previamente firmar acuerdos con la UBA y con la UN de Córdoba, pero sin éxito”[4].

Se estaba tramando un verdadero despliegue territorial sobre el Cono Sur, era una contrarrevolución ultra liberal contra los Estados de Bienestar que hacia la década de 1950, los desarrollistas latinoamericanos, igual que los keynesianos y los socialdemócratas de los países ricos, lograban una serie de impresionantes éxitos de posguerra.

El laboratorio más avanzado del desarrollismo fue el extremo sur de América Latina: Chile, Argentina, Uruguay y partes de Brasil. El epicentro ideológico fue la CEPAL[5].En un revelador trabajo de investigación se analizó el pensamiento monetarista de la Escuela de Chicago como una doctrina política integral:

“… los de Chicago no consideraban al marxismo su auténtico enemigo. La auténtica fuente de sus problemas estaba en las ideas de los keynesianos en Estados Unidos, los socialdemócratas en Europa y los desarrollistas en lo que entonces se llamaba el Tercer Mundo. Toda esa gente no creía en la utopía, sino en economías mixtas, que a ojos de Chicago no eran más que horribles batiburrillos de capitalismo para la fabricación y distribución de productos de consumo, socialismo en la educación, propiedad del Estado en servicios básicos como el agua y de toda clase de leyes diseñadas para atemperar los extremos del capitalismo”[6].

Posicionado desde su premio Nobel del año 1976, el máximo referente de la Escuela de Chicago, Milton Friedman, se transformó en la personalidad económica más influyente de su época y con gran habilidad cumplió tres roles: el de economista de economistas, que escribía análisis técnicos, más o menos apolíticos; el de emprendedor político, que pasó décadas haciendo campaña en nombre de la política conocida como monetarismo; y el de ideólogo, el gran divulgador de la doctrina del libre mercado. Su obra máxima, fue “Capitalismo y Libertad” donde resumió su ideario de privatización, desregulación y recorte del gasto social; convirtiéndola en la Santísima Trinidad del libre mercado. En efecto, los planteos de los monetaristas ignoraban la producción como función relevante de la economía, contradiciendo de esta manera el pensamiento económico clásico. Para ellos, la producción de bienes formaba parte de una trama secundaria de la economía que se pondría en marcha espontáneamente cuando se lograran ciertos equilibrios básicos en las cuentas monetarias y fiscales. A medida que los procesos económicos mundiales se fueron globalizando cada vez más, haciendo centro en las transacciones financieras, sus agentes, los inversores y los banqueros eligieron a Friedman como su ideólogo y a su doctrina como aquella que preservaría y desarrollaría mejor que nadie sus intereses. Dice Jorge Schvarzer sobre la lógica monetarista anti industrial:

“La fuerte indiferencia de esa teoría respecto de la producción converge con la actitud básica de los agentes financieros que transitan papeles pero nunca bienes”[7].

En Argentina, como en Chile, estos proyectos económicos solo pudieron imponerse a través de gobiernos de facto. Por ejemplo, los economistas chilenos educados en Estados Unidos habían tratado de introducir esas ideas pacíficamente dentro de los confines del debate democrático, pero habían sido rechazadas de forma abrumadora, del mismo modo que años antes la Universidad Nacional de Chile había rechazado los “Programas” de formación de economistas propuestos por la AID, y que sin embargo lograron cabida en la conservadora Universidad Católica de Chile.

El 11 de septiembre de 1973, los militares chilenos tomaron el poder con una violencia extrema, asesinando al presidente democrático Salvador Allende. Al día siguiente, los Chicago Boys le entregaron al General Pinochet un Plan Económico, un verdadero ladrillo de papel impreso en el Diario El Mercurio. Ya nada podía fallar, para ellos sería un día de gloria, sus oponentes políticos locales más enconados estaban encarcelados, muertos o fugados. Los fusiles mantenían a todo el mundo a raya.

Con Friedman como líder, la dictadura de Pinochet privatizó algunas empresas y bancos estatales, se organizaron nuevas herramientas de especulación financiera; el país se abrió a las importaciones extranjeras, y se recortó el gasto público en un 10%, donde la única excepción fue el gasto militar, el que aumentó. Por último, se eliminó el control de precios.

