VisiónPaís/ diciembre 1, 2019/ Sin categoría

Por Alejandro Ippolito

Hace tiempo que trato de comprender cómo una de las frases más vacías que ha generado el marketing político se pudo convertir en el eslogan de un sector de la sociedad nada despreciable en términos electorales.

La incredulidad compartió espacio con la tristeza al ver que nutridos grupos de personas repetían como un mantra esa fórmula hueca, sin valor propio más que el de imponerse dentro de un signo político tan vacío como esa frase. El «Sí, se puede» tiene sus antecedentes en la campaña que llevó a la presidencia a Barack Obama en el 2008.

El video clip que lanzó la canción «Yes we can» producida por Will.i.am integrante del grupo Black Eyed Peas y fue visto por más de 22 millones de personas. Luego se produjo su versión en español, «Sí, se puede» para captar al electorado latino de los EE.UU.
En nuestro país esa frase se convirtió en un eco en medio de una de las campañas más elementales y vacías de la historia de la democracia. La plataforma electoral del Pro, reconvertido en «Cambiemos» constaba solo de tres puntos: Unir a los argentinos, combatir el narcotráfico y Pobreza Cero. Tres grandes mentiras sobre las que Macri y su banda del crimen organizado montaron su circo de globos amarillos y papel picado. Cuatro años después, con todos los números de la economía en rojo, endeudados de manera obscena y con una situación social desesperante, el «Sí, se puede» aún resuena propagado por un coro de anestesiados, oportunistas y desclazados que representa al 40% del electorado.
Y por eso la pregunta: ¿Qué es lo que se puede? Y lo que debemos comprender es que se puede destruir un país, robar a manos llenas, sumir en la pobreza a millones de ciudadanos, mentir de manera permanente y descarada, y aún así, contar con el apoyo de buena parte de la población. Se puede blanquear dinero sucio de cuentas en paraísos fiscales, se puede apretar a jueces que no se someten a las órdenes del Estado, se puede incrementar en millones el patrimonio sin rendirle cuentas a nadie. Claro que se puede. Y se puede vociferar durante años que Maduro es un dictador y que en Venezuela no se respetan los derechos humanos, pero cuando Piñera viola, tortura y asesina a decenas de chilenos se lo disculpa porque es millonario y pertenece a la cofradía de arlequines del imperio. Cuando en Bolivia se produce un golpe de Estado no surge la condena de los valerosos republicanos de Cambiemos, más bien se aplaude y se reconoce a las autoridades de facto y se celebra la caída del indio inmundo que le mejoró la vida a todos los bolivianos.
Y todo esto se hace porque se puede. Se puede bombardear un país porque se necesitan sus recursos naturales, se puede secuestrar gente cegarla, destrozarla si es necesario para que una empresa gane algunos millones más. Se puede traicionar la voluntad popular, derrocar gobierno a voluntad, instalar monigotes ignorantes y perversos en la presidencia de países como la Argentina y Brasil, se puede hacer foco en el casamiento de «Pampita» mientras Latinoamérica se desangra, se puede operar desde la OEA con mercenarios como Almagro al servicio de los intereses norteamericanos para quebrar la historia de los países que nos son sumisos a los caprichos de los bancos. ¿Por qué? Porque se puede.
La derecha salvaje lo puede todo, con sus chacales uniformados, sus asesinos a sueldo, sus mercenarios mediáticos y el ejército social de imbéciles lobotomizados por las pantallas y las radios.
Se puede matar en nombre de un dios piadoso y comprensivo, se pueden la Inquisición y las Cruzadas. Se puede Pinochet, Videla, Fulgencio Batista y Franco. Se puede Hitler, Mussolini y Netanyahu. Siempre se pudo romper, dividir, mentir y arrasar con el aval de los mercados. Hambrear a generaciones enteras, hundir en el fracaso cualquier intento de salvar la humanidad, quemar millones de hectáreas para que un puñado de millonarios siembren la soja que los hará más ricos.
El «Sí, se puede» es la declaración de principios más elocuente, es el rezo de la derecha descarnada, es la confesión de una sociedad enajenada que aúlla su furia contra el otro, el diferente, el negro, la mujer, el exiliado, el judío, el armenio, el discapacitado, el gitano, el pobre, el marginado. El otro es y será siempre el despreciado, la igualdad es intolerable, no hay nada peor que el parecido, ese espejo cruel que nos rompe la ilusión de ser mejores.
Todo lo que las bestias del mundo están haciendo lo hacen porque se puede, porque no hay condena cuando se han comprado todos los jueces, cuando los ejércitos se vuelven en contra de su pueblo haciendo el trabajo sucio del imperio, traicionando su patria y su razón de ser. Los Carabineros, por ejemplo, son una de las muestras más contundentes de la miseria y el salvajismo, lo más bajo y abyecto de la condición humana puesto al servicio de los intereses de una minoría que no está dispuesta a ceder ni uno solo de sus privilegios aunque haya que exterminar al resto de la humanidad.
El otro es indigno del mundo, una molestia, un ser inferior que puede ser eliminado como una plaga, un obrero ocasional para construir palacios que jamás habitará, un bufón para divertir a los monarcas asesinos, un mozo servicial para atender las mesas del banquete al que nunca será invitado. El otro es para el poder, el relleno del mundo, un residuo inmundo, una presencia que incomoda, un saldo social, un error.
Por eso es que han estallado en cadena tantos territorios donde el hartazgo se hizo lucha, por eso son los jóvenes – una vez más – los que encabezan las protestas para que todo cambie de una buena vez. No importa en absoluto lo que proclamen los feroces alguaciles del mundo, los embaucadores evangelistas que hablan en nombre de un dios capitalista, sanguinario y xenófobo, no importa ninguna otra cosa que ser libres como nos grita San Martín desde la historia.
Si hay que torcerle el brazo al gigante, somos nosotros los que podemos.
Diciembre 1°, 2019
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