Mientras tanto, en Argentina, la presencia de Escuela de Chicago se notó en la influencia de tecnócratas que se expandían en círculos privados, tales como institutos de investigación, lobbies y empresas[8]. Con ese panorama, con una cantidad de “evangelizadores” del libre mercado diseminados, y el repliegue del modelo de la CGE, hubo sectores del gobierno que impulsaron cierta idea de compulsa corporativa la cual se dirimiría la negociación de salarios. Eran los economistas peronistas tradicionales, como Alfredo Gómez Morales, quien fue el dinamitador de la gestión de Gelbard con el objetivo de sucederlo.

“La gestión de Gómez Morales estuvo centrada en la demolición de nuestro programa y en la reconstrucción de conceptos de política económica que resultaban inútiles en la circunstancia. A partir de octubre de 1974 destruyó las bases del programa y encaminó al país a una extraordinaria crisis económica. (…) Gómez Morales tenía una visión primaria y regresiva de la economía argentina y por eso intentó poner en práctica el ajuste a una economía que para él estaba ´recalentada´. Para ello abandonó la Concertación. Renunció a los instrumentos, a los esquemas consensuales y a la política de ingresos”[9].

La intensión de Gómez Morales era la de usar “la muñeca” del Estado negociador entre empresarios y trabajadores. Pero los tiempos eran otros, los sindicatos ya no le eran compañeros disciplinados del peronismo, menos aún con su líder muerto, y por parte de los empresarios, el vacío dejado por la CGE fue ocupado por la Acción Coordinadora de Instituciones Empresarias Libres (ACIEL), Agrupación intersectorial creada en 1959, que incluía a la Unión Industrial, a la Cámara Argentina de Comercio, a la Bolsa de Comercio de Buenos Aires y la Sociedad Rural Argentina, quienes ya habían sentenciado el fin de la experiencia democrática al considerar cada vez más las prédicas de los Chicago Boys locales. Esas negociaciones paritarias de 1975 fueron las últimas escenas del tercer gobierno peronista, dado a partir de 1976 la instalación de las primeras ideas monetaristas y de Libre Mercado que se desplegarían en su esplendor con la dictadura de Videla.

Pero la muerte de Perón trajo otra tragedia anidada en su círculo íntimo. Desde las más altas esferas de aquel gobierno democrático, y también se supone que con el conocimiento de Perón en vida y de su sucesora, se despliega el accionar represivo de la autodenominada Alianza Anticomunista Argentina (AAA) o Triple A la cual era una organización parapolicial de ultraderecha. La triple A hizo del asesinato político, las amenazas de muerte, la colocación de bombas y las listas negras su Modus Operandi. La Triple A era el accionar directo, la solución violenta que se ofreció un viejo y siempre presente pensamiento reaccionario que argumentó que en Argentina se venía desarrollando “una conspiración judeo-marxista-montonera”, que había podido desarrollarse como consecuencia de la existencia de un ambiente propicio, “creado por el liberalismo democrático”. Gelbard sabía que él estaba implicado en ese razonamiento, era la visión del problema judío de las corrientes de corte nazi-fascista, con origen en argumentos religiosos tradicionales que lo habían perseguido toda la vida.

Efectivamente el 24 de marzo de 1976 llegó el golpe de Estado tan anunciado. Fue el paso inicial para instalar un nuevo orden económico, absolutamente distinto y enfrentado a cualquier iniciativa del estado de bienestar, desarrollista o socialdemócrata que intentara atemperar la crudeza del capitalismo puro. Fue el regreso del orden conservador argentino con base en los intereses concentrados, pero ahora con un nuevo socio de aventuras perturbador: el monetarismo de los “Chicago boys”. Juntos modificarán el rumbo de la economía, y la situación y la perspectiva del sector fabril. Y para imponerse definitivamente, al igual que en Chile, aceptarán – y en algunos casos usarán – la represión del Estado. Se instaló en Argentina la “Doctrina del Shock” como bien explica Naomi Klein.

A cargo del Ministerio de Economía y secundado por representantes de la Cámara de Construcciones y de la Bolsa de Buenos Aires, se encontraba Alfredo Martínez de Hoz que había presidido la Sociedad Rural. Los representantes de Milton Friedman en el equipo económico fueron Adolfo Diz, egresado de la UC como Presidente del Banco Central entre 1976 y 1981; y los acérrimos seguidores de la doctrina, Guillermo Klein, Alejandro Estrada, Alberto Grimoldi y Ricardo Arriazu, entre otros. El de ellos no era un liberalismo meramente teórico, estaban convencidos de que la única solución para los problemas del país era la liberalización de la economía. La convicción intelectual del equipo monetarista que se formó dentro del propio equipo económico fue homogénea,estaba extraordinariamente convencida de sus ideas. Ellos no participaban del gradualismo, al que sí adhería Martínez de Hoz, a modo de equilibrio. Por fuera del gobierno, los liberales «externos» al equipo económico presionaban por la adopción de una política económica «verdaderamente liberal». En este sentido, la figura pública más importante fue la de Álvaro Alsogaray, quien acusaba a Martínez de Hoz de ser excesivamente «gradualista» o «largoplacista», cuando no de «híbrido» o «desarrollista». A este tono de críticas se sumaron, institucionalmente la Bolsa de Comercio, y el Consejo Empresario Argentino.

“La apuesta por el agro del primer año de gestión se convirtió en una apuesta financiera al cabo de unos meses. Esta opción exigió la apertura de la economía y el atraso cambiario como herramienta para atraer parte de la ingente masa de capital financiero que circulaba en el mercado mundial. Ese dinero obtenía grandes beneficios cuya contraparte eran las elevadas tasas de interés en los créditos locales que afectaban a los productores. Para sostener el juego era necesario acentuar el atraso cambiario que alentaba el ingreso de bienes del exterior; la impostación comenzó tímidamente en 1977, creció en 1978 y se convirtió en torrente en 1979 – 80, a medida que el gobierno fomentaba ese ingreso. El saldo del comercio exterior volvió a ser negativo. El aliento a las importaciones y el desaliento de las ventas al exterior recreaba una brecha que ya no parecía generar preocupaciones, sus responsables asumían que el déficit se podía cubrir con crédito externo[10].

El silencio forzado de la oposición y la libertad de maniobra la de que gozó en ese período dieron a las autoridades una oportunidad única, utilizada para trasformar la economía nacional. Su modelo era la Argentina basada en la renta natural del agro o el petróleo, pero repintada con el discurso monetarista.

[1] Se llamaba “Tendencia” a la Tendencia Revolucionaria del Peronismo, nombre que recibió el conjunto de agrupaciones de superficie y referentes políticos que respondían a la política de Montoneros o eran sus principales aliados.
[2] Modelo político- económico de concertación social y desarrollo de un capitalismo centrado en una burguesía nacional.
[3] Juan Carlos de Pablo. “La escuela de Chicago en Argentina”. Universidad del CEMA. Año 2011.
[4] Juan Carlos de Pablo Ibíd.
[5] CEPAL: es la Comisión Económica de Naciones Unidas para América Latina, con sede en Santiago de Chile, dirigida por el economista Raúl Prebisch desde 1950 a 1963, donde se formaron economistas en la teoría desarrollista y los que luego fueron enviados a que sirvieran de asesores económicos de gobiernos de todo el continente.
[6] Naomi Klein. La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre. Paidós. Año 2008.
[7]Jorge Schvarzer. La industria que supimos conseguir. Una historia político – social de la industria argentina. Editorial Planeta. 1996.
[8] Paula Canelo. “La política contra la economía: los elencos militares frente al plan económico de Martínez de Hoz durante el Proceso de Reorganización Nacional (1976-1981)” en Empresarios, Tecnócratas y Militares. La trama corporativa de la última dictadura. Coordinado por Alfredo Raúl Pucciarelli. Siglo veintiuno editoras. Año 2003.
[9]Carlos Leyba. Economía y política en el tercer gobierno de Perón. Editorial Biblos. Año 2003.
[10]Jorge Schvarzer. Ibíd.
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